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El centenario del nacimiento de Luis Martín-Santos (1924–1964) supone un acicate para volver sobre la vida de un intelectual comprometido con su tiempo y autor de una obra innovadora, tanto en el campo de la medicina y la salud mental –destacó en el estudio de los problemas del alcoholismo– como en la narrativa y el pensamiento. Aunque en los libros de texto 'Tiempo de silencio' (1962) ha sido la impronta de su obra literaria, la creación del autor donostiarra –nació en Larache (Marruecos) donde estaba destinado su padre, médico militar, pero a los cinco años se trasladó con su familia a San Sebastián– va mucho más allá de aquella obra que, como ha reconocido el escritor salmantino Valentín Martín a este periódico, fue la novela de toda su generación.
Martín-Santos fue un adelantado a su tiempo, una mente de lucidez y raciocinio y un ciudadano consecuente con su visión del mundo y la realidad histórica y política española. Su muerte a los 39 años, en un accidente de coche por él conducido en Vitoria, truncó su carrera como médico cirujano, psiquiatra y escritor, que había de ser sobresaliente como lo son sus textos inéditos, que publicará Galaxia Gutenberg dentro de la edición crítica del conjunto de su obra. La tragedia de su vida venía precedida de la muerte de su joven esposa, Rocío Laffont, apenas un año antes. Sus tres hijos, su gran preocupación, quedarían al cuidado de la familia paterna y un consejo de familia.
Los más diversos testimonios avalan su condición de intelectual de vanguardia, llamado a ser protagonista del nuevo tiempo cultural y político. Su amigo, el abogado y político José Ramón Recalde, destaca el perfil distinto del donostiarra de su tiempo, incómodo en una sociedad «que no le permitía ni su agnosticismo ni su socialismo, pero mucho menos todavía su brillantez». Tenía una mente despierta y formada tanto en la ciencia médica como en la filosofía. En ambas disciplinas se ayudó de su estancia en Heidelberg, becado por sus expedientes académicos sobresalientes. A los diecisiete años comenzó a estudiar Medicina en Salamanca, siendo el licenciado más joven del país. Posteriormente se doctora en Madrid, con la dirección de Pedro Laín Entralgo. En la capital entabla relación con escritores y artistas. Tuvo una especial complicidad con Juan Benet, con quien con quien llegó a promover un manifiesto en defensa del «bajorrealismo».
Todos los testimonios de quienes le trataron directamente, tanto médicos (Carlos Castilla del Pino, Iñaki Barriola, Vicente Urcola, José Leon Careche, Juan José Lasa, José Luis Munoa), como escultores (Jorge Oteiza y Eduardo Chillida), pintores (Bonifacio Alfonso, Rafa Balerdi, José María Ortiz, Javier Usabiaga), músicos (Pascual Aldave), cineastas (Mario Camus, Antxon Ezeiza, Víctor Erice, Elías Querejeta) y políticos (Enrique Llopis –secretario del PSOE en el exilio–, Joan Raventós, Enrique Múgica, J. R. Recalde) coinciden en resaltar su brilllantez expositiva y su inteligencia sobresaliente. La misma que advirtieron intelectuales como Miguel Sánchez-Mazas y Julio Caro Baroja.
Oteiza, quien ya en 1963 propuso llevar al cine 'Tiempo de silencio' junto con la novela 'Los buenos negocios', de Gabriel Celaya, decía que cuando hablaba Luis su discurso fluía como si estuviera escrito en un panel invisible de su mente. Sánchez-Mazas afirmaba que se sabía de memoria todo lo que había leído, que podía explicar toda la filosofía y pensamiento de Sartre, de Heidegger, de Jaspers, de Ortega y Gasset o de Unamuno con una claridad expositiva y crítica «que deslumbraba». Al filósofo Martín-Santos le interesaba Unamuno particularmente por su dialéctica, por el modo de enfrentarse a los problemas de su tiempo con discurso, discusión y propósito moral.
El doctor Barriola contaba que Luis vivió siempre deprisa, y deprisa caminaba, aprendía, estudiaba, comprendía y hasta conducía su vehículo, al que le hizo un agujero en el bajo por donde soltaba la propaganda política contra el régimen. Insistía en el papel del intelectual y abogaba por plantear su actividad dentro de ese paraguas del realismo y el compromiso. Fue ante todo un hombre de pensamiento, porque todas sus actividades, la médica, la política (su nombre clandestino era Luis Sepúlveda, con el que firmaba artículos en el periódico 'El Socialista') y la narrativa estaban encaminadas a explicar su visión del mundo.
Para saber más
Juan Benet
(1987) Cuatro piezas con una galaería de retratos de la vida cultural madrileña
P. Gorrotxategi
(1995) Médico de profesión, el autor se doctoró con una tesis sobre Martín-Santos.
José Lázaro
(2009). Esta biografía fue galardonada con el XXI Premio Comillas.
