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IGOR MARTIN
Agurtzane Egiluz

La niña arrollada por un autobús que metió un triple a los malos pronósticos

Viernes, 28 de mayo 2021

Basket en silla y con un pie en el mundo de la empresa

Agurtzane Egiluz Ibarruen (Vitoria, 1997) es la pequeña de cuatro hermanas. Y eso marca. Acostumbrada a pasar algo desapercibida en una familia que ella misma define como una tribu, el grave accidente que sufrió en 2011, todavía cuando era una niña, hizo que de repente todas las atenciones se centraran en ella. A pesar de todos los obstáculos, pasó de curso con un expediente sin mácula. Ahora está en último año de Administración y Dirección de Empresas y se prepara para los próximos Juegos Paralímpicos en la especialidad de baloncesto en silla de ruedas. Foto: igor martin

A los 14 lo que toca es estar con el pavo subidísimo, con las hormonas a punto de nieve y el carácter en efervescente expansión. A los 14 todas tus tribulaciones se limitan, deberían limitarse, a aprobar el examen de Naturales, a que ese chico, esa chica, que te hace tilín te dé 'like' a la última foto que subiste al 'insta'. A los 14 todo debería ser complejísimo y facilísimo a la vez. Para ella no fue así. Un accidente terrible con el autobús de la ikastola le machacó la cadera y, de paso, la adolescencia. Le quitaron los 14. Esos 14. Pero no se resignó a que le robaran también los 15, los 16, los... Apretó los dientes muchísimo, todo lo que podía y un poquito más, ytiró y tiró para adelante. Una década después de aquello, acaricia con las yemas de los dedos los próximos Juegos Paralímpicos. Y eso que nadie daba un duro por ella. Un bus le pasó por encima, sí, pero ella nunca se ha dejado arrastrar.

Cuando le pides a Agurtzane Egiluz que se presente, lo primero que te dice es que es vitoriana y que tiene 24 años, que está estudiando ADE en Sarriko, que ahora está preparando el trabajo de fin de grado y que, cruza los dedos, espera terminar la carrera este mismo año. Después ya viene lo de que juega desde hace casi seis años a basket en silla de ruedas. Y por último, ya te cuenta e-s-o. Lo de aquel accidente que le aplastó la cadera y los sueños de adolescente. Aquel que, muy a su pesar, le marcó tantísimo. Lleva ya diez años demostrándole al mundo que, vale, que aquel autobús le pasó por encima, pero no consiguió, ni de lejos, arrastrarle el resto de su vida.

«Cuando descubrí el baloncesto en silla de ruedas todo cambió. me subí a la silla y, de nuevo, tuve la sensación de que mi cuerpo iba a la misma velocidad que mi cabeza. ese momento... ¡buah!, mola mucho»

Agurtzane es capaz de relatar hoy todo lo que pasó con una mezcla extraña de templanza y contenida emoción. A ratos le tiembla un poco la barbilla y la voz se le arruga, aunque ella, brava, no deja ni por asomo que ni tan siquiera se le asomen las lágrimas a los ojos. Un pequeño aviso al lector. Hay que tener la aorta de plomo y el corazón de hormigón armado para no conmoverse con su relato de aquel día, de aquellos minutos de ese 6 de octubre de 2011 que, indelebles, se le han quedado grabados para siempre.

«Me acuerdo de todo, hay cosas que igual ahora las tengo difuminadas pero, como no perdí el conocimiento, soy capaz de recordar todo tal y como fue: era la última en salir del autobús, el chófer no se dio cuenta y arrancó cuando las puertas no estaba cerradas. Eso es algo que se hace mucho y jamás pasa nada. Tengo muy claro que mi caso fue uno entre un millón, tuve la mala suerte al cuadrado. En ese momento tenía medio cuerpo en el autobús y medio fuera. No me dio tiempo ni a meterme ni a salir. Todo empezó a darme vueltas. Mis compañeros me rodeaban y me costaba respirar por el susto. Era un día nublado y vino un señor, que fue el que llamó a la ambulancia. En mi cerebro es un hombre mayor, calvo... pero puede ser perfectamente uno joven y con pelo. Nunca lo he vuelto a ver. Vino la ambulancia, me pusieron una vía y me llevaron a Txagorritxu. En urgencias, me llevaron por el segundo pasillo a la izquierda. Iba con bailarinas y la del pie izquierdo se me caía todo el rato y ahí, ahí, me di cuenta de que no podía controlar mi pierna. De que algo malo de verdad me pasaba».

