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Así se resucita a un dinosaurio

Dos paleontólogos y un paleoartista describen paso a paso cómo se reconstruye el aspecto de estos gigantes extintos hace 65 millones de años

Domingo, 17 de agosto 2025

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El paleoartista Adrián Blázquez describe cómo se reconstruye el aspecto de un espinosáurido, un carnívoro que podía medir entre 7 y 8 metros y pesar más de una tonelada.

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Todo comienza con los fósiles. En este caso, a partir de un brazo casi completo de un espinosáurido hallado en Igea, La Rioja.

Comenzamos con el boceto base: líneas sucias que marcan la musculatura y la estructura a seguir. Elegimos una pose dinámica teniendo en cuenta los rangos de movimiento.

Trazamos un delineado limpio a partir del boceto; será nuestra guía para añadir los detalles finales. Aquí se definen arrugas en la piel y estructuras dérmicas complejas, como la cresta de la cabeza.

Seleccionamos el patrón de color a partir de referencias de animales actuales. En el caso de dinosaurios, se consultan aves y cocodrilos.

Aplicamos luces, sombras y texturas. El cuidado en cada pequeño elemento puede hacer que nuestro dinosaurio cobre vida.

Finalmente, lo integramos en una escena, situándolo en su entorno natural. Aquí el trabajo se multiplica: ya no solo importa nuestro dinosaurio, sino también sus posibles presas y el tipo de ambiente, que se convierten en información clave a tener en cuenta.

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Los velociraptores tenían plumas y puede que los tiranosaurios también, «al menos los ejemplares más jóvenes e incluso los adultos en alguna parte de su cuerpo». Así lo asegura el paleontólogo Adrián Blázquez. Blázquez forma parte de una generación de niños que fascinados con 'Parque Jurásico' acabaron convirtiéndose en estudiosos de estos animales extintos hace 65 millones de años. Se perdió la película original por cuestiones de edad –en 1993, cuando se estrenó en los cines la primera entrega, le faltaban dos años para venir al mundo–, pero sí acudió a las salas en las siguientes. La saga, que este verano ha presentado su séptimo capítulo, sigue en sus trece de representar a los dinosaurios como hace tres décadas. Por entonces, Steven Spielberg «nos enseñó las reconstrucciones más modernas de la historia. Pero la imagen de algunas criaturas de las películas no ha evolucionado a la par que las interpretaciones paleontológicas», afirma Xabier Pereda, especialista de la Universidad del País Vasco.

«Un dinosaurio con plumas no daría tanto miedo como uno con forma de lagarto», apunta Erik Isasmendi, también de la UPV/EHU y que igualmente llegó a este mundo prehistórico por la influencia de las taquilleras películas. «Entiendo que es un poco por mantener la historia que han montado ellos. En las películas nunca han tenido plumas e igual quedaría raro que las tuvieran en la última», añade Blázquez. A sus 30 años, estudió Geología en la Universidad Complutense y obtuvo un máster en Paleontología avanzada. Lo que le diferencia de sus dos colegas es que además es paleoartista. De las manos de estos profesionales –no todos son paleontólogos– salen las representaciones que desvelan el aspecto que tenían estos animales, su color, cómo se movían, qué comían….

Adrián Blazquez, en el centro de la imagen, en un yacimiento. A.B.

¿Pero cómo saben el aspecto que tenían cuando normalmente solo quedan unos pocos huesos y dientes? De la misma manera que los especialistas en la evolución humana tienen que reconstruir el aspecto que tenían nuestros antepasados con unos pocos fragmentos de sus cuerpos, los paleontólogos lo hacen con gigantes que podían alcanzar decenas de metros y todavía más toneladas. «Un espinosaurio –el coloso reconstruido en el scroll que abre este reportaje– tenía más de 300 huesos», pone como ejemplo Isasmendi.

Un puzzle complejo

Pereda explica que el complejo proceso de 'resurrección' va de dentro hacia afuera, es decir, parte de los restos óseos, sigue con los músculos y tejidos, y termina con el aspecto externo. Rara es la vez en que dan con un esqueleto siquiera remotamente completo. «Nunca me he encontrado uno. Suelen ser unos pocos huesos o dientes, restos parciales, incompletos y desarticulados. No es fácil», subraya.

