Bahamontes y Loroño en uno de sus duelos.

El inolvidable duelo entre Bahamontes y Loroño

El vizcaíno, que había perdido la Vuelta de 1956 por 13 segundos, batió al año siguiente al toledano en una edición histórica que dividió al país

Martes, 8 de agosto 2023, 09:26

«A las nueve de la mañana de aquel 13 de mayo de 1957, el cura de Larrabetzu tamborileó con sus nudillos sobre la puerta del caserío de Jesús Loroño. No podía esperar más. El párroco y el resto del pueblo estaban impacientes. Querían iniciar ya el homenaje al vecino que, apenas unas horas antes, había entrado en Bilbao como ganador de la Vuelta a España. Un periodista del diario L'Equipe y otro de EL CORREO hacían guardia. Querían una entrevista con el vencedor. «Entrar de líder en Bilbao es algo que no podía ni imaginar. No me hubiera cambiado por nada ni nadie. Si me hubiera ofrecido el mundo entero por mi puesto de líder, lo habría rechazado», contó Loroño. Aún tenía en los oídos el zumbido de casi 200.000 aficionados aplaudiendo su gran triunfo. Y el cura del pueblo, claro, se quería sumar al coro.

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A Loroño (1925-1998) le costó ganar la Vuelta. Entonces todo costaba mucho. De muy crío cogía las bicicletas que los obreros dejaban a la puerta del bar y se daba una vuelta. «Eran muy grandes, así que metía la pierna por debajo del cuadro y pedaleaba», declaró para el libro «Loroño, símbolo del ciclismo vasco». La guerra civil le pilló con once años. Larrabetzu estaba debajo de los búnkers del «Cinturón de Hierro». Silbaban los proyectiles. Rufino, el padre, decidió marchar de allí. Metió lo que pudo en un carro, amarró las vacas y tiró hacia Las Encartaciones, a Sopuerta, lejos de las bombas. «Lo pasé peor que un perro», recordaba el ciclista. Ni siquiera hablaba castellano. Se lo enseñó la bicicleta: los viajes para correr sus primeras carreras. Sus brazos crecieron cortando troncos; sus piernas, en entrenamientos nocturnos a la luz de un farol. De ahí, a la Vuelta.

«La de 1955 fue la primera de las tres Vueltas que tenía que haber ganado». Fue líder ya en la tercera etapa. Pero la selección española era un avispero: cada uno a lo suyo. Bahamontes, Loroño, Bernardo Ruiz, Poblet, Masip y Botella se suicidaron. Y el francés Dotto bailó sobre sus cadáveres con las flores del premio final. La segunda Vuelta que Loroño perdió fue la siguiente, la de 1956. Y por sólo 13 segundos ante el italiano Conterno, vencedor de una edición que mereció el vizcaíno. Así lo contó: «En la última etapa (Vitoria-Bilbao, 190 km.), Conterno me llevaba 43 segundos de ventaja. Le ataqué en Sollube y por la cima pasé con minuto y medio. Conterno estaba enfermo y no podía ni con su alma, pero le remolcaron los suizos y los belgas... Para colmo pinché en el descenso y Luis Puig (seleccionador) tardó una eternidad en darme una rueda nueva. Al final, me cazaron al paso por Las Arenas y llegamos a la meta todos juntos».

Los jueces sólo multaron a Conterno con 30 segundos. Le sobraron trece para recoger esa Vuelta. «Tenían que haberle descalificado. Subió Sollube sin dar pedales. La de veces que me habré podido acordar de aquella Vuelta», lamentó siempre Loroño, otra vez derrotado. Hasta que llegó su año, 1957, en la edición organizada por EL CORREO que comenzó y terminó en Bilbao. Un Vuelta para la historia. Si Italia tuvo el duelo Coppi-Bartali y luego Francia el Poulidor-Anquetil, la Vuelta iba a tener el Loroño-Bahamontes. Hechos para ser irreconciliables. Loroño, serio, noble, aldeano de Larrabetzu. Ciclista completo. Bahamontes, caprichoso pero genial. El mejor escalador.

