La profesora de música que se convirtió en estrella de rock
Profesora de día, cantante de noche
Aiora Renteria Agirre (Bilbao, 1976) estudió en la ikastola Kirikiño hasta los 18 años. Siempre ha veraneado en Bakio, aunque hoy se escapa también a Ibiza para hacer 'snorkel', una de sus pasiones. Cursó Magisterio y tras el correspondiente peregrinaje por centros, lleva casi una década impartiendo clases de música a chavales de entre 2 y 12 años en la escuela pública de Zaratamo. En su casa del barrio de San Francisco le esperan dos gatitas, Atera y Felisa. Fundó Zea Mays en 1997 junto a su hoy marido, Iñaki Imaz (guitarra), Rubén González (bajo) y Asier Basabe (batería). Foto: yvonne iturgaiz
Tiene el mismo deseo que muchos amantes del rock en directo aplastados por la pandemia: volver a saltar «apretados ante el escenario, compartiendo risas, sudor y babas».Aunque ella suele estar también subida a él. Buena parte de la culpa la tiene el grupo irlandés U2; con 16 años, Aiora Renteria, cantante y compositora del grupo euskaldun Zea Mays, desobedeció a sus padres y se fue a ver a la banda a Donostia. «Fue un antes y un después». A partir de ahí, lo que todos conocemos, más de dos décadas de trabajo duro que les han llevado a colocarse como una de las bandas vascas más reconocidas, y a ella, como la voz que incluso Francis, de Doctor Deseo, quiso para cantar con él su celebradísimo tema 'Abrázame', que tantas veces han interpretado juntos acabando precisamente así, entrelazados, momento que el público agradece emocionado hasta el tuétano, especialmente ahora. Pese a que la situación que vivimos ha hecho mella en su proceso creativo, ella y los suyos estrenan ahora el EP 'Adore' (Valor).
Una anécdota. Corría el año 1998, justo cuando la web de ELCORREO daba sus primeros pasos y la que esto escribe afrontaba uno de sus días de estreno como trabajadora del periódico en la sección de local. Me habían encargado que cubriera la grabación del videoclip de un nuevo grupo de rock a bordo de un barco en la ría. Por supuesto, eran Aiora y los suyos, los Zea Mays, cuando nadie sabía lo alto que llegarían. A punto estaba yo de embarcar cuando apareció por allí el compañero y por entonces aún no amigo Oskar Belategui, diciendo que se lo habían encomendado a él para las páginas del suplemento musical Viernes de Evasión. Intercambiamos miradas entrecerradas, medimos nuestras posibilidades. Pero yo era más tímida, él más alto y vehemente, y una llamada a la redacción para deshacer el entuerto se saldó con mi derrota. Volví con el cuadernillo de notas vacío y cierta pena. Casi un cuarto de siglo después, tiempo en el que la banda ha sacado diez discos, me resarzo con esta entrevista a Aiora, ahora que ella es reconocida por las calles y yo me encuentro un poco más envalentonada, tanto como para ganarle aquel pulso a Belategui, hoy sí, buen colega.
«A veces entro en un bar y pinchan una de nuestras canciones. La gente entonces me mira para ver cómo reacciono. Y la verdad es que yo no sé ni qué cara poner, jajaja»
Por cierto, hemos interiorizado tanto el nombre del grupo euskaldun Zea Mays que ya ni nos preguntamos de dónde viene. «Lo elegimos por su sonoridad –explica–. Lo encontramos en un libro que se llamaba 'Haz tu propia granja', o algo así. Sonaba bonito y no marcaba ningún estilo musical. Es el nombre científico del maíz y significa 'el alimento de la vida'. Zea Mays es el alimento que nos mantiene vivos», explica Aiora. Hoy, sus alumnos de música, pues se graduó en Magisterio y es profesora de esta asignatura en la escuela pública de Zaratamo con niños de entre 2 y 12 años, le suelen preguntar mucho por la fama. «Les preocupa bastante eso, la búsqueda del 'like'. Y tampoco es que yo la sufra tanto, la gente es amable, se porta bien. A veces entro en un bar, de repente pinchan una de nuestras canciones y los que están allí me miran a ver cómo reacciono. No sé ni qué cara poner, jajaja». Nació en Bilbao hace 45 años en una familia de cinco hermanos en la que sus padres, aun sin estudios musicales, se preocuparon de fomentar esta afición. «Recuerdo que con 11 años me llevaron a un concierto de Itoiz en Bermeo, y en casa se cantaban canciones euskaldunes. Todos tocábamos algún instrumento, aunque solo yo he continuado con la música. Estudié cinco años de solfeo y también hice dos de violín, pero lo tuve que dejar porque tengo el dedo meñique más pequeño de lo normal y no podía, así que cambié al violoncello y estudié hasta séptimo, pero me hice esta lesión –muestra una cicatriz en su muñeca– y tuve que abandonarlo. Luego me agarré a la guitarra, que me acompaña bien para cantar, y ahora toco el sintetizador.