La manera de recomponer el puzzle pasa por recurrir a «los conocimientos previos, los datos ya conocidos. Sin ellos no sería posible». Artículos ya publicados y reconstrucciones de los museos se complementan con lo que enseñan especies vivas como las aves –descendientes directos de los dinosaurios– o los cocodrilos. ¿Qué ocurre cuando no hay más información que el propio fósil?

Entra aquí la posibilidad de que se trate de una nueva especie. «Todo depende de si el material es diagnóstico o no, es decir, que posea una serie de características diferentes a todo lo conocido». En este punto se impone la prudencia. «Uno no se lanza a la piscina para crear una nueva especie si no está bastante seguro. Puede ocurrir que los huesos estén deformados por procesos geológicos o que no conserven ciertas partes. Hay que tener cuidado», insiste Pereda. ¿Y cómo saben el tamaño y el peso? «Son estimaciones. Se suele calcular a partir del fémur de individuos completos», apunta Isasmendi.

El momento de los artistas

El siguiente paso es reconstruir las «partes blandas» del animal, los músculos y tejidos, que no fosilizan. «Es bastante complicado. Se buscan inserciones musculares en los huesos. Hay descripciones de algunos dinosaurios que estaban relativamente completos en los que se hace una extrapolación con parientes actuales como aves y cocodrilos. No es nada sencillo. Hay estudios para ciertos grupos, no para especies completas. Si estamos hablando, por ejemplo, de carnívoros o saurópodos –los gigantes vegetarianos de cuello largo–». «No sabemos cómo eran sus estómagos pero se puede saber más o menos en líneas generales», resume Pereda.

Queda el último paso. Es aquí donde entran en juego los paleoartistas como Adrián. «Lo primero es la información que tienes de los fósiles, cómo está de completo o completos el esqueleto o esqueletos que tienes. Este te da mucha información de si el animal sería ágil, más pesado, si tiene cuernos, si es carnívoro… Con la musculatura se le dan las proporciones, el rango de movimiento de la cola, el cuello y las patas, si podría saltar…», dice Blázquez, que también quedó prendado en su infancia de la serie de la BBC 'Caminado entre dinosaurios'.

En ambos casos se «rellenan los huecos con dinosaurios emparentados que sí sabes cómo eran» y con la «anatomía comparada», esto es, recurriendo a las mencionadas aves y cocodrilos. Con toda esta información se le ponen «escamas color, postura, el ambiente…».

¿Cómo se sabe el color que tenían?

– En muchos dinosaurios no se sabe, como en el tiranosaurio o el diplodocus. Es totalmente plausible que fueran marrones, verdes… Aquí entra mi parte de ver los colores que se dan en la naturaleza. No vas a poner a un saurópodo de rosa o un amarillo chillón. En el caso de los carnívoros, son los más emparentados con las aves y estas tienen colores muy vivos.

Solo en casos de conservación excepcional se sabe con certeza su coloración. Se debe a los melanosomas, pequeñas células que contienen pigmentos como la melanina, responsable del color de la piel. El Anchiornis, por ejemplo, un pequeño terópodo –de la misma familia que el tiranosaurio o el espinosaurio–, tendría plumas grises, blancas y negras además de un copete rojizo. El Microraptor, otro terópodo con plumas en las cuatro extremidades, sería de color más oscuro.

Bláquez, que se considera rápido dibujando, tarda «un día o dos» en representar a un dinosaurio, «algo más» si hay que recrear el ambiente, que es trabajo «mucho más complejo». Lo que no hace es recurrir a la inteligencia artificial. «Es una guerra que tenemos. Queremos representar de forma gráfica lo que se descubre. La inteligencia artificial no puede hacer eso. Hay muchas preguntas y estudio detrás. Hoy en día la IA no puede replicarlo». Todo este proceso de 'resurrección', desde que se encuentra un hueso hasta que termina plasmado en un artículo científico y en un lienzo es mucho más largo. «Pueden pasar cinco o diez años», concluye Isasmendi.

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