Mi vida entre monos
La Jane Goodall vasca. Como la célebre etóloga, Itsaso Vélez del Burgo también lo dejó todo por los primates. Está al frente de un centro de rehabilitación de chimpancés en el Congo. Así es su día a día
En realidad, nos parecemos más a ellos que un ratón a una rata. Compartimos casi el 99% de la secuencia básica del ADN. Nuestros 25. ... 000 genes (uno arriba, uno abajo), son prácticamente iguales. Así que cuando Itsaso se refiere a Milco y a tantas otras crías de chimpancé como un bebé no es por mera cursilería almibarada. Cuando les da el biberón con ese cariño maternal, cuando les acaricia con afecto, cuando los arrebuja entre mantitas, no está haciendo como todos esos que humanizan a su caniche fifí. Sencillamente, les trata como lo que son. Como nuestros parientes más próximos. A ellos Itsaso Vélez del Burgo, nuestra Jane Goodall vasca, les está dedicando su vida.
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Como la celebérrima etóloga, Itsaso también lo dejó todo para cuidar a los primates. Hace siete años llegó a Lwiro, un santuario de simios en la provincia de Kivu del Sur de la República Democrática del Congo. Se plantó allí desde Vitoria como una de esas experiencias que en su caso, sí o sí, tenía que atesorar. Fue para seis meses que se han convertido en siete años. «Llegué como voluntaria tras un master de Primatología», cuenta Itsaso. «Dio la mala casualidad de que la directora se puso muy enferma y la tuvieron que evacuar de urgencia: de pronto, me vi en la situación de que no quedaba ningún responsable. Me quedé. Fueron unas circustancias terribles, pero para mí supuso un golpe de suerte: mi sueño era trabajar en un centro de recuperación como Lwiro», asegura. Sí, a veces, la vida tiene estas cosas. Para que te pase a ti algo bueno, tiene que haberle sucedido algo malo a alguien.
Había estudiado a los monos aulladores en México, había trabajado con simios en Guinea Conakry, pero la experiencia en el Congo iba a ser muy, muy distinta. No es una zona precisamente fácil. Lo pudo comprobar desde las primeras noches. «Llegué en mayo y en agosto se desató el ataque rebelde más fuerte que ha sufrido Lwiro. Fue una sensación terrible. Hasta entonces, yo sólo había escuchado los tiros de los cazadores y esa noche se escucharon granadas, bombas, bazucas... para mí, lo más impresionante fue comprobar que para el pueblo congolés eso es más o menos habitual».
Aunque le gustaría dulcificar su realidad cotidiana a la familia, a los amigos que ahora estarán leyendo estas líneas, resulta bien difícil. «Vivo en una burbujita dentro del país, en una antigua colonia belga creada en los 40, con una comunidad de científicos. Pero es un país muy inestable. Ahora estamos bastante tranquilos, pero hay rachas en las que había muchísimos asaltantes, armados con AK47 que, aunque no han llegado a atacar la reserva, sí que es frecuente escuchar tiros por la noche en el pueblo y han llegado a matar a gente no muy lejos de nuestra casa».
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Consumo de 'carne silvestre'
En realidad, el centro en el que trabaja Itsaso es una especie de orfanato para huérfanos víctimas de la caza furtiva. «En el país hay un enorme problema de consumo de carne silvestre, matan a los adultos para comer y si encuentran un bebé, lo intentan vender: piensan que, al ser una cría, pueden sacar por ellos más dinero que por la carne», explica la primatóloga. En realidad, en la República Democrática del Congo es ilegal matar, vender o tener un chimpancé como mascota. «Pero llevan a los animales capturados hacia Zambia, Zimbaue, Sudáfrica y, de ahí, se envían a Oriente Media y a China, donde hay ahora mismo una gran demanda de primates como mascotas», abunda.
El centro de rehabilitación en el que trabaja Vélez del Burgo busca, recibe, protege y cuida de esos animales, que llegan «tremendamente traumatizados». «El chimpancé es un animal muy inteligente, capaz de recordar todos los eventos traumáticos que padece. En el caso de los bebés, suelen estar enganchados a su madre cuando los furtivos disparan y tenemos a varios que tienen balas alojadas dentro del cuerpo», destaca.
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«El país es muy inestable. Hasta que llegué sólo había escuchado tiros de cazadores. Y las primeras noches oí granadas, bombas y bazucas»
Para Itsaso, esos chimpancés no son ejemplares anónimos. Tienen una historia y un nombre. El caso que más le impresionó fue el de Macas, un ejemplar joven que tardó más de mes y medio en dejar que se le acercara. «Es una sensación muy, muy especial estar en contacto con ellos. Aunque no hablen como nosotros, es muy fácil entenderse con una mirada, con los gestos, es muy sencillo entablar esa relación, notas perfectamente cuando están tristes, lloran, ríen...», asegura. «Hay días en los que, claro estás allí, desbordada, y te dan ganas de dejarlo todo y volver a casa. Pero la mayoría, cuando me doy cuenta de que me estoy dedicando a mi pasión... es precioso».
Sí, Itsaso habla completamente fascinada de su vida allí, a 8.296 kilómetros de Euskadi. Le apasiona su labor, a pesar de las enormes dificultades cotidianas que se han visto agravadas con la pandemia. «Al principio, cuando surgió el covid, se habló muchísimo de que cuando llegara a África sería terrible: y, en realidad, no ha sido tan así. Nosotros no habíamos superado el ébola cuando nos encontramos con este coronavirus. África demuestra que, al menos en el tema de prevención, están bastante preparados para las pandemias. Nos han demostrado que nos dan varias vueltas».
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