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YVONNE ITURGAIZ
Félix Goñi

La fortuna de un científico barítono que se toma el trabajo como un hobbie

Viernes, 28 de mayo 2021

El cirujano que ilumina la Aste Nagusia de Bilbao

Un científico puede medirse por la longitud de sus palabras. En el caso de Félix Goñi (San Sebastián, 1951) eso explica en parte reconocimientos como el Alexander von Humboldt, el Avanti italiano o el Premio Euskadi de Investigación, además de su liderazgo en organizaciones como la Biophysical Society, la sociedad de Biofísica más importante del planeta. Ha escrito más de 200 artículos que hoy son referencia mundial y se le cita en 14.000 publicaciones científicas. Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Navarra, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la UPV, dirigió entre 1995 y 1999 la política científica del Gobierno vasco. Le queda tiempo para cantar. Y su empeño hizo posible el concurso de fuegos artificiales de la Aste Nagusia de Bilbao. El Renacimiento es él.

Para el científico, «la vida es hacer investigación; el resto es aburrimiento». Félix Goñi, bioquímico y cirujano, acaba de cumplir 70 años y le quedan tres meses para la jubilación. Se considera un hombre afortunado. «He tenido la suerte de considerar mi trabajo como un hobbie», dice. Acaricia la idea de convertirse en profesor emérito para continuar «matando el gusanillo». Su otra afición es matar el gallo. Nadie le oirá nunca uno de su voz, puesto que Goñi es también barítono y donostiarra, lo que le confiere a sus cuerdas vocales el poder del roble. Catedrático de la UPV, durante toda la conversación solo mencionará en una ocasión el Premio Humboldt de investigación, y solo a propuesta de su interlocutor, pese a tratarse de uno de los galardones más prestigiosos del mundo. Hasta esa elevada cumbre ha llegado este hombre, que de joven hubo de elegir entre matricularse en la Facultad de Medicina o dar rienda suelta a su otra pasión: irse con Vicente Caballer a fabricar fuegos.

«Mi currículum ahora me parece bueno. Pero entre usted y yo, no lo es tanto, aunque sí muy largo, el de un tío que ha pasado su vida trabajando mucho». Félix Goñi es una institución en la ciencia internacional y admite que haber recibido el premio Humboldt le ilusiona por su origen alemán, «un país con una gran tradición científica», y por llegarle «en el momento final» de su carrera. «Es motivo de una enorme satisfacción», dice el laureado investigador, en cuya biografía aparecen patentes, publicaciones que forman parte de la Historia de la ciencia y una carrera como bioquímico, docente y gestor científico ejemplar. Ejemplar, no escribamos excelencia, «que eso es un camelo que me recuerda al 'su excelencia el jefe del Estado', Franco, al que tuve que soportar unos cuantos años como el resto de la sociedad».

«Las claves son inteligencia, trabajo intenso y suerte. Pero a ésta hay que salir a buscarla porque pasa una vez y lo hace rápido»

Una buena carrera profesional

Posiblemente, otro calificativo que se le puede aplicar y que también empieza por 'e' es el de eminencia. Un catedrático eminente que se alegra de haber vivido lo que ha vivido, de encauzar su carrera «a los 50 años con la suficiente estabilidad como para poder dedicarme también a la música» (es barítono y llega a ensimismarse con Bach) y de crecer en la década de los 60, «un momento de gran expansión económica en el que parecía haber muchas posibilidades en todo, así como una inquietud política, moral y económica».

Si retrocedemos un poco antes de esa época, es posible encontrar algunas pistas de por qué este catedrático es serio y profundo, pero conserva el aire de desenfado de quien todavía hoy camina por el mundo silbando una partitura de Schubert. En esos años puede verse al niño Félix Goñi inmerso en una suerte de trashumancia doméstica. «Mi madre era una irunesa recalcitrante y mi padre un donostiarra irredento. Se querían muchísimo y nunca se pusieron de acuerdo en dónde vivir. Así que vivíamos en casa de los abuelos alternando entre los dos lugares, Solo al final mis padres se buscaron un piso en Irún. Llevaban ya cuarenta años de casados. Cumplieron el refrán: 'Uno nace donde Dios quiere y muere en el pueblo de su mujer'».

