'La maja vestida', 1807.
Artes plásticas

Despertar con la casa en llamas

exposición ·

Reyes, brujas, locos, majas, duquesas y algunos monstruos, cónsules de Francisco de Goya en la Fundación Beyeler, en Basilea

begoña gómez moral

Viernes, 22 de octubre 2021, 21:46

Francisco José de Goya y Lucientes fue el último gran pintor del pasado y el primero de la modernidad, cronista visual de su tiempo y, ... quizá más que nada, explorador de la psique. También de la suya. En un autorretrato a contraluz pintado con el tipo de pincelada ligera que le ha convertido en abanderado del futuro y pionero del Impresionismo, mira al espectador desde debajo del enorme sombrero con el ala ancha que usaba para colocar velas encendidas y trabajar de noche. Según su hijo Javier, el único que sobrevivió de los siete que tuvo con Pepa Bayeu, prefería dar los últimos retoques siempre con esa luz artificial que le permitía ajustar las pinceladas finales al encaje de una mantilla o el hilo de oro de un entorchado. La luz entra como un bloque sólido por la ventana y siluetea el cuerpo del artista, que la chaquetilla de majo apenas puede contener. Del mismo modo su obra pone a prueba las costuras de cualquier definición, incluso la suya: «Mi trabajo es simple, revela idealismo y verdad».

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El hecho de que solo alrededor de un tercio de sus pinturas sean autorretratos o retratos en sentido estricto no impide que haya referencia a la figura humana en casi todo cuanto salió de su pincel. Desde los grandes lienzos con los retratos familiares de la nobleza -el infante don Luis, los duques de Osuna y Carlos IV- hasta el apunte rápido en el margen de una carta, ni el personaje más ínfimo en una escena multitudinaria, trazado apenas con un gesto del pincel o un puñado de incisiones de buril, carece de expresividad si se mira con suficiente atención. No es de extrañar que, también el Expresionismo, el Simbolismo y el Surrealismo cuenten con Goya entre sus filas y que, en el panteón de grandes retratistas, destaque entre los que han captado de forma más precisa la historia, el trauma, la belleza, la superchería, el horror, la gracia y la tradición de una época a través de los rostros de sus coetáneos.

'Besugos' (1812).

La época que le tocó vivir no escatimó en acontecimientos. Su biografía se extiende desde Fuendetodos a Burdeos entre 1748 y 1828, un arco temporal en el que Europa y España se volvieron del derecho y del revés varias veces: la Revolución Francesa y sus efectos, las guerras napoleónicas y la restauración de la monarquía. En ese tiempo se sucedieron en el poder una serie de líderes autoritarios y liberales en un paisaje ideológico marcado simultáneamente por la Ilustración, el Catolicismo y la superstición.

La exposición se centra en el período de madurez, a partir de su sordera

Atávico y moderno

En medio de todo ello, transcurre Goya, que partió de los discretos orígenes aragoneses, navegó por las intrigas y envidias de la corte y se exilió en Francia. Siempre preocupado por hacer carrera y por tener en buen orden la vertiente económica, fue sucesivamente pintor del rey, pintor de cámara y primer pintor de cámara, lo cual no le impidió lamentar más de una ocasión tener que «pintar por dinero». Atávico y moderno, de Aragón le quedaban algunos buenos amigos y el gusto por las viandas que de vez en cuando se hacía llevar hasta la corte. Llegó a comprar una de las primeras 'sillas volantes' de Madrid, un coche ligero de dos ruedas que al parecer acabó en la cuneta el primer día. Luego tuvo un birlocho y vestía a la moda de París, como correspondía a un pintor cortesano con el éxito que disfrutó Goya. Durante su carrera sirvió a cuatro monarcas: Carlos III, la personificación del absolutismo ilustrado; su hijo, Carlos IV, para bien o para mal con María Luisa de Parma a su lado; José Bonaparte durante el lapso que ocupó el trono y, antes y después, Fernando VII. Entretanto, a los 46 años -más o menos por las fechas en que los franceses guillotinaban a Luis XVI- tras una enfermedad de varios meses, Goya se quedó sordo.

