Urgente Muere un vizcaíno de 38 años y varios familiares resultan heridos en un accidente de tráfico en Huesca

Qué calor el de aquel día

Francia e Inglaterra disputaron el primero de los partidos del Mundial'82 en el reformado San Mamés, un duelo que se saldó con victoria inglesa por 3-1

Sábado, 10 de diciembre 2022, 00:46

Aunque mi localidad quedaba a la sombra, aquella tarde en San Mamés fue sofocante, 38 grados marcaban los termómetros, así que no sé cómo aguantaba ... Ken Baily con su levita roja, su camisa con la bandera británica, el pantalón negro y sujetando todo el tiempo el estandarte de su club de fans. Ken era el seguidor más famoso de la selección inglesa, un hombre fuera de época, una especie de Dorian Grey, inmutable al paso del tiempo. Ves imágenes suyas del Mundial'66 y ya era tan viejo como cuando viajó a Bilbao para repetir sonriente, ante cualquier cámara -sí, yo también le saqué una foto-, el gesto de la victoria que había popularizado su compatriota Winston Churchill durante su mandato bélico de sangre, sudor y lágrimas. Baily, que murió una década después, era como el inabarcable Serafino, tifoso de la Juve, de la selección italiana y del equipo de su país en la Copa Davis. De la misma estirpe que Manolo el del Bombo, que llora por no haber acudido a Qatar. Personajes en extinción.

Publicidad

Era el primer partido de la Copa del Mundo en un San Mamés de estreno, con las tribunas nuevas, los marcadores electrónicos de Mitsubishi que habían costado 300 millones de pesetas, y que aguantaron hasta el derribo del viejo campo, y también los miles de seguidores ingleses y franceses que se mezclaban en los alrededores de la Catedral sin ningún dispositivo de seguridad para separar a las aficiones fuera del campo, aunque no recuerdo incidentes. Tampoco en Algorta, donde los ingleses acampaban en los prados de La Galea en sus tiendas de campaña, y abrevaban en la lonja que había montado el Getxo de rugby cerca de la estación, todavía de tren, y que, supongo, realizó excelentes recaudaciones por aquellos días de junio de calor sofocante y cerveza fría.

Saqué las entradas en el BBVA, ese que ahora es el Primark, que era donde las vendían de forma oficial. Tribuna de Ingenieros, o Capuchinos para los más mayores. Desde allí se observaban a las hordas bárbaras que abarrotaban las gradas y que, en un momento del partido derribaron, con una avalancha, las vallas de la Preferencia Este. De aquel episodio queda el recuerdo de un niño inglés llorando, de la mano de un policía nacional, mientras buscaba a su familia.

Por esa extraña tendencia de la FIFA a enredar las cosas, y que en el anterior Mundial abocó a Francia a jugar el partido contra Hungría vestido de verdiblanco, con la camiseta prestada por el Kimberley de Mar del Plata, y con los números del uno al once, en el partido entre franceses e ingleses, los súbditos de la pérfida Albión, cuyo uniforme habitual es blanco, jugaron de rojo, y nuestros vecinos del norte, que visten siempre de azul, jugaron de blanco, el color inglés. Cambiaron los dos de uniforme y no había ninguna necesidad.

Publicidad

Asistimos, quienes estuvimos allí, a un momento histórico cuando Bryan Robson, a los 27 segundos de partido, hizo el gol más prematuro, hasta entonces, en la historia de los mundiales. Fue en un saque de banda largo al área, falló Tresor, tocó de cabeza Terry Butcher y Bryan Robson se quedó solo ante Ettori, que con su baja estatura, 1,73 metros, su bigote y su melena, tenía pinta de cualquier cosa menos de portero. Marcó Robson y San Mamés fue la locura.

Tenía buena pinta aquella selección inglesa con Shilton en la portería, Francis y Mariner en la delantera, aunque con la ausencia de Kevin Keegan, que estaba lesionado para el primer partido, pero también presentaba un buen aspecto el equipo francés con Giresse, Platini o Rocheteau, y que acabó cayendo a penalties en la semifinal ante Alemania. Sí, aquel partido en el que Toni Schumacher se convirtió en villano planetario después de partirle la cara a Battison con una patada voladora en la que le provocó una conmoción cerebral y le partió la clavícula y dos dientes. Ni amarilla vio el portero. Así se las gastaban entonces.

Publicidad

En San Mamés, Francia quiso jugar aquel fútbol champán al estilo de su selección de rugby, y dominó algunos momentos a Inglaterra, sobre todo hasta conseguir empatar en un contragolpe que culminó Soler batiendo a Shilton en su salida, pero la segunda parte fue inglesa, y ese dominio acabó con los goles de Robson, de nuevo, y Paul Mariner para acabar ganando 3-1.

Se apagaron, con el pitido final, los impresionantes cánticos ingleses que competían con la recurrente Marsellesa lanzada desde la grada de Francia, y bajo la canícula bilbaína, algunos seguidores británicos se acercaron al parque de doña Casilda para refrescarse en el estanque de los patos. Qué calor el de aquel día.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad