El laboratorio vasco del hielo que trabaja a 30 grados bajo cero
Ubicado en el campus de la UPV/EHU en Leioa, Izotzalab, único en España, trabaja con muestras de Groenlandia y Monte Perdido
'Nico' se ajusta los gruesos pantalones tras calzarse unas no menos voluminosas botas. Le queda por ponerse la también abultada chaqueta, el gorro y ... un 'buff'. Lo último serán los guantes. Todo abrigo es poco cuando se trabaja a 30 grados bajo cero. «La ley marca un máximo de 45 minutos, pero no estamos más de 30 por las manos», explica el propio 'Nico' -Nicolás González-, doctor en glaciología que trabaja en el Izotzalab, el laboratorio vasco del hielo, el único de este tipo en todo el país. «La chaqueta es como las que utilizan los frigoristas y las botas son de expedición. El 'buff' es para no contaminar las muestras con el aliento por la condensación», dice Patricia Muñoz, la física que se encarga de que todo funcione como debe en esta fábrica de frío ubicada en el Basque Centre for Climate Change (BC3), en el campus de Leioa de la UPV/EHU. Para hacer fotos también hay que andarse con cuidado. El gran peligro es la condensación. «Al estar tan frío el laboratorio, toda la humedad del ambiente se condensa inmediatamente sobre los equipos, por lo que es como tirar la cámara a un charco», dice 'Nico'. Si entramos, el equipo tienen que pasar unas diez horas en cuarentena en unas bolsas al vacío «para que vuelvan a calentarse sin que les entre humedad», advierte Muñoz. Y esto tampoco garantiza que salgan indemnes. Mejor no arriesgarse.
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Las muestras a las que se refiere Patricia están justo en el lado contrario del cuarto donde se viste 'Nico'. Se encuentran en un gran arcón congelador a 80 grados bajo cero. En este momento tienen 164 procedentes de Groenlandia y varias de Monte Perdido. Traer cualquiera de ellas hasta aquí es una epopeya que incluye un transporte a temperaturas que rondan los 50 bajo cero. La razón es «poder trabajar en un estado lo más cercano posible al original». Las de Groenlandia se extrajeron a una profundidad máxima de 120 metros y las más antiguas se formaron hace entre 500 y 1.000 años. El Izotzalab se ocupa de investigar lo que los expertos denominan criosfera, «las partes del planeta con hielo natural: glaciares, icebergs, el hielo que se puede formar en un río, la nieve…», resume Sergio H. Faria, investigador Ikerbasque al frente de Izotzalab que llegó al BC3 en 2011.
Polvo del Sáhara en Monte Perdido
Con el equipo del que disponen estudian la microestructura del hielo. «El hielo está formado por pequeños granos cuyas características vienen determinadas por la temperatura, nivel de humedad, cantidad de precipitación del lugar donde se formó…. Podemos detectar contaminantes, polvo del desierto y la ceniza de erupciones volcánicas ocurridas hace cientos o miles de años», explica González. Esto es importante «porque se ha visto en estudios llevados a cabo en zonas polares que en las capas de hielo donde hay presencia de partículas, ya sean contaminantes de origen humano o partículas de origen natural transportadas por el viento, estas actúan como superficies de deslizamiento, es decir, el hielo que esta apoyado sobre estas capas se deslizará mas rápido. Si tenemos en cuenta que en Groenlandia y Antártida el hielo tiene un movimiento natural desde el dentro de estas grandes masas de hielo hacia las zonas costeras, la presencia extendida de este tiempo de partículas puede acelerar este movimiento hacia la costa. Y cuanto más hielo llegue a la costa, más va a contribuir a la subida global del nivel del mar».
