Joyas de provincias
Lejos de Madrid y Barcelona, la apuesta de las editoriales se basa en catálogos muy cuidados
IRATXE BERNAL
Viernes, 22 de julio 2016, 14:30
Tres de cada diez libros editados en España nacen descentrados. Se publican geográficamente fuera de los centros empresariales del sector editorial, que en nuestro país están muy focalizados: Madrid, con 28.830, y Barcelona, con otros 19.431, copan el 60,7% de los títulos registrados en 2015, según el Ministerio de Cultura. Tras ellas, y ya a una enorme distancia, la tercera provincia por volumen de publicaciones es Valencia, con 4.572. Estos datos dibujan un muy desigual mapa productivo en el que incluso se aprecian auténticos páramos, pero que también (y cada vez más) deja espacio a proyectos editoriales que han encontrado su hueco en el mercado gracias a sus ambiciosos catálogos. Nada de biografías de paisanos ilustres o gloriosos episodios de la historia local. No. Ellos han empadronado a Guy de Maupassant en Santander, André Breton en Logroño y Bertolt Brecht en Segovia.
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La mayor parte de estas publicaciones parten de editoriales muy pequeñas tanto que muchas son unipersonales y el 65% no llega a los diez títulos por año, característica que imprime al proyecto más carácter que su ubicación geográfica. Especialmente desde que internet, sea como canal de ventas o de promoción, ha permitido a los lectores acceder a una verdadera biblioteca de Babel en la que pueden encontrar lo que quieran, esté o no contemplado por las grandes sellos.
«Para nosotros ser de La Rioja no supone ninguna desventaja. Nadie da importancia a dónde haces las cosas, sino a cómo las haces. Cuando alguien del extranjero nos pide una referencia geográfica para situarnos bromeamos diciéndole que estamos muy cerca de Bilbao», ríe Julián Lacalle, uno de los socios fundadores de la ya veinteañera Pepitas de Calabaza. «Al final es tu catálogo y el tratamiento que das a los libros, que en casi todas las editoriales pequeñas es muy artesanal y muy cuidado, lo que decide a los autores a darte los derechos de publicación y lo que anima a traductores y diseñadores a colaborar contigo», coincide Javier Fernández Rubio, editor de El Desvelo, que lleva siete años publicando desde Cantabria.
Una ventaja
Descartada la idea de que ser de provincias resulte por sí mismo un inconveniente, hay quien incluso lo ve como una ventaja. «Comercialmente tienes que tener presencia fuera de tu casa, eso es indiscutible. Pero la cercanía a la gente que te conoce que se da en una ciudad pequeña también ayuda. Es un público que, si bien es menor, es muy fiel porque puede acudir a tus presentaciones y enterarse por los medios locales de lo que haces. En Madrid y Barcelona hay mucho ruido y más competencia incluso a ese nivel local del que hablo. Puedes estar de moda un tiempo, pero luego desapareces porque son otros los que se ponen de moda. Para mantener en el tiempo un proyecto con tan pocos recursos para la promoción como éste, no puedes perderte en esa vorágine», explica Iban Petit, uno de los tres editores de la donostiarra Expediciones Polares.
Esta editorial que apenas lleva un año en el negocio y que acaba de presentar su sexto libro, un ejemplo de que efectivamente ya no hay fronteras por ser periférico. 'El café celestial' es el diario de Stuart Murdoch, el líder de la banda Belle and Sebastian, quien se dirigió a ellos para ofrecerles el manuscrito después de saber que una de las canciones del rupo aparecía en una novela publicada por ellos. «Aquí no hubo intermediarios de ningún tipo. Yo estaba en mi casa haciendo una tortilla de patata para cenar cuando vi que nos escribía un 'email' el propio Murdoch. Así de prosaico», ríe.
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Para otros, quedarse en su lugar de origen cuando el sello ya goza de prestigio, en vez de trasladarse a una capital con mayor población y, por tanto, más posibles lectores, también tiene mucho de compromiso social. «Nosotros optamos por permanecer en Segovia porque nos parece que algo de la actualidad cultural, de la vanguardia, debe llegar también al público de las ciudades de provincias», explica Carlos Rod, uno de los fundadores La uÑa Rota.
«El nacimiento de esta editorial vino propiciado por la implantación en Segovia de la Facultad de Publicidad. Empezó a concentrarse y moverse por aquí gente joven que llegaba de otros sitios. Pero todos ellos se acababan marchando. Es muy raro que alguien se quede a construirse una carrera en Segovia, pero nosotros, que somos de aquí, creímos que irnos era hacer un flaco favor a la gente que nos había apoyado desde el principio, desde instituciones públicas hasta los bares donde colocábamos los primeros fanzines. Hemos preferido quedarnos y utilizar nuestra pequeña reputación para hacer cosas interesantes en nuestra casa», insiste.