En el Hotel de Portugalete

Aquella edición se presentó en el Hotel de Portugalete. El Papa bendijo la carrera. Bahamontes había llegado al Puente Colgante subido en su bicicleta. Se bajó del coche en Alsasua y pedaleó hacia Bilbao. Había que entrenar. Quería la Vuelta, una ronda que no ganó tampoco ese año. «En el nombre del señor de las batallas... comience la Vuelta». Con esas palabras partieron los corredores desde Bilbao, por la ría, por Las Arenas, Asua, Durango, Areitio, Eibar, Elgeta, Kanpazar, Urkiola y meta en Vitoria. En la parrilla de salida estaban Geminiani y Bauvin (equipo de Francia), Barbosa (Portugal), Adriaensens (Bélgica), Nencini (Italia), Karmany (equipo Mediterráneo), Gómez del Moral (Centro-Sur), Chacón (Pirenaico), Azpuru y Carmelo Morales (Cantábrico), y, claro, la selección española. La bomba. Compartían maillot los incompatibles Loroño y Bahamontes. Que decida la carretera.

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Bahamontes tenía fama de voluble, de no mantener su palabra, de echar la culpa de todo a sus gregarios. Siempre decía que había una conjura de los españoles contra él. «Loroño era un hombre serio, de los que dan una palabra y la cumplen», comparó Galdeano, gregario de ambos. Aquello tenía que explotar. Y lo hizo camino de Mieres. Con Loroño tercero en la general, Bahamontes atacó y se vistió de líder. Cambio de papel. Loroño entró en la meta con una tormenta interior. Se sintió traicionado. Buscó venganza un día después, en el puerto de Pajares. Se fugó con Morales, Geminiani, Nencini, Campillo y Da Silva. Nieve sobre sus cabezas. Pajares estaba cerrado por el temporal. A Loroño tuvieron que bajarle de la bici. Quería seguir. El Gobierno Civil de Asturias tuvo que pedir ayuda para rescatar a 500 aficionados, bloqueados por la nieve. Loroño, entre tanto frío, era un volcán de rabia. Se vio obligado a esperar.

«Bahamontes podía haber ganado una Vuelta, pero es que dentro de su equipo tenía muchos enemigos. No se fiaban de él porque era un irresponsable, en cualquier momento era capaz de dar la espantada», contó Bernardo Ruiz. El ciclista de Orihuela no podía ni ver al toledano. Así que se alió con Loroño en la décima etapa, con final en Tortosa. «Jesús, tienes el enemigo en casa, no te fíes de él (de Bahamontes). Vente conmigo», ofertó Ruiz. Y se fueron. Loroño se vistió ese día de líder.

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Bahamontes quiso salir a por ellos. Luis Puig se lo prohibió. Tuvo que frenarle con el coche. Galdeano y Barrutia le agarraron del culotte. Esa tarde, Loroño ganó la Vuelta. Su grupo llegó a Tortosa con casi 22 minutos de ventaja. Por la noche, el hotel de la selección era una guerra. Bahamontes no dejaba de gritar, de maldecir. Hasta que Loroño se hartó. Se levantó y le cogió por la pechera. Hubo que parar el puño del vizcaíno. Bahamontes se encerró en su habitación. Dejó la lucha para la etapa siguiente. Olvidó la táctica del equipo y salió como un cohete a diez kilómetros de la meta de Zaragoza. Loroño le atrapó y comenzaron a discutir. Bronca en carrera. El titular de «La Gaceta del Norte» era claro: «Bahamontes, enemigo número uno de Loroño». España, dividida en entre «loroñistas» y «bahamontistas», disfrutaba como nunca. Un Madrid-Barça. Un Athletic-Real Sociedad.

Loroño zanjó la historia en la contrarreloj de 85 kilómetros entre Zaragoza y Huesca: la ganó con seis segundos de ventaja sobre Bahamontes. Al toledano, además y como le había advertido Luis Bergareche (director de la Vuelta), le sancionaron con un minuto de penalización por correr con una rueda de pista. Tres días después, Bilbao recibió en la calle a su ídolo. En el cine Abando echaban «Julio César», con Marlon Brando y Deborah Kerr. Pero esta vez, ningún Bruto apuñaló por la espalda al «emperador» Loroño, que pudo dormir tranquilo agarrado a su triunfo. Eso sí, sólo unas horas después el cura de Larrabetzu le despertó. Había fiesta en el pueblo.

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