El amplio aliento de Mena

Que al Concierto para violín de Beethoven no le sobra ni una sola nota lo dejó bien claro Midori con una manera de tocar que reivindicaba la ternura pero también la firmeza, la técnica inequívocamente unida a la musicalidad, la capacidad de ver lo mismo arrestos heroicos en su movimiento inicial que el espíritu de danza en su Rondó o, como muestra incomparable, de convertir el Larghetto casi en una balada celestial. Se lo puso fácil Mena con un acompañamiento de amplio aliento, denso e imponente, presente en la medida exacta que requiere la elegancia de estar y no hacerse notar demasiado.

Tras Beethoven hubo lugar a una propina (Bach), pero Mahler cerró la velada de una forma que nada más podía añadirse. La vena mahleriana la lleva Mena desde sus tiempos al frente de la BOS y de su mano la Primera tomó un halo de gran trascendencia. Con su habitual gesto elástico y musical, a veces rayano en lo extravagante (la propia obra lo es), firme como la raíz que se aferra a su dilatada experiencia, marcó el carácter de todos los temas de la sinfonía (a destacar el solo de contrabajo en el arranque de la marcha fúnebre) hasta desembocar en su atronador final, en el que la orquesta castellanoleonesa pudo refrendar a placer el lustre de sus metales junto al esplendor de su cuerda.