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Por pura tranquilidad
De hecho, para celebrar su vigésimo aniversario, La uÑa Rota acaba de abrir un local permanente donde promocionarán iniciativas culturales de todo tipo. Desde recitales y lecturas a exposiciones y conciertos. «Estamos muy ilusionados con que gracias al proyecto los chavales de los institutos de aquí puedan, por ejemplo, asistir a una charla de un dibujante o ilustrador de fuera», subraya.
También hay quien, como Fabio de la Flor, editor de Delirio, reconoce abiertamente que elige mantener el proyecto en casa por «pura tranquilidad». «Hay a gente a la que le gusta estar en todas las pomadas. No es mi caso. Prefiero dedicar mi tiempo a ver pasar ovejas, sin distracciones. Delirio no se mueve de Salamanca, es así como consigo dormir», dice taxativo. «Nunca he tenido ningún problema por ser de un sitio u otro. Edito a autores vivos, bastante vivos, y, cuando aceptan reunirse conmigo y dejan que les explique el tratamiento que voy a dar a su obra y el grado de participación que van a tener en el proceso, ellos deciden si comparten mi punto de vista o no. Que no lo comparten o ni siquiera me dejan explicárselo, pues no pasa nada. Hay mucha gente que escribe y escribe muy bien. Hay mucho donde elegir, muchos proyectos por delante».
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Estas palabras de De la Flor resumen lo que de verdad caracteriza a estas empresas; desmarcadas de las grandes compañías del sector (o por lo menos de la inmediatez de sus modas), han recuperado la figura del editor creador, artesano, que escoge minuciosamente qué publica y cómo lo publica. «Todos editamos lo que nos gustaría leer y descubrir (o redescubrir) a nuestros lectores, siempre que nuestro presupuesto nos lo permita. Unos optan por ceñirse a un género, otros sólo trabajan con autores vivos y otros prefieren conformar un catálogo variado en el que entren también obras poco conocidas de autores clásicos», explica Julián Lacalle. «Yo incluso me atrevería a afirmar que es en estas pequeñas editoriales donde realmente hoy se genera creatividad. Sabemos que parte de nuestro atractivo está en hacer de cada libro un objeto de deseo, casi de capricho a veces. Y nos esmeramos mucho en lograrlo, tanto en la forma como el contenido», afirma Javier Fernández Rubio.
Tanto el fundador de El Desvelo como Iban Petit son además autores, un perfil bastante frecuente en estos pequeños sellos en los que a veces detrás de todo el proceso productivo puede llegar a haber una única persona. «La mitad del mes soy editor. La otra mitad, empaquetador», resume De la Flor, que no escribe, pero sí maqueta, diseña y hasta envía los libros de Delirio. Él sí vive fundamentalmente de la editorial, pero la mayoría de sus colegas compagina esas tareas con otros trabajos que puedan surgir.
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«Con veinte años a nuestras espaldas, el nuestro se puede considerar ya un sello consolidado, pero, aunque se pueda, raro es el mes en que se cobra de la editorial por no comprometer al proyecto. Vivimos para esto, pero no vivimos de esto», sentencia Lacalle. «Este es un sector que funciona básicamente con autónomos. Lo son la mayoría de los editores y lo son todos los traductores y diseñadores. Hay firmas que cuentan con colaboradores con los que trabajan siempre, pero hay otras que también hacen de eso, de no tener a nadie fijo, algo positivo y se animan a buscar para cada proyecto a diferentes profesionales, lo que aporta frescura al resultado final», subraya Carlos Rod, el único de sus cuatro socios que La uÑa Rota tiene en nómina. «En nuestro caso, cada libro tiene su propio balance y cobramos todos colaboradores incluidos en función del resultado de ese libro. Eso nos obliga a vivir de otra cosa», ejemplifica Iban Petit ahondado en la incertidumbre económica del sector.
Esta precariedad también hace que, obligados a tener otras fuentes de ingresos más allá de las ventas, sus responsables conciban estas pequeñas editoriales como proyectos 'mestizos' en los que también se da cabida a otras iniciativas culturales, como el Encuentro de las Artes y la Poesía en el Medio Rural que durante diez años organizó Fabio de la Flor y el Festival Internacional de Cine Documental Musical de Donostia (el Dock Of The Bay) que desde 2007 promueven los chicos de Expediciones Polares.
