Soberanía a estacazos

Luis Haranburu Altuna

Viernes, 28 de abril 2017, 02:49

Hasta no hace mucho los soberanistas catalanes hablaban de la 'revolución de las sonrisas' refiriéndose al 'procés' que, según ellos, ha de culminar con la ... independencia de Cataluña, pero a medida que las cosas se tuercen las estacas están a punto de sustituir a las sonrisas. Eso se deduce de las palabras del cantante, poeta y viticultor Lluis Llach, convertido ahora en campeón del soberanismo catalán. El cantante metido en su papel de diputado de Junts pel Si, ha afirmado que los funcionarios que rechacen cumplir la ley de transitoriedad jurídica, pendiente de aprobación por el Parlament y que prevé la desconexión de España, «sufrirán» y serán «sancionados».

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Estas afirmaciones las ha efectuado Llach en las diversas charlas que ha protagonizado de la mano de las entidades independentistas Omnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana. Llach ha declarado que el proceso soberanista «no es tan sencillo como parece» y debido a las crecientes dificultades que independentismo encuentra para su culminación, ha afirmado que: «El día que haya la ley de transitoriedad jurídica, el que no crea será sancionado. ¿Queda claro?». El 'procés' que comenzó siendo una ensoñación política está a punto de convertirse en una auto de fe y por ello «el que no crea será sancionado». Suenan mal estas palabras en boca de quien un día se convirtió en símbolo de las libertades políticas que el régimen franquista negaba. Algo va mal en esa sociedad catalana, que en su día ilustró para todos los valores democráticos, si hasta sus vates se suman a la causa nacionalpopulista, que pretende pasar por encima de las leyes y de la voluntad de sus propios conciudadanos. Algo está fallando cuando una causa civil, aunque políticamente discutible, se convierte en objeto de presión y amenaza a quienes no se pliegan a su voluntad totalitaria. Las sonrisas iniciales se han convertido en rictus autoritario cuando se pretende lograr la soberanía a estacazos. 'L'estaca' de Lluis Llach está apunto de convertirse en la metáfora violenta del nacionalpopulismo catalán.

Lluis Llach alcanzó merecida fama junto a Raimond, Guillermina Mota, María del Mar Bonet y Joan Manuel Serrat, entre otros, como protagonista del movimiento de la Nova Cançó rebasado ampliamente la estricta área lingüística catalana y dando pie a movimientos similares en Aragón, Galicia, Castilla y el País Vasco, donde afloró con fuerza el grupo 'Ez dok amairu' capitaneado por Xabier Lete y Mikel Laboa. Lluis Llach es el autor de 'L'estaca', la mítica canción que compuso en 1968 a rebufo del Mayo francés y que se convirtió en un himno universal de protesta. Existen hasta cincuenta versiones en francés, inglés, corso, vasco, occitano, italiano, sueco.... Fue en la práctica el himno informal del sindicato Solidarnosc, la fuerza que derrocó al régimen comunista polaco. En el País Vasco Gorka Knörr rebautizó al abuelo Siset como 'Agure zaharra'.

'L'estaca' pone música a una conversación que mantienen en un portal, al amanecer, el niño y el 'abuelo Siset', a quien se le pregunta «¿No ves la estaca a la que estamos todos atados?/ Si no conseguimos deshacernos de ella nunca podremos caminar». A lo que el abuelo replica que la única forma de liberarse de la misma es mediante la acción conjunta: «Si tiramos fuerte, ella caerá (...) Si yo tiro fuerte por aquí y tú tiras fuerte por allí, seguro que cae, cae, cae, y nos podremos liberar». Todavía resuenan aquellos versos que cantábamos emocionados en nuestra ya remota juventud: «Si estirem tots, ella caurà/ molt de temps non pot durar/ segur que toma, tomba, tomba». La estaca a la que estábamos atados no era otra que el régimen que ya duraba demasiado. Tras el franquismo, la canción de Llach se convirtió en símbolo de protesta del que muchos se apoderaron sin tapujos. Todavía lo utiliza Podemos como himno semioficial. Monedero lo considera como un símbolo que une al linaje transgeneracional de quienes siguen sometidos a la casta o a la trama. Qué más da. Aquel régimen odioso que nos oprimió durante cuatro décadas, hoy amenaza retornar de la mano de quienes se han erigido en intérpretes de la voluntad popular. Una voluntad que, según ellos, es más legítima que la expresada mediante los cauces de la democracia representativa.

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A los poetas y a los creativos no cabe, a veces, pedirles rigor y mesura en sus palabras. Las palabras de Lluis Llach amenazando a quienes «no creen» o disienten del 'procés' podrían pasar a la singladura de las expresiones desafortunadas y excusables. Pero quien las ha pronunciado no es ya aquel poeta menesteroso que pujaba por regresar a su Itaca particular, sino que se ha convertido en alguien poderoso, que influye en las masas obnubiladas por la sentimentalidad nacionalista que trata de desbordar el marco democrático, quebrando la voluntad de la mayoría. Con ello y con todo las desafortunadas palabras de Lluis Llach podrían relegarse pronto al olvido si la Generalitat se hubiera desmarcado del pronunciamiento del cantante, pero es esta feria de despropósitos en la que se ha convertido 'el procés'. Puigdemont lo ha respaldado declarando que «intentar presentar a Llach como alguien que amenaza, que coacciona, no solo es injusto sino que es ignorancia. Si algo puede acreditar la biografía de Llach es que él precisamente ha sido víctima de censura, detención, prohibición, exilio». Una vez más se recurre a la sentimentalidad y al chantaje emocional para hacer digerible lo que no deja de ser un despropósito fascistoide y nada democrático. Ningún pasado, por prestigioso que sea, puede enmascarar y legitimar lo que resulta ser un grave desafuero democrático.

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