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YVONNE ITURGAIZ
Leticia Badiola

La magistrada que pelea por la libertad de las mujeres

Viernes, 28 de mayo 2021

Madre de mellizos y amante del sol

Leticia Badiola es magistrada por vocación. Fue madre de mellizos a los 34, aunque le habría gustado serlo antes. Cocinillas especializada en risotto, tiene dos perros, monta a caballo y le encantan los musicales y el sol de Canarias. Sabe lo que es llegar de milagro a final de mes, que el primer año, destinada a Barcelona, apenas pasaba de mileurista: «Encontré el bar más cutre de toda la ciudad, pero allí ponían las cervezas más baratas. Cuando iba a casa volvía con la maleta llena de embutido». Lleva con discreción su cargo. «Algunos vecinos se enteraron de que soy jueza al verme en el periódico».

Veía 'Ally McBeal' solo por divertimento. Por entonces, Leticia Badiola (Bilbao, 37 años) aún andaba con la idea de ser doctora. Pero las Ciencias se le atragantaron en el instituto y le frustraron la vocación... aunque le despertaron otra. Hoy es la titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de Bilbao: «En una ocasión vi a una chica que acababa de tirarse por el balcón para escapar de su agresor. Aquello me dejó hecha polvo». Y ha tenido que ver mucho, que son ya diez años luchando «por la libertad que toda mujer merece». A los 26 ya era jueza, después de haber superado unas oposiciones que fueron como una 'mili' de las antiguas: dos años y diez meses atada a los libros, de ocho a dos y de tres a ocho. «Los exámenes se hacen en Madrid y al último se empeñaron en venir mis padres, mi hermano y una amiga. Yo no quería, no fueran a ser gafes, pero aprobé. Para celebrarlo mi madre reservó mesa en 'Casa Lucio', que yo tenía el capricho de probar sus famosos huevos. Y ricos, sí, pero no es para tanto».

Leticia Badiola es magistrada, que no jueza, una distinción que los que no llevamos toga normalmente desconocemos: «Cuando empiezas eres juez; y cuando asciendes, magistrada». Dice juez como dice jueza, aunque en la 'galleta', una especie de escudo que llevan prendado en la pechera, figura en femenino. Como sale la conversación, le preguntamos por lo que le han preguntado mil veces, si una mujer sigue despertando recelos en su profesión. «No. En mi promoción fuimos 186 alumnos y en clase éramos el doble de chicas que de chicos. Casi siempre me relaciono con mujeres y en el tipo de juzgado en el que estoy, donde se juzgan delitos de violencia de género, es más fácil que las víctimas empaticen con las profesionales mujeres».

Y Leticia, sin perder de vista que juzga con arreglo a la ley, empatiza también con ellas. «Parte de la formación que recibimos consiste en visitar los refugios para mujeres maltratadas. Son como una cárcel que habitan personas que no han cometido ningún delito y, paradójicamente, es el único lugar del mundo donde están completamente seguras».

«Olvidé encender el cronómetro en el último examen. Fui calculando a ojo y hablando a toda pastilla»

«¡Aprobé la oposición!»

YVONNE ITURGAIZ

De aquello han pasado diez años y le ha tocado ver de todo. En su juzgado de Bilbao reciben una media de seis o siete denuncias diarias -«hoy ha sido una mañana francamente horrorosa»-. No tiene que fichar, pero a las nueve, después de dejar en el colegio a sus mellizos de 3 años, ya está revisando expedientes y raro es el día que sale antes de las cinco -«nunca hago planes antes de esa hora porque en mi trabajo se sale cuando se acaba»-. Llega a la entrevista directamente del Palacio de Justicia, a pie, y pide un descafeinado a modo de postre tardío. Hoy ha almorzado quinoa con verduras, túper casero.

Con dos niños pequeños -«fueron unos bebés 'trampa', de esos que dormían toda la noche y comían bien, los amamanté hasta los 14 meses, pero ahora tienen una intensidad y una energía...»- y una jornada larga como la suya, una se pregunta cuándo le ha dado tiempo a preparar la quinoa. Reconoce que sí, que en su profesión van corriendo a todas partes -en casa, parecido-, como el personaje de Alicia Forrick en 'The Good Wife', una de sus series favoritas. Ahora está viendo 'Caronte', pero el personaje, dice, está un poco llevado al extremo «porque pierde los papeles constantemente y dice cosas como: '¡No hay derecho, señoría!', y eso no es real, este es un mundo de mucha formalidad». Pues eso, que corre Leticia que se las pela. En sentido metafórico y literal. «Yo soy amante de los tacones, pero los llevo en el bolso y me los pongo en el ascensor del juzgado. Por la calle voy siempre en zapatillas, que así llego antes».