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Canales de venta
Esos proyectos paralelos, además de un apoyo económico, son un respaldo en términos de prestigio, que, si hay suerte, redunda en un mayor interés público por la editorial, al menos en su entorno geográfico. Pero quien se deja la piel en crear un catalogo de publicaciones que incluye obras de Samuel Beckett y Karl Max, recopila poemas de Pier Paolo Pasolini, publica el ensayo sobre la educación de las hijas con el que Mary Wollstonecraft crió a Mary Shelley o edita una biografía de Serge Gainsbourg espera tener lectores más allá de su ciudad. Ahí toca contar con las distribuidoras y patearse uno mismo las librerías.
«Antes de contar con la distribuidora, nosotros hicimos un estudio de las librerías españolas en las que nos gustaría estar y nos dedicamos a visitarlas. Para las editoriales veteranas es más fácil, porque ya tienen un catálogo, pero hasta entonces a las distribuidoras tampoco las interesas. Sin embargo, también tengo que decir que hay mucho librero que apuesta por este tipo de títulos, que le gusta poder ofrecer algo más que los best sellers de moda o los libros de los programas escolares No sé, igual lo hacen por labor social», bromea Iban Petit.
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«Para empezar a trabajar con una editorial nueva, estudiamos el proyecto y tenemos que ver que es sólido e interesante, que suscitará el interés de un nicho de lectores», explica Mónica Díaz, directora de UDL, la principal distribuidora de libros en papel de España. Esta firma surgió de la fusión de varias distribuidoras regionales y, aunque no se dedica exclusivamente a las pequeñas, sí supo ver que en los autores olvidados y los aún no descubiertos por los grandes sellos había negocio. O sea que, pese a los bajos índices de lectura y la caída del gasto en bienes culturales, hay mercado más allá de los best sellers.
De hecho, pocos de muchos suman más que muchos de pocos. Sólo había que facilitar el acceso a las librerías a esos aventurados editores que arriesgaban apostando por autores u obras con teóricamente menos demanda. «Los libreros ven cómo caen las ventas y tienen que administrar sus presupuestos para comprar libros. Cada vez pueden permitirse menos 'caprichos' y compran pensando en quién es su cliente y qué va a poder vender. Por eso las editoriales pequeñas e independientes, que no pueden respaldarse con grandes campañas de publicidad, tienen que trabajar mucho más y nosotros con ellos también.Pero, cuando hacemos las cosas bien, acabamos contando con la complicidad de los libreros. Por otro lado, el espacio que hay en las librerías es finito y, afortunadamente, la oferta amplia. La rotación y el tiempo de permanencia de los libros van ligados a las ventas. Si un libro se vende mucho, puede permanecer durante años en los puntos de venta. En cambio, si en dos meses no se ha vendido ningún ejemplar, lo más probable es que se devuelva a la distribuidora o al editor directamente», subraya la responsable de UDL.
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Libros vivos
«Aquí también es verdad que las ediciones son ajustadas con una media de 600 a 1.000 ejemplares por título y los tiempos distintos. Hay libros que por lo que sea funcionan o vuelven a tener tirón un año o dos después de salir al mercado. Comprar después de ese tiempo un libro publicado por una gran editorial es imposible, pero yo en cambio sí tengo un pequeño 'stock' en almacén de todo lo que he publicado para que los libros sigan vivos», señala Javier Fernández, de El Desvelo. «Yo los tengo en casa explica Fabio de la Flor. He comprado unas estanterías baratitas y, como mis libros son pequeñitos y todos del mismo formato, al final sólo supone aumentar el grosor de los tabiques quince centímetros. Cuando veo que de uno de los títulos me quedan menos de 25 ejemples, imprimo más», explica el responsable de Delirio, que desde un principio optó por no trabajar con ninguna distribuidora. «Yo voy a las librerías y les enseñó lo que hago. Y pasa lo mismo que con los autores; hay muchas. No hay que llevarse mal rato ni disgustarse con nadie porque no le gusten tus libros. Buscas en otra parte alguien que comparta tus gustos y tus puntos de vista y listo. A mí me gusta ser amigo de los libreros y de los autores, me gusta el trato directo con ellos y no quiero que otro haga esa labor de representación de mi trabajo por mí», insiste.
Y luego queda internet, que todos emplean como medio de venta pero también de promoción. «Propicia mucho el intercambio de recomendaciones entre lectores y las redes sociales tienen también mucha influencia. El día que cuelgas una reseña de una novedad puedes vender tres libros en una tarde y tres libros en una tarde para nosotros es un mundo», dice Iban Petit. La venta 'on line' también ha propiciado la aparición de un perfil de lector muy comprometido. «En general, son muy fieles. Dejan que les descubramos autores e incluso nos los descubren ellos a nosotros, y muchas veces optan por comprar los libros directamente a través de nuestra web para apoyar más directamente el proyecto», concluye Lacalle.
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