Qué buenas manos

'Ma solitud'/'Mi soledad' son veinticinco minutos de fantasía blanca. Un recorrido de la comedia a la ilusión en el que sus manos crean diminutas figurillas de gran plasticidad poética. Guillem Albà reduce en su espectáculo tanta fertilidad creativa por centrarse en un experimento de proximidad con las manos como herramienta. Las manos, o sea el contacto y lo tangible. Un homenaje a las manos recobradas que hoy están presas en teclas y pantallas. Un acto singular de formato mínimo para volver a compartir lo simple. Un espectáculo de humor y emoción.

Escenario vacío. Una mesita con una caja artesanal toscamente rematada que esconde secretos aunque deja un tocadiscos a la vista. Se oye el vinilo y Guillem Albà elige un sonido relevante y lo baila, la flauta, la percusión, hasta los surcos rayados, a cuyo ritmo actúa como un instrumento más que replica a los otros. Tras la tapa del cajón unos apliques añaden a sus cinco dedos dos diminutas manos, dos piernas, una cabeza, nuevos usos a repartir entre los dedos activados por la melodía. El actor empuña después un títere que se le parece, y entre lo postizo y lo real crea una mágica dialéctica narrativa. El títere vive, interacciona, sufre o goza con el portador, su cuerpecillo dialoga con él, lo mima, se ayudan… 'Ma solitud' logra instantes hipnóticos de razón y emoción, con juego, sorpresa, humor...

Sean precavidos, Guillem Albà forma turnos sólo para dos decenas afortunadas.