«Yo sabía qué era correr hasta ese momento. Es duro aceptar que no volverás a hacer eso y muchas otras cosas más»

El accidente

Ahora es cuando Agurtzane habla de sus heridas, de las lesiones que le quedaron, con esa pelvis y ese sacro y esa cadera hecha fosfatina, ese amasijo de huesos que ni los médicos de aquí sabían cómo desenredar. «No querían abrir la caja de pandora, tuvo que venir un equipo de cirujanos de Madrid para operarme», asegura al tiempo que describe su politraumatismo y su «lesión medular incompleta, que se llama síndrome de cola de caballo», en un tono aséptico que recuerda al que utilizaba aquel doctor House en sus diagnósticos.

«Fue un descubrimiento, no sólo por el deporte: también fue importante ver que hay más gente que ha pasado por algo parecido a lo mío»

Basket en silla de ruedas

IGOR MARTIN

Es curioso cómo habla de sus secuelas, de las curas en carne viva, de la piel que le quedó necrosada, de los injertos que le tuvieron que practicar como si, efectivamente, fuera otra persona. Y es que quizás ella ya no es, ya no quiere ser, la niña del puñetero autobús, esa que se pasó meses y meses de UCI en UCI, sola y asustada la mayor parte del tiempo. «Tenía el sistema inmunológico apagado o fuera de cobertura, mi familia estaba ahí, siempre estaba ahí, pero no podía tener contacto con casi nadie, no podía moverme de la cama... fue jodido», concede. «Imagínate lo que es pasar en unos meses de correr y bailar y saltar a que todos tus esfuerzos se centren en hacer algo tan cotidiano como sentarte. Es duro aceptarlo». Uf.

Las apuestas de que aquella cría pudiera llegar a caminar o, ya ni siquiera eso, a poder sentarse por sí misma, iban en ese momento mil contra uno. Pero Agurtzane lo veía ya nítido. Iba a ganar. Lo iba a conseguir. Y, con el tiempo, le iba a meter un triple a los peores pronósticos. Toca dar un salto en el tiempo.

«Marzo del año pasado nos igualó a todos. Yo preparaba los Juegos Paralímpicos y, de repente, nada. Ahora tengo una ilusión tremenda»

Los juegos en el Horizonte

Atrás ha quedado la rehabilitación, los fisios y los dolores que, aunque aparecen de cuando en cuando, ya no son permanentes, ya no son insoportables. Agurtzane acaba de terminar su sesión en el gimnasio de Zuzenak, la fundación vitoriana que promueve la integración de personas con discapacidad a través del deporte. Sale del vestuario y enfila hacia la calle cuando, de pronto, ve a un grupo de chavales entrenar al basket. Ahí mismo tiene una suerte de epifanía. «Me quedé observando, vi que había más gente que había pasado algo parecido a lo mío. El entrenador, Lander Lozano, se percató y me convenció para que probara. Cuando me senté en la silla de ruedas dije... ¡buah! Yo creo que a todos los que somos cojos nos ha pasado esto, te montas en la silla y vuelves a ir a la velocidad que va tu cabeza. Hacía tantos años que no corría... y esa sensación mola mucho»

– Te acabas de definir como coja...

– Sí, claro. Es que cosas como minusválida o persona con diversidad funcional me parecen unos 'palabros' que no van conmigo. Yo soy Agurtzane. Y, objetivamente, soy coja, camino raro. Así que...

Agurtzane es hoy una de las mejores jugadoras de baloncesto en silla de ruedas de España. Está en la Selección y, ahora sí, todas las apuestas van a su favor. Pasado mañana se decide si va a estar en ese grupo de doce chicas que viajarán a Tokio en agosto para los Paralímpicos. La cosa promete. «Tengo posibilidades, aunque no es algo que esté en mi mano: la decisión es del seleccionador, pero yo tengo una ilusión tremenda», admite. A estas alturas, ya le habrá quedado que si Agurtzane se empeña, lo consigue. Y gana.

«Me gustaría que se nos viera como deportistas, no como discapacitados»

Pasar por un trance tan durísimo como el que le tocó a Agurtzane te hace vivir con los pies pegados a la tierra. Y, no, esto no es un juego de palabras de dudosísimo gusto. «Yo tengo muy claro que no voy a poder vivir del baloncesto en silla, que es algo muy bonito, pero que no me da ingresos», resuelve la joven. Para ella, ha llegado ya el momento de que todos empecemos a ver el deporte adaptado sin las gafas de la compasión. «En estos últimos años ha habido una profesionalización, cada vez tenemos más visibilidad pero a mí me gustaría que se nos vea como deportistas, más allá de discapacitados con una historia de superación, de esos pobrecitos que están haciendo rehabilitación», asevera. «Creo que en una década la evolución del deporte adaptado y paralímpico va a ser mucho más evidente: se va a normalizar mucho más», opina.

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