«La música tiene unas cualidades de arte sagrado, sublime. Me permite ir de un mundo maravilloso a otro, igual que con la literatura y el amor»

Viaje a los mundos maravillosos

JORDI ALEMANY

A él se le nota una adolescencia felizmente curiosa. Con 15 años comenzó a ir los veranos a Valencia para aprender a fabricar fuegos artificiales. «¡Y qué insensatos mis padres que me dejaban! Solo me exigían aprobar todas las asignaturas en junio», recuerda. «Los niños se sienten atraídos por los petardos y luego se les pasa la afición. En mi caso, continúa ahí. Tuve trato con los mejores profesionales en los años 60 y pude aprender el oficio con Vicente Caballer, el gran maestro de la pirotecnia». La pasión por dibujar castillos en el aire fue tan fuerte que, una vez terminada la carrera como médico y cirujano, dudó entre dedicarse a la historia de la medicina y luego a la bioquímica o entregarse a la magia de la pólvora. «Seguramente hubiera ganado más dinero -se ríe-. ¿Hubiera disfrutado más? No lo sé. La vida no es una línea recta».

Con 70 años recién cumplidos y 45 desde su primer empleo, reconoce que «para quienes hemos tenido la suerte de considerar nuestro trabajo como un hobbie, cuestión muy normal entre los científicos, el paso a la jubilación no es duro. Siempre hay caminos, como colaborar con proyectos de investigación o que la Universidad me haga profesor emérito y poder mantener una versión reducida de mi laboratorio», de modo que no se agote ese caudal de conocimiento y experiencia del que los doctores veteranos son depositarios. «Este trabajo es una droga dura que exige atención total. La bioquímica es una amante celosa. No permite devaneos con otras cosas».

Si de algo se niega a hablar el catedrático de la UPV es del coronavirus. Ya hay demasiado ruido. «Todo está lleno de especialistas y nueve de cada diez no han publicado en su vida un artículo sobre virus, epidemiología o vacunas. No voy a seguir esa vía», concluye Goñi, pese a que buena parte de su carrera la ha invertido en el estudio de los lípidos y las membranas celulares, ahora en boga por los antivirales de ARN mensajero. «Incluso así, puedo decir que yo ahora sé de membranas mucho más de lo que sabía hace cuarenta años, pero me doy cuenta de que mi ignorancia es mucho mayor que hace cuarenta años -filosofa-. Uno de los mayores atractivos de la ciencia es que comienzas con la idea de resolver un enigma pequenito y en ese proceso surgen otros tres nuevos. Y cuando estás buscando soluciones, aparecen cuatro más. ¿Qué más se le puede ofrecer a una persona curiosa?».

«Me interesa la comida, pero sin una buena conversación me interesa mucho menos»

Interés por la gastronomía

Por eso, su mensaje a las nuevas generaciones de científicos es sencillo: trabajo «duro» y entusiasmo con una profesión que «engancha como una droga dura». ¿Y cómo se lleva eso en casa? «Tengo la grandísima fortuna de estar casado con una mujer excepcional, Edurne Quintana, que además es colega. Si tu pareja no es científica, resulta normal que llegue el momento en que te pida explicaciones sobre por qué llegas tan tarde a casa. Yo nunca he tenido que hacerlo porque ella llegaba más tarde que yo. Creo que hemos espantado a nuestras hijas; ninguna ha seguido nuestra vocación, quizá porque han percibido que llegábamos a horas indecentes», sonríe.

Precisamente, ha sido su familia, y no solo el premio Humboldt, la que le ha proporcionado en los últimos días uno de sus mejores momentos. Con motivo de su cumpleaños, sus hijas pidieron en secreto a los alumnos y colaboradores de Goñi que le enviaran un breve vídeo de felicitación. Y él, que se ha especializado en cantar a los románticos alemanes y franceses, no pudo evitar que su voz de barítono se quebrase. «Los científicos tenemos un ego insaciable y nunca pensé que el mío fuera a ser saciado. Un aspecto sensacional de la investigación es formar científicos, así que no pude aguantar sin llorar escuchando a tantas personas emocionadas con su trabajo y agradecidas conmigo. La ciencia es mucho más infinita de lo que parece».

«O cultivamos la ciencia #o seremos irrelevantes»

«En la actual sociedad del conocimiento, si un país no tiene voz propia en el concierto de las naciones en temas científicos se vuelve irrelevante y un parque temático. Y en España la ciencia se está destruyendo y nos encamina a convertirnos en un país de folclore, sean las castañuelas o el Árbol de Gernika. Yo deseo que nos encontremos con políticos que entiendan y sean visionarios en materia científica. No hablo de destinar fondos, sino de tener dirigentes que vean claro el papel de la ciencia y comprendan que no se obtienen resultados a corto plazo. Una vez escuché a uno, y no precisamente tonto, quejarse. 'Si llevamos un montón de años poniendo dinero y aquí no ha salido aún un Nobel', repetía. Eso es no saber dónde estamos. La ciencia es un método para descubrir y conocer el mundo. Fijémonos en la pandemia y cómo la ciencia ha respondido desarrollando estudios para conocer el virus, encapsular el RNA y fabricar vacunas».

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