En Nueva York, y al piano, el día de su 53 cumpleaños, con Oscar Fried, Eva Gauthier, Manoah Leide-Tedesco y George Gershwin. E. C.
Cultura

Ravel, la música y el sortilegio

150 aniversario. ·

El músico vasco-francés vivió en soledad, sufrió depresión, alcanzó la fama y murió a causa de un mal neurodegenerativo

Viernes, 21 de febrero 2025, 15:25

Día 11 de enero de 1930, sábado. Sala de Les Concerts Lamoureux, en París. Mientras la orquesta interpreta una breve pieza de poco más de ... un cuarto de hora de duración que repite una y otra vez la misma melodía que pasa de una sección a otra, una mujer que asiste al estreno de la obra en su versión puramente instrumental (como ballet se escuchó por primera vez catorce meses antes) se revuelve inquieta en su asiento y repite casi como un mantra: «Loco. Este hombre está loco». El hombre es el autor de la pieza, que en ese momento dirige además la orquesta; y la partitura, el Bolero, una de las composiciones más célebres de todos los tiempos.

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La anécdota, de la que no cabe descartar que sea apócrifa, es reveladora de las contradicciones en la vida y la obra del compositor vasco-francés Maurice Ravel, de quien el próximo 7 de marzo se cumplirán 150 años de su nacimiento. Del contraste entre el éxito y la incomprensión, la fama y la soledad, el perfeccionismo y la enfermedad que lo impide, los deseos y las frustraciones.

Ravel nació en Ciboure, en la 'casa Mazarino', un inmueble construido en 1630 en estilo holandés y llamado así porque fue donde el cardenal se alojó cuando estuvo en la localidad para asistir a la boda de Luis XIV en San Juan de Luz. Su padre era un ingeniero de origen suizo y su madre descendía de una familia esañola. Tuvo un hermano tres años más joven, Édouard, que sería uno de sus grandes apoyos el resto de su vida. Cuando Maurice tenía apenas tres meses de edad, la familia se trasladó a París. Tardaría 25 años en volver al País Vasco francés, aunque su folclore y sus tradiciones le llegarían a través de su madre y serían muy importantes en su vida y su música.

Dotado de un enorme talento, el pequeño Maurice irritaba a sus maestros por la notable indolencia de la que hacía gala. Sin embargo, las relaciones de sus padres con el mundo artístico parisino y a partir de la adolescencia el vínculo con grandes profesores (como Fauré), cambiaron esa actitud. Su amistad con el pianista catalán Ricardo Viñes -a quien Falla dedicaría más tarde su obra más conocida, las 'Noches en los jardines de España'- fue decisiva también a la hora de establecer contactos con Saint-Saëns, Satie y Debussy. Con este último tendría una relación ambivalente, entre la amistad y el recelo. Bajo su influencia, se interesó por las obras de Mallarmé, Baudelaire y Poe, y por las culturas orientales, siguiendo una moda arraigada en Europa entre una cierta clase artística.

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A comienzos del siglo XX, ya era un compositor famoso pero eso no le ponía a salvo de las críticas. Su pose de dandi, siempre vestido con una elegancia clásica, y una timidez que lo convertía en una persona distante estaban perfilando una imagen que mantendría hasta su muerte. Su prestigio hizo posible que fuera también un agitador cultural, creador de sociedades musicales y 'alma mater' de tertulias y reuniones de artistas. O que se distinguiera frente a otros en su defensa de Stravinski tras el gran escándalo del estreno de 'La consagración de la primavera'.

La Belle Époque en la que Ravel había brillado terminó bruscamente con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Pese a que tenía ya 39 años, trató de alistarse. Pero fue rechazado porque su estatura (1,61 metros) y su peso (47 kilos) no lo hacían apto para el Ejército. Desilusionado, movió todos sus recursos para poder ir al frente, y en marzo de 1916, con 41 años recién cumplidos, consiguió ponerse el uniforme convertido en conductor de un camión militar. Una peritonitis lo devolvió a casa y a la vida civil.

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Terminada la guerra, rechazó el nombramiento de Caballero de la Legión de Honor y se trasladó a vivir a Montfort l'Amaury, no lejos de París. Su casa sería a partir de entonces lugar de encuentro de músicos y artistas. Pero vivía solo. No se conoce en la biografía de Ravel relación alguna con una mujer. Tuvo no pocas amigas, como la pianista Marguerite Long o la novelista Colette, quien escribió el libreto de 'El niño y los sortilegios', «No estamos hechos para el matrimonio, somos artistas», solía decir. No faltan, sin embargo, las especulaciones sobre una posible homosexualidad aunque, de ser así, llevada también con una discreción absoluta.

Una estrella solitaria

Solo, deprimido en numerosas ocasiones, cuando salía de su casa Ravel ofrecía una imagen diferente: la del hombre de éxito que se comportaba como una estrella. Cuando viajó a EE UU y Canadá en 1928 para una gira de conciertos de tres meses, parecía más una estrella de Hollywood que un compositor. Cuenta Jean Echenoz en 'Ravel' que se desplazaba con numerosas maletas y baúles porque, entre otras muchas cosas, llevaba 60 camisas y 25 pijamas. En América obtuvo éxitos aún mayores que los de Europa. Allí conoció a Douglas Fairbanks, la gran estrella del cine de aventuras y comedia, y a Charles Chaplin, en la cima de su celebridad. También visitó a George Gershwin, a quien admiraba por haber incorporado elementos del jazz a sus obras. Seguramente es una leyenda, pero se dice que años antes, durante una visita del autor de la 'Rapsodia in blue' a París, hubo un encuentro entre ambos. El americano le pidió algunas recomendaciones técnicas para sus obras y el francés le respondió con una pregunta: «¿Para qué quiere ser usted un Ravel de segunda si puede ser un Gershwin de primera?»

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A su regreso de la gira, Ravel ya daba muestras de que su salud flaqueaba. Tenía algunas dificultades con la escritura y le costaba encontrar la palabra exacta mientras charlaba con sus amigos. Nada de eso, sin embargo, fue perceptible en el concierto que dirigió en Bilbao en noviembre de ese mismo año, en la sala de la Sociedad Filarmónica y al frente de la Sinfónica de la capital vizcaína.

Su estado se agravó a consecuencia de un accidente sufrido cuando viajaba en un taxi por París, en octubre de 1932. A partir de ese momento, no pudo disimular sus dificultades. Durante un concierto en enero de 1933 fue incapaz por momentos de mover sus manos para dar indicaciones a los músicos. Meses después, cuando nadaba en la playa de San Juan de Luz, quedó literalmente inmovilizado y hubieron de sacarlo del agua. Menos de un año después ya era incapaz de escribir.

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Sus últimos años de vida fueron aún más solitarios. De vez en cuando recibía alguna visita y con frecuencia estaba con él su hermano. Pero su memoria, tan importante a la hora de entender su música, era un agujero negro en el que todo iba perdiéndose. Murió el 28 de diciembre de 1937, tras una delicada intervención quirúrgica en el cerebro de la que no se repuso. Cinco meses y medio antes había fallecido también tras una operación similar Gershwin, quien tanto le admiraba y a quien tanto admiró. En el caso de Ravel, el diagnóstico más probable apunta a una demencia causada por una enfermedad neurodegenerativa. Fue como si la aficionada que asistió al Bolero hubiera hecho un sortilegio. Y como si él fuera consciente. La Historia, o la leyenda, dice que cuando su hermano le contó el comentario de la mujer sobre su locura, Ravel se limitó a contestar: «Es la única que lo ha entendido».

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