Aunque tenía medios para ser parte de una burguesía acomodada –su padre fundó el Sanatorio Médico Quirúrgico al que dio nombre en la capital guipuzcoana– toda su conducta estuvo encaminada a intentar cambiar la sociedad por procedimientos razonados y democráticos. En política no era partidario de acciones revolucionarias sino de estrategias inteligentes, que en ese momento él asociaba a la socialdemocracia. Militante clandestino, tenía una actitud crítica con cierto dogmatismo, que para él representaba entonces su vecino y amigo Enrique Múgica, militante a la sazón del Partido Comunista. Múgica sería uno de los primeros lectores de 'Tiempo de silencio',que fue mecanoescrita en las oficinas del Ateneo Guipuzcoano por un guardia civil que hacía horas extras de oficina en una institución presidida por el padre de Luis.
La novela obtuvo el reconocimiento inmediato de la cultura española y fue valorada en diversos medios de comunicación franceses y anglosajones, lo que le animó a escribir la segunda de la trilogía, 'Tiempo de destrucción', que quedó inconclusa. Precisamente en vísperas de su muerte, Martín-Santos había viajado a Salamanca a recoger información para dicha novela, en la que aparece la historia de un maestro de escuela, Demetrio, abuelo del novelista, en una escuela rural del pueblo salmantino de Topas. Este maestro llevó a cabo un programa revolucionario en la España de principios del siglo XX, al lograr que todos sus vecinos aprendieran a leer y escribir. Las estancias del largo verano infantil de Luis en ese pueblo de Salamanca hacen que el novelista conozca la pobreza del medio rural, pero también la riqueza de vivir en la naturaleza.
Según testimonio de Josefa Rezola, prometida de Martín-Santos en el momento de su muerte, el viaje a la ciudad donde estudió Medicina tenía también por objeto hacer alguna gestión para ver la posibilidad de optar a una plaza de profesor en dicha Universidad. El psiquiatra vasco siempre tuvo como horizonte la Academia, ser profesor de Medicina en la Universidad. Porque estaba dispuesto a la proyección de sus conocimientos, a la dialéctica, el debate razonado y el contraste de ideas. Como en Salamanca, quiso también ser profesor en la Universidad Central en Madrid y se presentó a unas oposiciones junto con su colega Carlos Castilla del Pino, pero Martín-Santos estaba marcado como un miembro destacado de la oposición al régimen de Franco y pesaba en su expediente haber sido detenido y encarcelado en varias ocasiones (1958-1959-1962).
Donde pudo ejercer su vocación pedagógica y dialéctica a la vez fue en las sesiones de la Academia Errante, una suerte de universidad popular ambulante en la que participaron entre 1957 y 1962 intelectuales vascos (Oteiza, Luis Mitxelena, Caro Baroja, y el grupo de médicos vascos antes referido, entre otros) y en cuyas sesiones se planteaban las cuestiones más candentes, entre otras el papel de España en la nueva Europa. En una de sus intervenciones habló de los dos vascos del 98, Unamuno y Baroja. Cuando, presionado por Melitón Manzanas, su promotor, Anjel Cruz Jaka, decidió cerrar aquella plataforma de discusión y encuentro, Luis le pidió que no lo hiciera. Le dijo que lucharían por mantener esa tribuna a falta de una universidad en Gipuzkoa, cuya primera facultad no se crearía hasta 1968. Martín-Santos participaría en todas las instancias culturales de su tiempo (Ateneo Guipuzcoano, Asociación Artística de Gipuzkoa, Espelunca) donde su verbo y su pensamiento convocaban el máximo interés.
El hombre que creía en la «condenada belleza del mundo», como reza el título de uno de sus cuentos, murió en Vitoria el 21 de enero de 1964, después de una agonía de 24 horas, donde, consciente de su final, tuvo tiempo de expresar su voluntad de que se respetara su ateísmo y no ser enterrado con rito religioso alguno. En aquel último viaje le acompañaban su padre y su amigo Francisco Ciriquiain, ambos heridos.
La consternación por su muerte en la vida de San Sebastián fue grande, tanto por quienes le estimaban como por sus enemigos políticos o religiosos. Jaka afirmaba que el vacío y desolación por su muerte no fue menor que el que padecieron en 1956 con la muerte de Pío Baroja. Luis había acudido en Madrid al sepelio de don Pío, junto con otros jóvenes intelectuales vascos, como Javier Bello Portu, Paulino Garagorri y su amigo Joaquín Pradera.
Martín-Santos no era una isla. Coetáneos suyos, surgen en el País Vasco un conjunto de novelistas que forman, como él, parte de la mejor historia de la literatura. Ramiro Pinilla (1923) gana el Nadal en 1960 ('Las ciegas hormigas'). El donostiarra José María Mendiola logra también el Nadal en 1962 ('Muerte por fusilamiento'). Mendiola afirmaba que Luis le había tratado médicamente, aplicándole programas de psicoanálisis, atención médica que le había ayudado a superar una grave depresión. A 'Tiempo de silencio' se le privó en 1962 del premio Pío Baroja en San Sebastián, sin duda por la intervención de dos jurados venidos de Madrid que hicieron saber a las autoridades que aquella novela era de un enemigo del régimen. El vitoriano Ignacio Aldecoa (1925), un año más joven que Martín-Santos, ya había publicado en los años cincuenta tres de sus más celebradas novelas neorrealistas, como 'El fulgor y la sangre' (1954). La muerte temprana de Aldecoa (1969) segó otra trayectoria literaria.
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