Una máquina de palabras
El tren inspira expresiones cotidianas que hablan de retos, oportunidades y confrontación, siempre de gran envergadura
Guillermo Gómez Muñoz
Viernes, 26 de septiembre 2025
200 años después del primer viaje en tren es indiscutible el impacto que este medio de transporte ha tenido no solo en nuestra forma de ... vida, sino también en nuestro uso de la lengua. Curiosamente, la palabra «tren» es anterior a la invención del ferrocarril. Se usaba ya en el siglo XVII y es una adaptación del francés 'train' (lo que se arrastra). Los ejércitos, por ejemplo, tenían carruajes en los que transportaban lo necesario para la tropa y a los que se denominaba 'tren de equipajes'. Ahondar en la etimología del francés 'train' nos lleva al 'trahere' latino (arrastrar), origen a su vez del 'traer' castellano. Por otro lado, el sinónimo de uso más culto «ferrocarril» se documenta por primera vez ya con las locomotoras rodando por las vías (s. XIX). El vocablo es un compuesto que alude a los dos carriles de hierro por los que circulan los vagones. De los dos lexemas es quizás más interesante detenerse en 'carril'. En sí es un derivado adjetival de 'carro', originado a partir del 'carrus' latino que, a su vez, es un préstamo de alguna lengua céltica, cuya raíz indoeuropea 'kers' aludía a la acción de correr. El 'carril', antes de ser vía, se refería al surco que dejaban en el camino las ruedas del carro.
Pero dejando de lado la etimología, el invento del ferrocarril ha influido también de forma notable en nuestras expresiones cotidianas. El lenguaje metafórico no es exclusivo de la poesía y es precisamente este recurso retórico el que transforma expresiones del ámbito ferroviario en dichos populares. Así, uno 'se sube al tren' o 'no deja pasar un tren' para no perder una oportunidad y obtener algún tipo de beneficio, a poder ser, por 'la vía rápida'. De lo contrario, se arriesga a entrar 'en vía muerta', solo y desamparado, como esas locomotoras grafiteadas que a veces pueden contemplarse en la playa de vías de las grandes estaciones. Con el nuevo curso -y para no variar- la política continúa siendo 'un choque de trenes', en el que unos y otros tratan de demostrar a la ciudadanía que son capaces de llevar al país a toda máquina a un nuevo edén en el que podamos 'vivir a todo tren'. Aunque esta política de la confrontación constante genere en más de uno unas ganas irreprimibles de 'salir pitando', como una locomotora que llegara tarde a su destino. Y entre tanta frustración y tanto cabreo generalizado, quizás solo nos quede el descanso de contemplar la belleza, en el arte, o en el cuerpo ajeno, que en simple y llano lenguaje ferroviario es lo mismo que decir que 'está usted como un tren'.
Y así, al compás del gustirrinín del chacachá al que cantaba El Consorcio, que pasen otros 200 años. Aunque, a decir del revuelo mediático estival, viajar en tren en la actualidad produce más animadversión que perder un derbi contra el eterno rival. Parece que España esté 'perdiendo el tren' de lo que, durante décadas, ha sido una apuesta de gobiernos de distinto signo político, hasta convertirse en el segundo país del mundo en kilómetros de alta velocidad. El reto del presente es mantener o incrementar la inversión para seguir ofreciendo un servicio de calidad. El del futuro, terminar proyectos eternizados (como la Y vasca y su conexión con la meseta) o desarrollar conexiones ferroviarias que no se empeñen en perpetuar los diseños meramente centralistas que parten y llegan al kilómetro cero. De lo contrario, el dulzón vaivén de ese chacachá soñado y proyectado puede acabar en una estación.
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