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«Hay motivos para venir a esta manifestación y a otras mil»
Las reivindicaciones compartidas por todas alientan una protesta multitudinaria en la que se hacen notar las distintas sensibilidades del feminismo actual
En realidad, la gran manifestación del 8-M arranca a primera hora de la mañana, cuando miles y miles de mujeres lucen algún detalle morado ... de camino a clase o al trabajo. Puede ser un lazo, una chapa o un pañuelo; puede ser una camiseta, un vestido, una cazadora; puede ser una peluca o incluso una cabellera teñida para ocasión. La ciudad se puebla de incontables motas de ese color que acaban definiendo el paisaje y el estado de ánimo (no, no es un día cualquiera) y confluyen a las siete y media de la tarde en el Sagrado Corazón. De alguna manera, toda la jornada conduce a ese encuentro.
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Es un momento extrañamente eufórico, una imponente visibilización de fuerza, aunque la división que ha fragmentado las manifestaciones de otras ciudades también se podía apreciar, más sutilmente, en Bilbao. Las pancartas caseras, todo un clásico del 8-M, defendían a veces posturas contrapuestas en asuntos controvertidos como la ley del 'solo sí es sí', la prostitución o la situación de las mujeres trans dentro del feminismo. Las banderas trans compartían protesta con carteles de 'Mujer se nace' o '¿La raza no se elige y el sexo sí?'. Más allá de esas zonas de fricción, los mensajes de eficacia probada ('Si no entiendes el motivo de la lucha, es porque eres parte del problema') se entremezclaban con otros más originales, como 'Señoros, oléis a cerrao', 'Tú rompes tu techo de cristal y lo limpiamos las negras en situación administrativa irregular' o, acompañado del dibujo de una gran vulva, 'Te diría que eres un coñazo pero te falta calidez y profundidad'.
«Os creéis feministas...»
El lema de la manifestación se centraba en «el negocio de los cuidados», la costumbre perversa de que las mujeres deben asumir esas tareas «por amor», según planteaba una performance representada al inicio de la marcha, aunque ello las penalice en su carrera profesional. María Luisa Venancio, Andrea Uña y Anabel Miranda, de la Asociación de Pensionistas de Bizkaia, sintonizaban plenamente con esa idea troncal: «Los cuidados han de ser compartidos, asumidos por los hombres y las mujeres, y esa es la manera de que tengamos mejores salarios, mejores cotizaciones y mejores pensiones», resumían estas compañeras que se han reencontrado en la movilización de pensionistas: «Muchas nos conocíamos de las luchas de los 70: el divorcio, el aborto...».
La manifestación del 8-M siempre es una suma de generaciones que, seguramente, estarían en desacuerdo sobre muchos otros temas. No faltan veteranas como Mariví Marañón, a punto de cumplir los 80: «La pobreza se extiende y muchas mujeres tienen que aguantar lo que les den», lamenta. Ella estuvo en 1977 en la primera jornada feminista celebrada en Leioa, en la Universidad («aquello se me quedó grabado»), y también en batallas duras como la del aborto: «Estaba en el movimiento sindical y descubrimos que los que nos decían lo que teníamos que hacer eran los chicos. A veces os creéis feministas pero es mentira: cuando ocurrió el caso de las 11 de Basauri, nos pusimos en fila en el juzgado diciendo que también habíamos abortado, pero los chicos no se acercaban por allí».
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Junto a estas mujeres curtidas en mil peleas hay chicas de 19 y 20 años como Maider Irujo, Paola Bandala y Naiara Rodríguez. «Se han hecho muchos progresos –dicen, reconociendo la labor de aquellas pioneras–, los hombres ya entran a la cocina y son conscientes de que los hijos también son suyos, pero queda mucho por hacer. Seguimos teniendo miedo en la calle por la noche». ¿Los chicos de su edad son machistas? «Lo son de otra manera. Nosotras hablamos desde el privilegio, porque hay mujeres en el mundo pasándolo mucho peor, pero existen muchos micromachismos, muchas cosas que se toman a risa y están normalizadas. Nos vemos en situaciones que parecen increíbles: sales enseñando un hombro y te pitan, y en la discoteca te miran como si fueses un cuadro en un museo, como un trozo de carne».
Buscarse enemigos dentro
Beatriz Villota lleva en su pancarta unos versos del grupo Tremenda Jauría («Somos porque peleamos, somos porque nos tenemos, somos porque nos cuidamos») y repasa en un momento los asuntos más candentes que atañen al feminismo: se define como «abolicionista de la prostitución y del género» y partidaria de la ley del 'solo sí es sí'. «No todas estamos en la misma línea, pero no tenemos por qué estar separadas. Es absurdo que, con todos los enemigos que tenemos ya fuera, nos busquemos más dentro. Bandos siempre ha habido, pero no debería haber problema en aunarlos en una misma manifestación. A lo mejor soy muy idealista», plantea.
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Pero, ciertamente, la marcha tiene sus 'barrios'. Noah González es chico trans y va acompañado por amigas que enarbolan la bandera de este colectivo. «Yo vengo con miedo de que me digan algo. He vivido situaciones desagradables como chico trans, así que no me quiero imaginar por lo que pasan mis hermanas trans. Supongo que esta división se canalizará y se normalizará con el tiempo y con educación», suspira. Unos metros más adelante, se escucha por megafonía que «ser mujer no es un sentimiento», en alusión a la 'ley trans'. «El feminismo siempre ha sido luchar contra las imposiciones de género que te impiden vivir como quieres», comenta Ruth Gutsens, que hace hincapié en las muchísimas razones que hay para salir a la calle más allá de polémicas: «La situación está muy malita en muchos aspectos: están asesinando a mujeres y salen noticias como la de los menores que han violado a una niña. Hay motivos para ir a esta manifestación y a mil».
La marcha del 8-M es una marea común y también, quizá cada vez más, un complejo puzle de reivindicaciones diferentes. «Si te decimos lo que sentimos: rabia, coraje... Los derechos de las gitanas no están en la agenda, pero el feminismo o es antirracista o no es feminismo», defienden Tamara Clavería y Naiara Borja, de la Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi, con sus banderas del pueblo romaní. «Las trabajadoras domésticas son las mujeres invisibles: ni a los animales los echan a la calle como a nosotras», reprocha María Teresa Guzmán. Y Laura, Paola, América, María José y Paulina, pese a estar manifestándose por la Gran Vía de Bilbao, tienen sus corazones a miles de kilómetros de distancia, en su México natal: «Aquello es el centro del machismo. Pasa lo mismo que aquí, pero los números de violaciones y feminicidios son muchísimo más altos». Su pancarta, pese a llevar otro mensaje clásico, tiene algo de reflexión de cara al futuro: 'Nos hicieron creer que somos rivales porque juntas somos invencibles'.
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