Así le ven. Caricatura de Concetta Probanza (2025).
Lecturas

La poesía vital de Félix Maraña

'Vivir entre comillas'. ·

El escritor y periodista reúne los poemas que ha escrito durante su enfermedad y las caricaturas que le han dedicado sus amigos, empezando por Oteiza

Sábado, 6 de diciembre 2025, 00:12

Félix Maraña (León, 1953) se ha pasado la vida leyendo, escribiendo y compartiendo poesía, la suya y la de otros. Para él es «un ejercicio ... de búsqueda» y una manera de rebelarse «contra lo que no nos deja ser humanos». 'Vivir entre comillas. 20 poemas de amor y otras canciones sin fecha' (Ediciones Búho Búcaro) nace de esta convicción, de su bagaje como autor, editor y periodista cultural y de sus vivencias del último año y medio, marcado por la enfermedad.

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En 2024 le diagnosticaron miositis, una dolencia degenerativa. «En este momento no me puedo tener de pie, pero los médicos me han dicho que mi mente va a estar lúcida hasta el último segundo», explica. «Ante una enfermedad como esta, que tiene sus enseñanzas, sobre todo morales, uno tiene dos opciones: esperar y desesperar. Si desesperas, a todo tu entorno le generas una tensión, un disgusto que no conviene a nadie. Yo siempre he dicho que la poesía nos mejora, nos humaniza. El propio Celaya solía decir que la poesía crea amistad y, si no es así, no es poesía».

Su libro, una 'plaquette' de pequeño formato que se edita bajo demanda en la colección que dirige Pilar S. Tarduchy (oskimak@msn.com) es una reunión de amigos, o mejor dicho dos: dedica sus poemas a otros escritores -Elena Román, Jesús María Cormán, Víctor Claudín, Gerardo Markuleta, Javier Mateo Hidalgo, la catedrática experta en Unamuno Ana Urrutia Jordana...- e incluye «un pequeño museo de caricaturas que responde a la amistad de mucha gente»; muestra cómo le ven entre otros ilustradores Iván Tamayo, Jaime Capdevilla (KAP), Kim y Fer, «dos colegas de 'El Jueves'», Xaquín Marín, Adolfo Luzuriaga (Txispas), Zulet y, por supuesto, Jorge Oteiza.

Un tal Winston Benetxe

Tiene grabado en la memoria el día que se conocieron, un 4 de agosto, cuando el escultor llamó por teléfono al periodista veinteañero porque había leído sus artículos sobre poetas hispanoamericanos. «Estaba eufórico y me invitó a cenar. 'Ya he cenado'. '¡Pues se cena otra vez!'». Quedaron para desayunar al día siguiente junto a la playa de la Zurriola. «No he conocido a ningún ser humano como él», asegura. «Cuando entraba en un lugar, desaparecíamos todos los demás». En sus largas conversaciones, Oteiza «solía repetir mil veces que somos lo que compartimos y todo lo demás son anécdotas. Él expresó lo que pensaba donando en vida todos sus bienes materiales y sus derechos al pueblo de Navarra».

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En más de cuatro décadas de trayectoria, 'Vivir entre comillas' es su tercer poemario. Entre 'Ataduras de noche y arena' (L. Haranburu ediciones, con prólogo de Fernando Aramburu) y 'El bosque no es un árbol repetido' (Huerga y Fierro) pasaron 42 años, aunque ha publicado muchos poemas en antologías y revistas literarias. Fue uno de los impulsores de 'Kurpil' y 'Kantil', «que reunían a un grupo de personas muy diversas», y a veces firmaba con el seudónimo de Winston Benetxe, que suena vasco y cosmopolita. «Incluso le inventé una biografía».

El periodista y el poeta conviven sin estridencias. «Cuando escribo un artículo para el periódico -como los que firma en Territorios- jamás pienso en el compañero de la facultad ni en este escritor ni en aquel. Quiero que sea un texto que entienda cualquier lector y le motive para buscar otras referencias». En poesía cultiva el soneto, «que es muy exigente y sirve para ordenar el pensamiento, aunque está mal visto. He solido decir en broma, pero en serio, que hace unos años mandabas un soneto a una revista y te lo devolvían. Incluso corrías el riesgo de que te pusieran una multa».

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En 'Vivir entre comillas' combina esta y otras composiciones en un tono sereno, «como quien grita sin ira/su dolor o su alegría». Pasa a limpio «anotaciones, apuntes enojosos, tachaduras y añadidos», da instrucciones al notario, ofrece el parte meteorológico (con cenizas) del día que se despidió de Gabriel Celaya, que al igual que él no nació en San Sebastián pero se hizo donostiarra. Habla con humor de los «poetas sindicados» -que lo primero que hacen «es entrar en Google para buscar la verdad del todo»- y contesta a una pregunta de su nieta de diez años que es «poesía pura»: '¿De qué color es la muerte, aitona?'. «En la cultura judeocristiana tenemos pánico a la muerte, ni estamos preparados ni queremos que se nos hable de ella, tiene una especie de halo de oscuridad. Pero mucho más misterio que el fin de la vida es el principio», sostiene. «Dónde estoy, por qué estoy aquí y para qué he venido».

Cuando el 30 de septiembre murió el cantautor Pablo Guerrero, el libro ya estaba en proceso y escribió un poema para la contraportada dedicado al autor de 'A cántaros' junto a una fotografía de 1972. «Le conocí en Pamplona, le hice una entrevista cuando dio su primer concierto en la ciudad y hemos tenido una relación de amistad», cuenta. El periodista y el poeta se dan la mano.

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