'El perro del hortelano': el artículo de mañana de Luis Haranburu Altuna

Luis Haranburu Altuna

Lunes, 8 de agosto 2016, 20:09

Ni come ni deja comer. Ni gobierna ni deja gobernar. Es la suerte del perro del hortelano que Lope de Vega dramatizó y que Pedro ... Sánchez emula con empeño y denuedo. El hortelano cultiva las verduras que a su perro no le gustan, pero este impide que nadie más pueda comerlas. Es la metáfora perfecta del impasse político al que el líder socialista ha conducido a España. No puede gobernar, pero impide que otros lo hagan.

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El sudoku de la situación política española solo tiene una solución y ésta exige la abstención del PSOE. La alternativa, un gobierno que sería la suma de izquierdas, populistas y nacionalistas liderado por Sánchez, es una quimera que equivaldría al desahucio de la España constitucional creada gracias al consenso histórico alcanzado tras la dictadura franquista.

Es obvio que la actual situación de provisionalidad que España atraviesa no es la consecuencia de un electorado desnortado, sino que es el desenlace de una situación en la que la clase política no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. La crisis económica gestionada de manera lamentable, la corrupción que afecta a todos los partidos, así como la mediocridad de quienes nos gobiernan y aspiran a gobernarnos, están en el origen del desánimo y del desistimiento de la ciudadanía. No es cierto aquello de que cada país tiene los políticos que se merece, sino que muy por el contrario es la clase política la que desmerece si la cotejamos con el esfuerzo y la calidad de la mayoría de los ciudadanos. Los ocho meses transcurridos desde las elecciones de diciembre de 2015 han puesto en evidencia la incapacidad y el frustrante autismo de nuestra clase política. Nadie se salva, ya que por acción o por omisión todos han evidenciado que su prioridad no es el país y su gente, sino el prurito egoísta de la ventaja personal del líder o el de su partido. La democracia no es eso. La democracia es impensable sin la altura de miras y sin la renuncia al lucro de cada cual. El lucro no siempre es dinerario y el ansia de poder lo precede casi siempre.

Aquel presidente, de triste memoria, que hizo del talante su santo y seña, reduciendo la política española al enfrentamiento impostado de la derecha y de la izquierda, ha tenido en el actual líder del partido socialista su alumno más aventajado. La deriva iniciada por Zapatero trataba de ocultar la inanidad ideológica con el artificio frentepopulista y sectario del enfrentamiento sentimental entre buenos y malos, progresistas y reaccionarios, entre izquierdas y derechas. Quienes mejor han aprovechado aquella herencia han sido Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, que han convertido una pulsión sentimental en ideología política. Las apelaciones a los padres y abuelos que fueron de izquierdas denotan una nauseabunda religiosidad, que trata de establecer en el linaje y la pertenencia su razón política. Una flaca contribución a la genuina democracia laica y racional que fue el lema de la socialdemocracia. Es imposible repensar y regenerar el socialismo desde postulados de pertenencia o linaje; sentimiemtos pseudo-religiosos, en suma. La penuria ideológica y política de la socialdemocracia europea adquiere en España un sesgo sentimental que impide mirar con acierto a la realidad. Una política emboscada por pulsiones irracionales no puede aspirar a concitar la adhesión de la mayoría. El sentimentalismo que se ha apoderado de la política española es el mejor caldo de cultivo para el peor populismo. El sentimentalismo que ya reina en Cataluña puede intoxicar al resto del país. No en vano, el partido de Pablo Iglesias ha hecho de la sentimentalidad su norte y guía. Otra vez, el viejo romanticismo con su reivindicación de lo irracional y de lo numinoso trata de imponerse a la razón práctica.

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Es cuando menos poco racional la actitud del actual líder socialista por cuanto que no se entiende su determinación de liderar la oposición al Gobierno del PP cuando es él mismo quien impide la formación del Gobierno del que pretende ser oposición. Su obstrucción a la formación de un gobierno del PP solo puede deberse a razones de índole personal que afectan a su liderazgo o tienen que ver con un determinado talante de despechada prepotencia. Sea como fuere es incomprensible el que no entre a negociar un programa de reformas condicionado a su abstención que daría luz verde a la formación de un nuevo gobierno; gobierno sobre el que ejercería una tutela tan fuerte como decisiva. Si Sánchez pactara un programa de gobierno reformista tendría con sus 85 diputados una capacidad de bloqueo que podría hacer valer de manera eficiente. Sería una oposición que le reportaría beneficios políticos personales y partidarios. Sería una manera de gobernar desde la oposición que ayudaría mucho a recuperar la influencia y el prestigio dilapidados. La peor de las opciones sería la convocatoria de terceras elecciones que solo serían imputables a la intransigencia sectaria del PSOE y que situarían al PP ante una eventual mayoría absoluta.

En este contexto de bloqueo y de obstrucción política por parte de Pedro Sánchez, se entiende mal el aval político que el Partido Socialista vasco ha otorgado y sigue otorgando a un líder obcecado y sin cintura política, que desdeña la cultura de pactos que son la seña de identidad del socialismo vasco. Es una mal precedente ante la próxima coyuntura política de Euskadi, que tras las elecciones autonómicas del 25-S que abrirán un escenario complejo, necesitará de pactos y acuerdos para hacer posible su gobernabilidad. Un partido socialista que obstruya la gobernabilidad de España puede convertirse en irrelevante tanto aquí como allá. Un partido de la solera del PSOE no puede jugar su futuro a la carta de un secretario general despechado por sus continuas derrotas y que como el perro del hortelano ni come ni deja comer.

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