«Lo pasé en cama y los mellizos se adelantaron casi dos meses. Uno pasó diez días en la incubadora. Qué vacío llegar con un bebé a casa y dejar al otro en el hospital... Salía a la calle y tapaba el segundo capazo para que no preguntaran»

«Un embarazo muy complicado»

Ese ritmo y un carácter «constante para todo» obra el milagro y a Leticia, pese al trajín, le dan las horas. Le sobran, incluso, para cocinar a veces de capricho. «Soy una fanática de la Termomix. No para hacer una lentejas, ¿eh? Esas, en la cazuela; pero sí para platos especiales. El otro día preparé unas trufas al cava que estaban buenísimas y también me sale bien la comida mexicana, que me encanta». La afición que tiene por los fogones se la reconoce a su madre -cuando ella y su hermano tenían 10 o 12 años ya les confiaba algún día la sartén-, que prepara una menestra insuperable. «Le da un curro... porque cada verdura lleva su tiempo de cocción, no las echa todas a la vez».

En esos ratos de abstracción en los que no está con un expediente entre las manos, en esos momentos de evadirse escuchando jazz en la cocina, de montar a caballo, de planear ese viaje pendiente a Vietnam y Camboya, de salir a pasear con los perros -tienen una perra y, desde octubre, un perro adoptado en un programa que busca un hogar a animales víctimas de la violencia machista que, de repente, se quedan sin familia-... se pregunta Leticia si no sería igual de feliz «en una granja o gestionando un santuario para animales maltratados». Y cree que sí, que lo sería.

Es una reflexión hecha así de pasada, pero su cabeza enseguida regresa a las cuatro paredes del juzgado. «Hay mujeres que retiran la denuncia y sabes que están siendo maltratadas. Eso me resulta tan frustrante... También que muchos de los hombres juzgados te digan: 'Ya sé que no me va a creer porque soy un hombre y usted es una mujer'. Yo siempre les digo que no estoy ahí para creerles ni a ellos ni a ellas, sino para investigar lo que ha sucedido y tomar medidas». Les habla Leticia a las víctimas en un lenguaje «sencillo, libre de tecnicismos» y le molesta lo contrario. «¿Cómo le voy a decir a esa mujer que está nerviosa y tiene un miedo tremendo que se puede acoger a la dispensa legal recogida en el artículo 416? Así que yo se lo explico así: 'Él es su pareja, ¿verdad? En ese caso, la ley le permite o bien denunciarle o bien guardar silencio'».

«Fue la primera vez que pude ver de cerca el maltrato animal»

«Adoptar un galgo abandonado»

Alguna vez ha salido en este periódico dando voz a esas mujeres anónimas que para ella dejan de serlo en cuanto ponen el pie en su juzgado. Aunque se le hace raro verse en los papeles. Lo de papeles es una forma de hablar porque Leticia es «cien por cien digital». Tiene Instagram y Facebook y cada día trata de arañar una hora para ponerse al día en las redes sociales. «Me entero de los conciertos que va a haber, de los cortes de tráfico en la calle, de las noticias...» ¿Y cuando sus niños se quedan clavados mirando algo en la tablet? ¿No le asusta? «Han nacido con ello, son personas tecnológicas y hay que llevarlo. Nosotros estábamos igual con la tele».

«¿El futuro? Incierto. Esto es como una guerra llena de bandos»

«El futuro es incierto. Si algo me ha enseñado el Covid es a ver lo mejor y lo peor del ser humano. Ha sido algo similar a una guerra, llena de bandos, de incertidumbre, de miedo, de pérdidas y desgracias familiares irreparables. Yo, que imparto justicia, he perdido a mi padre hace unas semanas y he comprobado lo injusta que es la vida en ocasiones Pero hay que mirar al futuro. No dejar de soñar, luchar por lo que queremos, perseguirlo, disfrutar cada minuto de la vida y transmitir amor y calma. Tanto en mi vida personal como en la profesional, una de las frases que más me gustan y me representa es la mítica de Nelson Mandela: 'Nuestra marcha hacia la libertad es irreversible'. No debemos dejar que el temor se interponga en nuestro camino. Así que seguiré encantada de participar en esa lucha por la libertad que toda mujer merece».

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