«Nos inculcaron el amor por la música a los cinco hermanos. Con 11 años me llevaron a un concierto de Itoiz »
Sus padres
La niña que hablaba mucho y que se concentraba «para hacer las cosas muy rápido» se convirtió en una adolescente «un poco sacapuntas y 'tocahuevos'. Era rebelde pero tampoco demasiado, bastante formal en realidad». Hasta que con 16 años sus padres le prohibieron ir a un concierto en Donostia de su grupo favorito, U2. «No me dejaban, pero me planté y les dije que iba. Y así fue. Pues aquel concierto supuso para mí un antes y un después. Estaba en la primera fila, y me agarré una llorera increíble, el grupo al que seguía locamente y tenerlos ahí delante... Es verdad que al de nada ya los abandoné y empecé con otras bandas como Pearl Jam, Pixies, Soundgarden, Nirvana, Queens Of The Stone Age...». Con 14 años tuvo su primer grupo cantando canciones propias, pero fue en 1997 cuando formó Zea Mays. Dieron su primer concierto en fiestas de Bilbao ese mismo año, en la txosna Sin Kuartel.
«En el Victoria Eugenia; al salir y ver a la gente sentada con mascarilla pero gritando y aplaudiendo de emoción, no paré de llorar los seis primeros temas»
Primer concierto en Pandemia
Otros tiempos, en los que ningún músico habría podido imaginar el agujero en el que iban a estar metidos por esta pandemia. «Y eso que somos de los afortunados que hemos dado conciertos en estos meses, aunque la mayoría se nos han ido a la mierda. Recuerdo el del pasado junio en el Victoria Eugenia, el primero que dábamos con la gente sentada, separada y con mascarilla. Estábamos aterrados, pero al salir y ver la emoción que transmitían con sus gritos y aplausos... Canté los seis primeros temas sin poder parar de llorar... No te acostumbras a esto, y es bueno que no nos acostumbremos. Aunque por lo menos los conciertos se pueden ir haciendo así. Pero cuando pase vamos a vivir una explosión.O es lo que deseo». Reconoce que la situación les ha afectado mucho en el terreno creativo, «no hemos podido hacer gran cosa». Le apena que también haya pasado desapercibido su último disco, con un nombre que hoy cobra especial significado, 'Atera' (Salir). 13 temas, algunos tan rockeros, electrónicos y bailables como ' Hasieran Jainko Beltza', 'Kea', 'Hiri Eri', o el que da título al álbum. «Salió a la calle en 2019 y se ha perdido. Dimos ocho conciertos de presentación y llegó la pandemia. Se nos ha quedado en la recámara sin darle el trato que merecía y es una pena. Sientes que lo que tenías planificado no ha servido para nada».
«Mi mejor experiencia son los trillones de bolos que he dado en el Kafe Antzoki, brutales, y que acabaron en grandes juergas»
Grandes juergas tras los bolos
Pese a todo, acaban de publicar 'Adore' (Valor), un EP con dos canciones, la que le da título y 'Zuk borroka hasi' (Empieza tú el combate), producido por Ricky Falkner (Love Of Lesbian, Egon Soda, Mi capitán…) y grabado este abril en La Casa Murada (Tarragona).
– En referencia al título elegido para este EP, ¿le ha hecho falta a Aiora una buena ración de valor para afrontar algo en su vida?
– No me gusta hablar de los significados de las canciones, pero en este caso me refiero a que la situación personal que estamos viviendo cada uno es en realidad una situación mundial, una crisis mundial para la que hace falta coraje. Y en el segundo tema, hablo de que tenemos que empezar a hacer lo que queremos, empoderarnos y comenzar desde cero a diario. ¿El valor? Pues lo he necesitado en mil momentos, cuando he perdido a familiares, en mosqueos tontos cuando eres muy joven..., pero hay tanta gente con vidas mierdosas que tienen que tirar adelante todos los días... Yo no tengo nada demasiado lacrimógeno en mi vida.
En su casa del barrio bilbaíno de San Francisco le esperan sus dos gatas, Atera y Felisa, y su marido, Iñaki Imaz, el guitarrista de la banda, que se completa con el baterista Asier Basabe y el bajista Rubén González. Sigue disfrutando de aquellos veranos infantiles en Bakio, donde tiene cuadrilla, y además se escapa cuando puede a Ibiza para practicar 'snorkel'. «Me siento feliz en el agua», dice la cantante, que se reconoce como «considerablemente tímida». Los que aún no han buceado en las canciones de su grupo, es posible que la conozcan por su colaboración con el grupo bilbaíno Doctor Deseo, y muy especialmente por el emocionante tema 'Abrázame' que canta junto a su vocalista, Francis. «Es una gozada poder estar con ellos, son amigos, y he aprendido un montón de Francis. Me ha enseñado a tomarme una pausa antes del concierto para relajarme. Y a pintarme y vestirme para el espectáculo, para convertirme en otra persona».
«Pido que lleguen por fin los locos años 20»
Está claro que la de músico ha sido y está siendo una de las profesiones más afectadas por la pandemia, y que es difícil saber qué futuro tiene ante sí, qué pasará con los conciertos en directo, cómo serán a partir de ahora, y cómo evolucionará el convulso panorama de venta de discos. «Soy optimista porque tengo que serlo, autoengaño a mi cerebro. Estoy deseando que lleguen ya esos nuevos locos años 20 que nos habían anunciado, porque lo negativo que nos habían pronosticado ya lo tenemos aquí, mientras que lo positivo está por ver». Por eso, si se le pide imaginar el porvenir que tenemos ante nosotros, se imagina «viendo un concierto sin mascarillas, de pie, en contacto con todos, dando besos, abrazando, riendo, rozándonos y compartiendo las babas y el sudor de la gente». ¿Y en lo profesional? «Me veo más en el escenario que dando clase».