Rahm se topa con un viejo enemigo

El hoyo 6 le birló tres golpes en las dos vueltas que dio a Muirfield Village en 2017 y este jueves reincidió con un doble bogey que le arruinó el día

Viernes, 10 de julio 2020

El golf es uno de los pocos deportes con trampas reconocidas. Obstáculos de arena y agua, vías de servicio, zonas no segadas en las que ... la vegetación crece libre o casi. Luego están otro tipo de cepos, mentales, que son capaces de hacer tanto o más daño que una bola delicada. Y si coinciden ambos se masca la tragedia. Porque los jugadores se asemejan a máquinas, con una capacidad muy por encima de la media humana para aislarse y convivir con el éxito y el fracaso sin que el pulso se les dispare. Pero ninguno ha logrado disfrutar de una memoria residual cero. En algún rincón se esconde la amenaza de un hoyo maldito, una mala experiencia, dispuestos a surgir cuando más daño pueden provocar. Y le tocó este jueves a Jon Rahm enfrentarse a un fantasma del pasado en el Muirfield Village de Dublin, sede de un torneo que no entraba en sus planes disputar.

Fue como pisar una mina tras una caminata en la que hubo de todo, pendientes favorables para imprimir el paso ligero combinadas con repechos rompepiernas que acaban con el resuello. Cuatro pares seguidos para mantener la tónica común posterior al parón de llevarle su tiempo activar la vuelta y una eclosión que invitaba a adivinar en el de Barrika a un candidato que presenta sus credenciales desde el primer día de competición. Se le había escapado en el 10, su primera bandera del día, un birdie de menos de dos metros y acto seguido salvó un par desde casi tres pasos y tras haber remojado la bola. Una por otra.

Prendió la traca con un approach desde casi nueve metros chipeando sobre el rough. Una maniobra perfecta, estética, limpia y eficaz. La bola se eleva medio metro para garantizar botar en green e inicia una rodada en descenso sin separarse un ápice del itinerario establecido. Belleza. Ese dardo certero excitó al vizcaíno para no errar en el siguiente par 5 y mostrar su sangre fría ante una bandera terrorífica en el par 3 que cerró la tacada, protegida por agua y arena y encontró el hueco para un aterrizaje preciso a dos metros y medio.

Un campo que mata

Tres bajo par, a uno de un liderato que no tenía ningún golfista kamikaze dispuesto a romper las estadísticas. Las sensaciones animaban a adivinar en Rahm un juego solvente, sólido, manteniendo las cinchas de un campo que te mata si no le tienes respeto o cometes un error. Perdió un golpe del botín tras la tacada por culpa de una genialidad que no salió bien. Buscó otro envío cenital desde el rough y esta vez pegó muy abajo para elevar la bola pero ésta estaba bajo una franja de césped poco arraigada. El chuletón se llevó también la fuerza necesaria para la propulsión. Técnicamente un sapo que sólo hizo que la pelota avanzara medio paso para seguir enganchada en el rough, pero lo que buscaba era realmente especial.

Le alteró ese aguijón y en el inicio del segundo tramo dejó su botín reducido a la mínima expresión tras su primer búnquer del día. No logró jugar recto en un campo diseñado por Nicklaus en el que lo que no se perdonan son los segundos malos golpes. Dejó un putt para birdie a medio metro y otros dos dados. Recuperó la sonrisa con el par 5 del hoyo 5 y se metió en la boca del lobo. Una salida fuera de límites que le obligó a seguir el juego con bola provisional, prólogo de una secuencia nociva al punto de costarle un doble bogey. Sí, su hoyo maldito, ya catado tres años atrás con una secuencia de doble bogey-bogey. Se salió del guion y perdió otro golpe en el 7 con una salida de búnquer a 16 metros de bandera que se le fue 14 pasos larga.

Estaba fuera del autocontrol que suele mostrar y lo pagó con un viaje del driver al suelo. Hay que descargar tensión, aunque sirva de regocijo para los cámaras estadounidenses. Al menos se dio el alivio de cerrar el día con un birdie de manual. Resopló al retirar la bola de la cazoleta. Había hecho tablas con el campo y el liderato lo dejaba a seis golpes.