«Era auténtico, transmitía verdad en todo lo que hacía», dice Igor Yebra de Eusebio Poncela, compañero de escena en dos montajes
Trabajaron juntos en 'Esto no es la casa de Bernarda Alba', una versión libre del clásico de Lorca, y en 'El beso de la mujer araña', de Manuel Puig, la última obra de teatro que protagonizó el actor de Vallecas
«Era un hombre auténtico, sin filtros. Te decía lo que pensaba a la cara, ya fuera algo bueno o malo. En la actualidad yo ... creo que habría tenido muchos problemas...», reconoce con un punto de ironía Igor Yebra (Bilbao, 1974), en conversación telefónica desde Montevideo, poco después de recibir la noticia de la muerte de Eusebio Poncela. Los recuerdos se le agolpan pero no se le hace un nudo en la garganta. Todo lo contrario.
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En su estado de ánimo se imponen «la alegría por haberlo conocido y las ganas de seguir adelante porque eso y mucho más te transmitía Eusebio». Trabajaron juntos en 'Esto no es la casa de Bernarda Alba', una versión libre del clásico de Lorca, y en 'El beso de la mujer araña', de Manuel Puig, la última obra de teatro que protagonizó el actor de Vallecas. En ambas producciones, que pudieron verse en 2018 y 2023 en el Teatro Arriaga con dirección de Carlota Ferrer, vivieron momentos intensos, de absoluta complicidad, en los que dependían estrechamente el uno del otro, «y no exagero si digo que cada minuto fue un regalo para mí».
Acostumbrado al rigor y exigencia máxima del ballet, enseguida se sintió en la misma longitud de onda en la que se movía Poncela. Ni la diferencia de edad ni la procedencia de disciplinas artísticas muy diversas, fueron obstáculos para sellar «una amistad muy sincera y de verdad». Había respeto y admiración entre ambos, «además de mucho afecto y cariño, algo nada habitual en esta sociedad en la que vivimos». No era un hombre que jugara a ponerse máscaras dentro o fuera del escenario. «Transmitía verdad en todo lo que hacía. Detestaba la falsedad, la impostura y los gestos de cara a la galería».
Pese a reconocer que no siempre despertaba las simpatías de su entorno, «porque era muy suyo y podía ser difícil», no había nada en Poncela que no se viera a distancia. Bastaba con fijarse en el brillo de sus ojos azules, que siempre lanzaban un destello eléctrico antes de soltar una pulla o frase lapidaria que dejaba tocado y hundido a su interlocutor. «Era un superviviente. Muchos de sus compañeros de generación se quedaron en el camino por las drogas y él mismo reconocía que no se murió de milagro. Eusebio no conocía el término medio. Se entregaba al completo».
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Hacía mucho que no tenía nada que demostrar y se sentía más libre que nunca. «Por eso quería centrarse en el teatro y su otra gran pasión, la pintura. El cine y la televisión ya no le atraían. Recuerdo haberle oído decir que nunca había visto una película suya y me lo creo. No se sentía dueño del resultado y eso le molestaba. Prefería la escena, el directo, donde la actuación está en tus manos y es lo que ve y escucha el público». Enérgico y provocador como pocos, era un intérprete que no se dejaba nada en la recámara. «Tenerlo delante como espectador era increíble. Actuaba como era. Lo daba y lo soltaba todo».
Ese fuego a discreción también se percibía en sus lienzos, «que solían tener mucho colorido y, cómo no, también los había muy, muy provocativos». En los últimos años se había distanciado del mundanal ruido para vivir «un poco anacoreta y franciscano», pero sin dejar de ser «extremadamente feliz». Su capacidad de disfrute era inagotable. «Tenía una vida interior riquísima. Era una de esas personas que se sienten a gusto consigo mismas».
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