Los fotogramas del desastre climático
Reportaje ·
El cine ha encontrado en las consecuencias de los fenómenos meteorológicos extremos un terreno fértil para advertir sobre la deriva del planetalaura lazcano
Viernes, 22 de noviembre 2019
Dejando atrás la paranoia nuclear y las amenazas radiactivas de un Hollywood atrincherado contra lo soviético y empecinado en camuflar proclamas anticomunistas poco sutiles en ... sus alegatos de ciencia ficción de serie B de los años 50 y 60, podría decirse que estas producciones de género de la época suponen un precedente de la conciencia medioambiental que permeó el cine a partir de la década de los 70. El hecho de que los pilares temáticos de la ciencia ficción de la edad de oro se centrasen en los viajes espaciales, las invasiones alienígenas y la destrucción del planeta, a menudo daban lugar a escenas de un posible holocausto nuclear como espejismo recurrente. Narrativas del desierto como campo de pruebas atómicas, de extraterrestres personificando el enemigo externo de EE UU, de científicos llevando a cabo experimentos fallidos, todo ello para culminar con la destrucción del planeta tal y como lo conocemos. Así, es la ansiedad que se desprende de estas imágenes la que entronca directamente con la estética de la destrucción, que diría Susan Sontag; o la sospecha de que el cine de ciencia ficción reflexiona a través de sus fotogramas sobre la catástrofe, no sobre la ciencia. Convicción que por otra parte está presente en ambas épocas.
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Las películas de los 70 de mensaje ecologista pueden interpretarse así como una evolución más orgánica de lo que podría parecer a simple vista del cine de ciencia ficción de las dos décadas anteriores. El mensaje de que la humanidad se encuentra en peligro y el sentimiento de urgencia presente en títulos como 'El día del fin del mundo' (Roger Corman, 1955), 'Surgió del fondo del mar' (Robert Gordon, 1955), 'El fantasma de las 10.000 leguas' (Dan Milner, 1955), 'La noche en que el mundo explotó' (Fred F. Sears, 1957) o 'El día en que la tierra se incendió' (ValGuest, 1961), entre otros, enlaza con el cariz postapocalíptico que habitará gran parte del imaginario de la producción cinematográfica posterior. Aunque ambos bloques confluyen en el deber de proteger la civilización ante el inminente peligro de destrucción del planeta, es a partir de los años 70 cuando surge una cierta autocrítica ante la necesidad de repensar malos hábitos. Y es ese mayor protagonismo que adquiere el clima lo que cristaliza en todo un corpus cinematográfico que encuentra su reflejo en las imágenes de destrucción y supervivencia de la humanidad.
De esta manera, cineastas como Cornel Wilde, Douglas Trumbull, Richard Fleischer, Michael Anderson o John Frankenheimer inauguran una nueva era de activismo y reflexión sobre el compromiso de la sociedad con su entorno. Por ello, era frecuente en este tipo de cine que las películas comenzasen con una entradilla en la que el narrador informaba del estado del planeta mientras se ilustraba su discurso con imágenes que confirmaban la fatalidad: es el caso de 'Contaminación' (Cornel Wilde, 1970), donde se establece que la polución, la superpoblación y la hambruna son algunos de los mayores obstáculos provocados por el clima hasta la fecha.
En muchos títulos el tránsito hacia un lugar mejor es la única esperanza del ser humano
Últimas especies
Una de las obras más interesantes en las que se alerta de las consecuencias de ignorar estas señales es 'Naves misteriosas' (Douglas Trumbull, 1972), en la que un astronauta cuya misión es cuidar y mantener con vida las últimas especies vegetales de la Tierra a bordo de una estación espacial cerca de Saturno se ve obligado a decidir el futuro de la humanidad. Dirigida por Douglas Trumbull, uno de los técnicos de efectos especiales más renombrados y responsable del trucaje de películas como '2001: Una odisea del espacio' (1968), 'Encuentros en la tercera fase' (1977) o 'Blade Runner' (1982), entre otras, 'Naves misteriosas' cuenta con un atractivo diseño de producción en el que merece la pena recrearse; prueba de ello es que su estética influyó posteriormente en directores como Spielberg o George Lucas.
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Otro título que muestra las consecuencias del desastre ecológico venidero es 'Soylent Green' (Richard Fleischer, 1973), sobre un detective que decide investigar el origen de un alimento sintético que se raciona entre los habitantes de un Nueva York asolado por un problema de superpoblación y una ola de calor permanente. Recordada probablemente por su reveladora escena final, 'Soylent Green' muestra cómo la inacción ante el cambio climático genera una brecha cada vez mayor entre clases sociales utilizando para ello la nostalgia en el plano de la ficción –recurso a menudo aprovechado para concienciar al espectador en este tipo de películas–, en una secuencia en la que un abuelo describe al protagonista el sabor de la mermelada de fresa, alimento ya al alcance de pocos. Y es con esa sensación de que cualquier tiempo pasado fue mejor que la década de los 70 abre paso a un corpus cinematográfico sobre el clima más consistente cuya única certeza reside en un presente reconocible en el que la naturaleza se encuentra en pleno proceso irreversible de rebelión.
