El PSOE de siempre

Gane quien gane hoy, la prioridad socialista es bucear en su historia y zanjar ya su cruenta guerra interna. Sólo así podrá aspirar a recuperar la credibilidad y soñar con que la socialdemocracia dé con la tecla y vuelva a ilusionar

Alberto Ayala

Sábado, 20 de mayo 2017, 22:51

Los militantes socialistas eligen a estas horas a su próximo líder. A la mujer o al hombre encargado de llevar el timón en la era ... más complicada que jamás le ha tocado vivir al socialismo democrático.

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Los afiliados deben escoger entre tres aspirantes. Posiblemente ninguno del nivel de las urgencias de la socialdemocracia. Una Susana Díaz que se ha autoenvuelto en la bandera del 'PSOE de siempre', como si sus adversarios plantearan otro partido. Un Patxi López que se ofrece como garante de que la brutal animadversión entre los otros dos contendientes no fracture al partido. Y un Pedro Sánchez que se reivindica como el aspirante de un cambio no se sabe muy bien hacia dónde.

Pero, ¿esa presunta dicotomía entre el partido de siempre y no se sabe qué otro es real? No.

El PSOE siempre ha sido un partido plural. Una fuerza política con un ala socialdemócrata moderada que no ha dudado en coquetear hasta en exceso con el liberalismo. Y otra nítidamente asentada en los valores más clásicos de la izquierda, incluido el marxismo. Los primeros han empujado a la organización hacia el centro, mientras los segundos defendían el entendimiento con otras organizaciones situadas a la izquierda.

La convivencia entre estos sectores nunca fue ni sencilla ni pacífica, pero la sangre pocas veces llegó al río. No lo fue en la Segunda República entre los seguidores del moderado Indalecio Prieto y los del izquierdista Francisco Largo Caballero. Tampoco entre el socialismo del interior de Felipe González y los veteranos del exilio de Rodolfo Llopis en las postrimerías del franquismo, que terminó con el partido fracturado.

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Y otro tanto puede decirse, ya en democracia, de la convivencia entre el felipismo y la corriente Izquierda Socialista, que se opuso al abandono del marxismo y al giro atlantista. O entre el propio González y Alfonso Guerra, cuando el idilio entre ambos políticos se quebró, allá por los 90.

El PSOE siempre fue un partido de 'aparato', jamás una organización asamblearia. Un 'aparato' que raramente se ha andado con miramientos a la hora de imponer su criterio. Cuando el tándem Felipe-Guerra llevaba a rajatabla aquello de que 'el que se mueve no sale en la foto' (tradúzcase como se queda sin cargo). Y con los otros cuatro secretarios generales que ha tenido el partido después: Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba y el propio Pedro Sánchez. Tanto a nivel estatal, como autonómico o local.

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Sirvan como ejemplo, como recordaba hace unos días, el derrocamiento sin miramientos del madrileño Tomás Gómez por Pedro Sánchez. O la marginación de todo el sector crítico alavés decretada por Txarli Prieto con el plácet de la ejecutiva vasca del PSE, que ha dejado reducido al partido en esta provincia al esqueleto.

'Aparato' versus bases

Las bases sólo han empezado a tener algo más que decir en el PSOE que llenar mítines cuando han comenzado los malos tiempos. A partir de que Zapatero rompió el cordón umbilical con su base social al aceptar las medidas de austeridad que le exigía Europa, allá por mayo de 2010. Y a rebufo de otros PS, como el francés, hoy al borde de la desaparición.

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Así se aprobaron la elección del secretario general por el voto directo y secreto de los militantes, que se inauguró en 2014 con la cómoda victoria de un Sánchez teledirigido y apoyado por Susana Díaz, sobre Madina y Pérez Tapias. Y la designación del aspirante a La Moncloa en votación abierta a afiliados y simpatizantes, que aún no se ha estrenado al no haber habido dos aspirantes al puesto.

Sánchez, que en su día no hizo ninguna clase de ascos a que el 'aparato' le avalara para alcanzar el sillón de Ferraz, se presenta ahora como el candidato de los militantes frente a esos dirigentes que le empujaron a dimitir en octubre. Ha prometido que los afiliados tendrán la última palabra en materia de pactos y también en la eventual destitución del secretario general. López y Díaz han terminado por aceptar que las bases pinten más, aunque aún no está claro en qué condiciones.

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La única gran diferencia entre los aspirantes parece estar en las relaciones con Podemos. Díaz no quiere ni oír hablar de los de Iglesias. Ni López. Sánchez va y viene, como cuando fue secretario general. Primero se plegó a la negativa de los 'barones' a esa alianza -pese a que muchos de ellos gobiernan gracias a los podemitas- y pactó con Ciudadanos. Luego amagó con reintentarlo cuando la vieja guardia preparaba su derrocamiento democrático.

Gane, pues, quien gane, el PSOE seguirá siendo el 'de siempre'. Tanto si su nuevo líder rehúye a Podemos y en cambio no hace ascos a ciertos acuerdos con el PP, como si se sitúa en una clave más de izquierdas y se abre a colaborar en el futuro con los morados. El PSOE del moderadísimo Joaquín Almunia no tuvo empacho en ensayar en 2000 un pacto preelectoral de progreso con la IU de Francisco Frutos que fracasó en las urnas.

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Eso sí, el partido seguirá caminando inexorable hacia el abismo si la pugna interna que se ha visualizado con toda crudeza esta campaña no se zanja mañana mismo. Si el ganador, en lugar de integrar, lleva a cabo purgas. Y si el perdedor no se hace a un lado.

Sólo una vez apaciguada la organización podrá aspirar a recobrar la credibilidad perdida a partir de 2010. Y sólo en ese clima de sosiego podrá soñar con dar con la tecla que aún no ha encontrado la socialdemocracia europea y volver a ilusionar a un electorado que, si no, seguirá en fuga.

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