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La exposición de la Fundación Beyeler, en Basilea (Suiza), se centra en el período creativo posterior a ese cambio fundamental, el de la pérdida de audición y la madurez de Goya, al que pertenecen la mayoría de sus obras más reconocidas. A pesar de ello, la obra que abre el recorrido es 'El pelele', uno de los amables -aunque no exentos de ambigüedad- cartones para tapices destinados a El Escorial. Atrás queda el joven que antes de los 20 años intentó en dos ocasiones y sin éxito entrar en San Fernando. La primera vez no recibió ni un solo voto, igual que cuando intentó obtener un estipendio para ir a Italia; finalmente tuvo que pagar de su bolsillo la estancia de dos años con la que completó su formación. En la Academia de San Fernando entró veinte años después.

Izquierda, 'La marquesa de Montehermoso', 1810. Derecha, 'La actriz Antonia Zárate', 1810.

Fama posterior

Tras su muerte, la fama internacional de Goya empezó a salvar fronteras a través de los 'Caprichos', la colección de grabados hechos entre 1797 y 1798, que corrió como agua entre quienes no podían más con el academicismo. La fama de la serie de 80 estampas lo convirtió para los románticos franceses en uno de los faros -en palabras de Baudelaire- que, solo de vez en cuando, iluminan a la humanidad para intentar comprenderse a sí misma. La célebre plancha número 43, que reza 'El sueño de la razón produce monstruos' y se ha convertido en una especie de manifiesto personal atribuido al aragonés, representa a Goya medio dormido, o medio despierto, mientras murciélagos descomunales planean a su alrededor y un búho le acerca con gesto inescrutable los utensilios de trabajo. Junto a los 'Caprichos', 'Tauromaquias' y 'Desastres', que suman en la exposición suiza alrededor de sesenta dibujos y treinta grabados, la muestra incluye casi todas las categorías pictóricas que Goya transitó: escenas de género, alguna composición histórica y retratos. Entre ellas se cuentan pinturas rara vez expuestas por pertenecer a colecciones privadas o a museos norteamericanos. Ese es el caso de 'Besugos', que pertenece a la serie de varios bodegones que pintó entre 1806 y 1812. Como en el resto de los cuadros de la serie, el pintor crea un fondo neutro sobre el que coloca los cuerpos inertes de los animales, nada más; ni manteles, ni platos, frutas o jarras con agua al fondo: el efecto lleva la impronta Goya.

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'Autorretrato en el taller', 1790-1795.

El aragonés explota las costuras en su papel de enlace entre el viejo y el nuevo orden, de nieto de Velázquez y abuelo de Manet. Con su pincel amalgama el peso autoritario de la tradición y la expresividad de la pintura del futuro. Pero una parte permanece en sombra. La arquitectura de Renzo Piano y los espacios diáfanos de la Fundación Beyeler agrandan su gloria y su misterio, cuya clave oscila entre la mirada de un perrillo faldero con un lacito rojo en la pata y los esqueletos de niños colgados de un árbol, como quien no quiere la cosa, al fondo de un aquelarre.

Precisamente las vertiente más oscura de la obra de Goya, las llamadas 'Pinturas Negras', que bajo ningún concepto pueden abandonar El Prado a causa de su fragilidad, han servido de plataforma para una pieza audiovisual encargada por la Fundación con motivo de la muestra a Philippe Parreno. El objetivo del artista -francés de origen español- ha sido una aproximación expresionista a la 'Quinta del sordo' y una minuciosa reconstrucción en 3D que nos permite imaginar la disposición y efecto de las misteriosas pinturas que Goya plasmó directamente en las paredes del viejo caserón junto al Manzanares.

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