Una de sus investigaciones más recientes está relacionada con el citado hielo de Monte Perdido, en este caso, del glaciar que descansa sobre su cara norte. Encontraron una capa con un elevado contenido de silicio. Era polvo del desierto del Sáhara. «Que llega polvo del desierto ya se sabía. El viento lo lleva a las capas altas de la atmósfera y se desplaza hasta chocar con barreras naturales como los Pirineos. Han salido imágenes de la cordillera teñida de un color rojizo en los últimos años. Lo novedoso es que comprobamos cómo afectaba a la microestructura del hielo del glaciar». En la pantalla del ordenador la diferencia es clara: en el colorido mosaico que recuerda a Gaudí los granos de esta capa son más pequeños que los 'normales'. «Esto hace que el flujo aumente, es decir, que hace más fácil que el glaciar se deslice desde las zonas más altas a las más bajas, lo que favorece su desaparición porque las temperaturas son más altas. Y si ese polvo se queda en la superficie, absorbe más calor y la consecuencia es la misma: el glaciar se derrite», explica el experto. Según los últimos estudios, el de Monte Perdido adelgazó el pasado verano una media de 3,8 metros, con máximos en alguna zona de hasta ocho metros. A este paso, en diez años apenas quedará nada, una situación parecida a la que se encuentran el resto de masas de hielo en la cordillera, incluido el más grande, el del Aneto.
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Secretismo
Izotzalab comenzó a funcionar hace un par de años. Exactamente el 22 de febrero de 2022 («22022022», bromea Sergio). La instalación conllevó un sinfín de problemas. El primero es su propia ubicación. Lo normal en este tipo de infraestructuras es situarlas en los sótanos por las menores vibraciones y la facilidad a la hora de la instalación. Este está en la primera planta, «sobre suelo flotante», destaca Patricia, que se encargó de organizar buena parte de la instalación, como reconocen sus dos compañeros. «Miramos en Bilbao, Leioa, Zamudio… Y al final decidimos instalarlo aquí mismo», recuerda Sergio. Como queda dicho, es un laboratorio único en España. Los hay en Estados Unidos, Australia, Dinamarca, Reino Unido… «pero hay mucho secretismo. Cada uno es único».
Además de la cámara climática que está entre -5 y -30 grados, donde se estudian las muestras con dos potentes microscopios y el cuarto de acceso, donde se ha cambiado 'Nico' y está el arcón mencionado antes, el laboratorio cuenta con una antecámara para aclimatación que está a unos 18 grados bajo cero y la sala de control, donde se supervisa todo lo que pasa en la cámara climática. La comunicación se hace a través de 'walkie talkies'.
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Justo en el curso del reportaje llegan dos discos duros con capacidad de 6 terabytes cada uno. Un terabyte son 1.000 gigas. Los necesitan porque las imágenes que manejan tienen una enorme resolución y, por ello, 'pesan' mucho. «Cada 50 centímetros de muestra escaneada ocupa 110 gigas. De las procedentes de Groenlandia tenemos 120 metros…», dice 'Nico'. «Para cada una de las 164 muestras tardamos ocho horas solo en escanearlas. Después queda el trabajo de analizarlas», añade. A 30 grados bajo cero.
El descubrimiento de carbono negro en el K2
A finales de este año el equipo de Izotzalab espera publicar un estudio pionero sobre el estado de la nieve del K-2. En 2019 'Nico' acompañó a Alex Txikon en su expedición invernal al ochomil más inaccesible. En el campo base situado a 5.000 metros de altura cavaron trincheras en la nieve hasta llegar al glaciar y pidieron a los alpinistas que recogieran muestras en dos campos en altura, a más de 6.000 metros. Tras analizarlas, descubrieron por primera vez la presencia en este lugar de lo que llaman «carbono negro», es decir, restos de combustión de los combustibles fósiles. Estas partículas, como ocurre con las del desierto, absorben el calor y contribuyen a que la nieve y el hielo se derritan. «Los glaciares del Himalaya durarán más que los de los Pirineos o los Alpes, pero también están amenazados por el cambio climático y por la contaminación procedente de China, Pakistán e India».
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