«Qué, ¿ya os han soltado?»
Cientos de vizcaínos vuelven a Villarcayo y a otros pueblos de Las Merindades de Burgos nada más levantarse las fronteras para reabrir sus segundas residencias
«Ya ayer sábado por la tarde había más movimiento, pero este domingo por la mañana sí que se ha notado, por fin, porque si ... no abrían El Berrón (la muga entre Burgos y Bizkaia por Balmaseda), estábamos muertos». Quien habla es Julián Sedano, dueño del restaurante Los Hermanos de Villarcayo. Su rostró reflejaba una alegría justificada para él porque, según reconocía, «el 80% de este pueblo se llena con vizcaínos, y más de la mitad de mi clientela viene de allí». Una influencia que se deja notar en el local, donde una bufanda del Athletic preside el centro de la barra. Y también banderas de la Sotera, «y dentro tengo guardada una más grande que colocamos en la calle siempre que hay traineras».
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Dentro apuraba su primera consumición Jon Martínez con su hijo Iker. «Hemos llegado con mis suegros y lo primero que hemos hecho ha sido ver el piso, porque desde septiembre no habíamos podido volver y no sabíamos si nos habían robado o había alguna avería», ha subrayado. Habituales de la localidad burgalesa y con familiares en pueblos cercanos, «eramos asiduos en vacaciones y fines de semana, pero hasta hace un año no habíamos podido comprar nuestra propia casa», explicaba.
Joserra y Lola disfrutan de unas vistas fantásticas desde el séptimo piso que tienen en la localidad. «Mis suegros lo compraron nuevo en los años 70 y nosotros siempre hemos venido, más ahora que estamos jubilados», confirmaba él. Pero desde octubre no habían vuelto y el olor a cerrado todavía lo impregnaba todo mientras se afanaban en ventilar, limpiar y colgar su primera colada. «Ya teníamos ganas de estar aquí, pasear y disfrutar de la zona, aunque tengamos que volver puntualmente para visitar a mi suegra y a mi tía, ingresadas en residencias», apuntaba él. Y más tranquilos que en las grandes ciudades, «con menos miedo a los contagios, sobre todo después de que el jueves nos han puesto a los dos la primera dosis de la vacuna».
«Con lo bien que estoy en Villarcayo»
Abajo en el parking estacionaban su vehículo Elena Rojo y Víctor López, junto a su pequeño Julen, de seis años. Venían desde Barakaldo y, nada más bajarse del coche, el marido saludaba efusivamente a un vecino que estaba al otro lado de la acera. «¡Hola César!!», «Qué, ¿ya os han soltado?», le bromeaba él. Desde octubre también llevaban ellos sin volver y «sin ver a la gente de aquí, donde tenemos nuestras cuadrillas, en la mía hay cuatro de Barakaldo, uno de Madrid....», apuntaba Víctor. «Yo a todas mis amigas de la infancia, que me crié aquí», apostillaba Elena. Han pedido libre en sus respectivos trabajos el lunes «para apurar un poco más la estancia y poner todo en orden». Su hijo estaba encantado. «¿Pero el martes sí tengo que ir al cole?, jo, con lo bien que estoy en Villarcayo», bromeaba.
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Para reencuentro el de Esther Pérez, su marido Javier Justo y sus hijos Telmo y Lander con los padres y el hermano de ella, Nicolás, María García y Javier. «Yo vivo en Logroño y ellos en Barakaldo, y hemos decidido reencontrarnos en nuestro pueblo», afirmaba. A su madre se le iban los ojos con sus nietos, «a los que no veía desde las navidades». Y reconocían que este fin de confinamiento se lo habían tomado con más tranquilidad y habían llegado sobre las diez de la mañana. «en el de junio a las doce de la noche estábamos las dos partes en la frontera, ellos en El Berrón y nosotros en Pancorbo, nos juntamos aquí a la una de la madrugada».
Cerca de ellos, el kioskero Vicente López, se afanaba en la venta de periódicos, de nuevo hoy la mayoría de ellos de EL CORREO. «Aquí vendemos muchos más periódicos de Bizkaia que de Castilla y León, incluso de lunes a viernes, pero se notaba la falta de la afluencia de la gente que llena las calles los fines de semana», aseguraba.
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En la cercana Medina de Pomar pasaba más o menos lo mismo. Alicia Granillo y su hijo Andoni habían venido a visitar a su otra hija Alazne, que vive en la localidad castellana desde hace siete años con su abuela. «Marcho hoy mismo que mañana hay que trabajar, pero el sábado aquí estaremos si no hay novedades», subrayaba.
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