Los obreros conquistan el centro del cuadro
Una mirada distinta ·
El ocaso de la pintura académica dio paso al protagonismo del trabajo y los cambios sociales en una etapa histórica decisivaBegoña Gómez Moral
Viernes, 21 de junio 2024, 19:39
En 1900, justo en el umbral del siglo XX, la revista 'Blanco y Negro' publicó una ilustración de Vicente Cutanda donde se ve al pintor ... sentado frente al caballete. Vestido con chaqueta gruesa, la cabeza cubierta por un sombrero de fieltro y el rostro oculto tras el lienzo, tiene ante sí la caja de óleos y sostiene la paleta en la mano izquierda. El protagonismo, sin embargo, es para dos obreros que, quizá haciendo un alto en su tarea de palear carbón, observan el trabajo del artista. Sobre el fondo difuso de vapor y humo se distingue la forma de un vagón de mineral que da sentido al título: 'En los Altos Hornos: arte y trabajo'.
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Esa escena condensa el interés de la pintura por temas que hasta entonces rara vez habían alcanzado los estratos más altos del arte pero que, en poco tiempo, llegarían a ocupar el pódium de los grandes certámenes europeos disputando -marco contra marco- la atención del público con los temas históricos, alegóricos y mitológicos que todavía eran, a ojos de la mayoría, los únicos que merecían la denominación de gran arte. Algunos grandes del Academicismo, como Cabanel, Alma-Tadema o Bouguereau, vivieron hasta el tramo final del siglo XIX y la primera década del XX sin dejar de vender, incluso antes de estar terminados, grandes lienzos sobre las vicisitudes de Moisés, Fedra, Cleopatra o Heliogábalo.
Centrada en España y con el foco sobre un breve lapso de apenas 25 años, desde 1885 a 1910, El Museo del Prado presenta una exposición que brinda la oportunidad de aproximarse a los frutos artísticos nacidos de la profunda transformación social de la época, cuando, coincidiendo con el largo ocaso de la pintura académica, los lienzos se poblaran de obreros, accidentes, pescadores, reivindicaciones y campesinos. La vigencia es absoluta, ya que los años de transición entre el siglo XIX y el XX son decisivos para entender las consecuencias de los cambios fraguados en las sociedades occidentales durante las décadas previas y para observar el germen de ideas y formas de entender el mundo que repercuten hasta hoy.
La política de lo social ocupó un lugar central en la vida pública y cultural del siglo XIX y dio lugar a un número creciente de obras sobre teoría y economía política. Desde antes de la publicación del Manifiesto Comunista, en 1848, «un fantasma» recorría Europa y ese hecho, unido al desarrollo de la fotografía y el cine, que aún conservaban intacta la reputación de capturar la realidad, dieron lugar a una exaltación de la objetividad en la representación y a un estilo naturalista similar al que había triunfado en otros países, aunque tamizado por el estudio de Velázquez.
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Aunque no hay registro exacto sobre fechas, Vicente Cutanda vivió durante un tiempo en Barakaldo, visitó las acerías vizcaínas y plasmó su actividad no solo en ilustraciones para revistas, sino también en lienzos monumentales. Sus temas tampoco se ceñían al trabajo diario de forma exclusiva. Cutanda figura entre los principales representantes de la pintura social española y en 1892 obtuvo una primera medalla en la Exposición de Bellas Artes por un lienzo que alcanza los cinco metros y medio de base. Se trata de 'Una huelga de obreros en Vizcaya', que interpreta las revueltas del sector de la siderurgia -hay registrados más de 50 conflictos laborales en la industria vizcaína en la última década del siglo XIX- para dotarlas de la amplitud y retórica propias de la épica academicista y transformar en héroes a sus protagonistas.
Tras la Guerra Civil el cuadro se consideró inadecuado. Fue descolgado, enrollado y olvidado en un almacén. Su marco, tallado en madera imitando vigas de acero con su roblonado, desapareció. Perdido durante décadas, el lienzo fue recuperado y restaurado en 2001. En la exposición del Prado ocupa la pared central de la sección sobre huelgas y reivindicaciones sociales con un marco nuevo copiado del original. Junto a Cutanda, José Uría, Lluís Graner y Antonio Fillol, entre otros, describen el radicalismo y la épica obrera, la clandestinidad y el enfrentamiento, sin olvidar la represión y la muerte como posible resultado. En una sala aparte se reúnen dibujos, grabados, carteles y fotografías sobre el mismo aspecto de la inestabilidad social con dibujos de Santiago Rusiñol de las fisonomías de algunos anarquistas imputados en el atentado del Liceo.
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El mismo esquema siguen las demás secciones del recorrido, que ha estado al cuidado de Javier Barón, jefe del Área de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Museo. Cada sala trata un matiz con las obras más representativas mientras, en un espacio aparte, a modo de gabinete, se recogen dibujos, carteles y fotografías que dotan de dimensión y riqueza al contenido. El tema que da inicio al recorrido trata el trabajo en el campo y es con certeza el que mayor peso soporta en términos de tradición. Las representaciones de la vida campesina son incontables a lo largo de la historia del arte, aunque en la mayoría de los casos se tratase de escenas cómicas o pintorescas en las que los campesinos se divertían, se relacionaban o representaban figuras alegóricas más o menos idealizadas. No era tan habitual verlos en el duro quehacer diario y ese es el cambio esencial en este periodo. Pintores y escultores tratan de separarse del costumbrismo anterior recurriendo a grandes formatos y a un estilo naturalista. Los campesinos de Enrique Martínez Cubells se parten el espinazo cavando en una tierra que no parece darse por aludida, igual que las 'Escardadoras' de Laureano Barrau se vuelcan sobre un campo que el pintor describe con una minuciosidad que permite reconocer cada planta.
Las mujeres, en teoría, no se ocupaban de los trabajos más duros y peligrosos, pero asumían las tareas más tediosas e ingratas, agravadas por las diferencias salariales y la carga familiar. Sometidas a la mismas deficiencias de higiene y seguridad, la misma inestabilidad laboral y peores salarios que los, ya insuficientes, de los trabajadores varones, las trabajadoras, que habían colaborado siempre, sin sueldo, en las faenas del campo y la pesca adquieren en esta etapa una nueva dimensión que se refleja en obras paradigmáticas como 'La niña obrera', de Joan Planella.
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Después del trabajo en el ámbito rural, la exposición recorre las tareas incesantes del mar y de la industria. Se percibe la influencia de las primeras vanguardias en el trabajo de los artistas, que, a través de modistas, hilanderas, planchadoras, criadas, sardineras, sirgueras y doradoras, ilustran el trabajo de la mujer. Sucesivas secciones trazan una amplísima panorámica sobre el peso de la medicina, la educación y la religión en el arte de un momento trascendental en nuestra historia sin eludir aspectos dramáticos como los accidentes de trabajo, la prostitución, la marginación social, la emigración y la muerte.
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