Una de las películas que mejor capta ese sentimiento de terror cotidiano inexplicable relacionado con el medio ambiente es 'El incidente' (Shyamalan, 2008), donde un profesor descubre que las plantas han comenzado a expulsar una toxina letal que afecta a las facultades humanas provocando que la gente pierda el control de sus actos y termine quitándose la vida de forma aparentemente voluntaria. Lo que en un principio desata el caos por su condición aleatoria, pronto se revela como un proceso de exterminio silencioso y calculado en lo que parece la naturaleza tomando represalias y reaccionando contra la humanidad, constatándose así las peores sospechas de que ya hemos participado bastante en el declive del planeta. El uso del espacio y la decisión de no ceder a las típicas escenas grandilocuentes que podrían desatarse en una situación así es lo que convierte 'El incidente' en una historia tan espeluznante. Otros dos casos en los que se confirma la intuición de que ya no hay vuelta atrás son 'Take Shelter' (Jeff Nichols, 2011), en la que un padre de familia sufre alucinaciones apocalípticas de un tornado y se dedica a construir un refugio ante el descrédito de todos, y 'The Bay' (Barry Levinson, 2012), que utiliza de forma bastante efectiva el metraje encontrado para narrar la historia de una plaga letal relacionada con la ecología y cómo afecta a una pequeña localidad de EE UU.
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El peligro de destrucción atómica asociado a la Guerra Fría evolucionó hacia el mensaje ecologista
Excusas
Asimismo, no es una coincidencia que los personajes de estas ficciones recurran a excusas antes de aceptar que, efectivamente, ha llegado el momento de hacer frente a las consecuencias del cambio climático: si en 'Take Shelter' se juega de forma ambigua con la enfermedad mental como posible explicación al comportamiento aparentemente errático de la única persona que ve venir el cataclismo, en 'The Bay' y 'El incidente' se recurre al terrorismo para dar respuesta al extraño fenómeno que viven sus protagonistas. Por tanto, que en nuestro imaginario sea más plausible el terrorismo o la locura a la hecatombe medioambiental resulta sintomático del proceso de negación de la realidad en el que aún está inmersa gran parte de la sociedad.
Por otra parte, que la ciencia ficción sea un género de anticipación cobra ahora un sentido ligeramente amargo ante las ficciones ambientadas en un futuro cercano en el que ya se han cumplido los peores vaticinios: hemos llegado a un punto de no retorno, lo que arroja desde según qué sectores una mirada quizá más cauta al cine de catástrofes. Aquí se enmarca un filme como 'Snowpiercer' (Bong Joon-ho, 2013), que situándose solo un año más tarde su estreno describe cómo se ha regresado a una especie de Edad de Hielo a partir de un experimento fallido para frenar el calentamiento global y por ello, los últimos supervivientes de la Tierra deben viajar a bordo de un tren fabricado por un millonario. Se trata, pues, de un medio de transporte con todos los lujos imaginables pero que a su vez alberga compartimentos destinados únicamente a los pobres. Incluso es posible encontrar un guiño a 'Soylent Green' en la escena en que se revela de qué están hechas las barritas proteínicas con las que se alimentan los ciudadanos de segunda. Al igual que en 'Naves misteriosas', el hecho de que la trama se desarrolle únicamente en un espacio cerrado y móvil sugiere la idea de un futuro nómada en tiempos de desesperación y del vehículo como último refugio para la humanidad.
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Paisajes apocalípticos
Es también la temperatura extrema el problema que plantea 'Young Ones' (Jack Paltrow, 2014), un western atípico de apariencia retrofuturista, aunque esta vez el clima ha convertido en desierto gran parte de una región. El paisaje postapocalíptico pasa por una sequía permanente en la que sus protagonistas no dudan en matar para conseguir agua. Y es precisamente la voluntad de un filme como 'Young Ones' de mostrar cómo es posible adaptarse a la adversidad ecológica en un contexto futuro en el que, paradójicamente, no parece haber futuro lo que comparten dos títulos como 'Waterworld' (Kevin Reynolds, 1995) y 'Mad Max' (George Miller, 2015). Amén de aferrarse ambos a una estructura de 'blockbuster' muy similar: un tirano aprovecha la situación de caos provocada por las condiciones del desastre climático para erigirse como opresor en un contexto en el que conseguir cualquier tipo de recurso equivale a jugarse la vida. En el caso de 'Waterworld', los polos se han derretido cubriendo la Tierra de agua, por lo que a los que sobrevivieron no les queda otro remedio que vivir literalmente en el mar o en fortalezas hechas de chatarra. 'Mad Max', por el contrario, se desarrolla en el desierto, en una región en la que el enemigo se ha apropiado de toda el agua. Como ya se ha reflejado anteriormente en otros títulos, parece que el tránsito es la única esperanza del ser humano. Por ello, los personajes de ambas películas se afanan en buscar lugares cuya existencia se pone en duda: la Tierra Seca en 'Waterworld' y el Lugar Verde en 'Mad Max', o sus arcadias particulares, pues está demostrado que cualquier incertidumbre es mejor que seguir como están.
Por último, llegados a este punto cabría preguntarse si realmente hay voces discordantes en el panorama cinematográfico actual o reina la tendencia postapocalíptica de catástrofes por el mero disfrute. Sin ir más lejos, que la conciencia medioambiental de los villanos de Marvel y DC se complemente con la ausencia de moral y la máxima maquiavélica del fin justificando los medios da que pensar sobre cómo se puede retorcer y desacreditar un discurso en función del tipo de personaje que lo pronuncie. Atrás quedaron las intrépidas heroínas de Miyazaki ('Nausicaä del Valle del Viento' o 'La princesa Mononoke'), cuyo propósito pasaba por concienciar del peligro de destruir la naturaleza. Si bien los discursos de ambas épocas apelan al egoísmo humano, la solución de Thanos ('Vengadores: Endgame') y del rey Orm ('Aquaman') únicamente contempla perpetuar esa violencia que denuncian. Quizá la conclusión es que a día de hoy no impresionan tanto las tormentas y los huracanes desbocados que los líderes políticos de 'Geostorm' (Dean Devlin, 2017) pretenden utilizar como arma arrojadiza contra otros países, sino la naturalidad con la que los jóvenes alumnos de 'La última lección' (Sebastien Marnier, 2018) han asumido que ellos serán la última generación que habitará la Tierra.
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