Rosa Chacel tenía carisma y apuraba cada momento. Archivo

El «apetito integral» de Rosa Chacel

Defensa de lo vivido. Anna Caballé compone otra biografía monumental de una escritora tan entregada a las letras como a la propia existencia

Eduardo Laporte

Viernes, 29 de agosto 2025, 22:50

No hay una efeméride concreta que haya motivado la publicación de esta rica biografía sobre Rosa Chacel (1898-1995), pero puestos a buscar una, podríamos ... hablar de los cien años de un croissant. Del momento en que el matrimonio formado por una escritora en ciernes y su marido (el pintor Timoteo Pérez Rubio) prueba por vez primera el café créme acompañado de su primer croissant en el Café de la Régence, en el corazón del París de los felices años veinte. Pequeña epifanía que la autora de 'Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel' consigna por cuanto tiene de celebración del hecho de estar vivos. «Con razón sostiene la escritora al evocar aquella mañana de 1925 que a veces son las pequeñas cosas de la vida las que impregnan nuestra memoria y la expanden infinitamente, más que una visita al Louvre o a Notre Dame, porque son recuerdos que forman parte de una experiencia personal capaz de anidar en la vida íntima». Sin querer queriendo, tanto Chacel como Caballé demuestran, con esa defensa de lo vivido, la primacía de la novela o la poesía frente a otras formas de conocimiento a menudo tratadas con más prestigio, como el ensayo. En este caso, con un bollo disfrutado no muy lejos, en tiempo y espacio, de la famosa evocación de Proust.

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Porque la memoria, como el en caso de Proust y de Joyce, autores que dejaron huella en Chacel, sería el material con el que nutriría gran parte de sus obras, incluidos sus diarios. En una conferencia de 1987, Rosa Chacel reconocería que tenía una memoria tan «colosal» que recordaba cosas anteriores a su vida. Porque la memoria también se activa si uno tiene interés, pasión, ganas de vivir la vida, de comérsela incluso, y esa hambre la cultivó durante toda su vida la escritora.

Lectura difícil

Si bien el personaje, a juzgar por el retrato que de ella hace Anna Caballé, resulta seductor y atractivo, la propia biógrafa reconoce que su «concepto de la palabra, cargado de sutilezas y dobles sentidos, resulta a veces muy costoso de seguir». Llama la atención por tanto el abordaje biográfico de una escritora cuya obra se juzga con reservas, con respeto, como si lo realmente interesante no fuera tanto su obra como su vida. Claro que quizá ese sea el motor de toda biografía que merezca la pena, hablar de ese «ser trabajado», concepto nuclear que la propia Caballé aborda en otro libro suyo, 'El saber biográfico' (Nobel, 2021).

Tenía una memoria «colosal» y ese era el material con el que nutría gran parte de su obra

No fue hasta 1976 cuando la casi octogenaria escritora alcanzó un reconocimiento sin ambages tras la publicación de 'Barrio de Maravillas', basada en los recuerdos de dos niñas en la Malasaña (Madrid) de principios del siglo XX. La propia Chacel, tras releer la obra al tiempo de su publicación, reconocería que el éxito pudo venir por el título de resonancias populares, pero que el contenido le resultó «inaguantablemente abstruso», valoración con la que Caballé reconoce que no puede estar más de acuerdo. Así, ¿por dónde empezar a leer a Chacel quienes aún no lo hayan hecho? Caballé sugiere un libro peculiar, rareza bibliográfica pues no es muy habitual que una escritora se entregue a la tarea de escribir la biografía… de su propio marido. Así, 'Timoteo Pérez Rubio y sus retratos del jardín' se convertiría, según Anna Caballé, «en su texto tal vez de lectura más deliciosa». Se circunscribe, a priori, a las convenciones del género para abrirse después, según la descripción editorial, a varias historias encerradas en su interior plasmadas desde un punto de vista nada ortodoxo.

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Secretos latentes

En esa clave de vida que oculta muchas vidas hay que entender la de Rosa Chacel y también la biografía de casi quinientas páginas que, tras sus trabajos sobre Francisco Umbral, Carmen Laforet o Concepción Arenal, ha dedicado Anna Caballé a la autora de 'Barrio de Maravillas'. Una existencia en la que se custodiaron distintos secretos, como se apunta en el título, 'Íntima Atlántida', en referencia a esa civilización oculta: «…los secretos se irían acumulando en su vida». El primero, como un pecado original, haber sido engendrada deprisa y corriendo, pues su madre se casó embarazada de ella, en una boda precipitada que alimentó toda clase de habladurías.

Así, como la biografía de Umbral se cimentó sobre secretos y la vergüenza de un origen proscrito (hijo de una madre soltera de padre desconocido), la de Chacel recorre parecido camino fantasmal. «Todos sus personajes alimentan secretos que nunca son desvelados», leemos, y también que la palabra «secreto» quizá sea la más repetida en su obra.

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Como hubo secretos en el matrimonio entre el pintor Timoteo y la escritora, discípula de Ortega. Sobre todo por parte de él, amigo de llevar a las modelos a su estudio de pintura, a menudo durante días, con las consecuencias previsibles de tanta cercanía. Así, «el tema de la fidelidad, el adulterio, el engaño y la traición se repetirá en diferentes escalas y proporciones, pero estará siempre presente», se dice en 'Íntima Atlántida'.

Comerse el mundo

Y todo ello se apuntaba ya en su primera novela, 'Estación. Ida y vuelta', obra que escribió durante los cinco años que el matrimonio vivió en el extranjero, desde 1922 hasta 1927, en una buena muestra de apetito vital que incluyó el episodio de aquel croissant que evocaría Chacel con su memoria de elefante. El relato de aquellos años de viaje por Europa, gracias a una beca de la Academia de España en Roma, resulta una delicia de leer en esta biografía, como esos dos meses en la Venecia y la isla de Burano anterior al turismo de masas.

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Escribió la biografía de su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio, que era infiel con sus modelos

Chacel escribía porque no podría vivir sin hacerlo, como contestó en una entrevista a sus ochenta y tantos años. Escribía por «las ganas, en su sentido más vital, animal, en suma, el apetito integral». Y prueba de ello, en sentido literal, de esa «voracidad vital» es el menú del que dio cuenta, con noventa y tres años, tras una conferencia en Segovia. Ante el dilema de cochinillo o cordero asado, optó por las dos opciones. «Bebió vino, tomó un arroz con leche de postre y todavía tuvo agallas para pedir después un puro y una copa de orujo», leemos.

Quien fuera su marido había muerto años antes, justo cuando la escritora conoció el gran éxito con su 'Barrio de Maravillas', y su ausencia supuso todo un renacimiento personal. Un volver a aquellos tiempos de Italia, esos años «purísimos» en los que ella no era «un dragón erizado». En cualquier caso, nos queda un fuego que esta completa biografía se encarga de acercarnos sin que nos queme.

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