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Hubo un tiempo en el que resultaba imposible entender la cultura juvenil sin las tribus urbanas, esas comunidades articuladas alrededor de una música y una estética. Las pintas servían como contraseña para darse a conocer al mundo, porque las redes sociales se tejían entonces en las calles, en los bares, en los institutos, cuando cada uno iba gravitando hacia aquellos que parecían más afines. Con los años y las obligaciones, muchos fueron abandonando aquellas lealtades de los años mozos –a veces, eso sí, solo hace falta rascar un poco para que resurjan con la fuerza de antaño–, pero también hay quienes se han mantenido fieles a su rollo de entonces y ya de siempre: en estas páginas, tres figuras emblemáticas de los movimientos rocker, heavy y punk en Bizkaia hacen memoria y echan un vistazo, más bien desengañado, al momento actual.
Visto desde el presente, a lo mejor parece que estamos hablando en términos 'underground', pero la televisión pública tuvo un papel crucial en la difusión de estas claves culturales. «Yo me hice rocker, como la gran mayoría, gracias a Elvis Presley, a quien solo le faltaba haber nacido en Bilbao. Pero, en realidad, lo decisivo fue 'La juventud baila', el concurso de 'Aplauso', que lo daban antes de 'Vacaciones en el mar' y 'Los ángeles de Charlie'. Me gustaba cómo bailaba la gente y la música me hacía estremecer», evoca Javi, a quien todo el mundo conoce como Little Elvis. A partir de aquellas fiebres de infancia, llegó el desafío de buscar almas gemelas: «Un día vi por la calle al bajista de Dinamita Pa'Los Pollos, Óscar Calleja, que llevaba un tupé salvaje, y le dije: '¡Otro por aquí!'. Sería 1985». Ahí Javi se integró en la activa comunidad rocker, que tenía su cuartel general en la zona de María Muñoz: «Solíamos estar en el Muga, con la comisaría enfrente, y luego en el Gaueko, con aquella pista oscura donde te podías encontrar cualquier cosa: Titi, que ha fallecido hace poco, nos sorprendía siempre con lo que pinchaba. También estaban La Villa, el Katu Zaharra en Barrenkale, el Panorama de Barakaldo... Pero la gran villa después de Bilbao era Portugalete, con el Departamento, El Allende, La Terraza...».
Los rockers siempre han arrastrado la fama de ser un poco broncas, Javi... «Siempre hay gente a la que le faltan neuronas, sea rocker, heavy o lo que sea. No es normal que alguien queme el pelo a otra persona aunque no esté de acuerdo con ella», dice, en referencia al episodio que desencadenó la mítica pelea de 1989, cuando un rocker prendió fuego a la melena de una heavy. «Lo importante no son las dimensiones del tupé, sino lo que hay dentro. No había un colectivo enfrentado a otro: había alguna gente que buscaba la boca», resume Little Elvis, a quien tantos años después todavía le asombra un detalle: «Habría sido más lógico que te atacase gente que no perteneciese a nada, que lo viese todo como un circo, y no otro que está en una historia parecida».
Little Elvis, que hoy tiene 57 años y trabaja de conserje, es uno de esos dinamizadores que se esfuerzan en que el corazón de su cultura no cese de latir: fue vicepresidente de la asociación nacional Amigos de Elvis, publicó fanzines, organizó concursos de baile y conciertos... «Pero a todo lo que sube le llega el bajón: la gente se casa, tiene hijos, pierde el vínculo con el rock and roll, aunque sigue habiendo algunos en la pedrada y la cosa no ha muerto», explica Javi, que ya tiene la entrada para ver a Los Rebeldes originales el mes que viene en la sala Mytho. «Esto es como el amor –añade–: si no es ferviente, no es verdadero. Desde luego, si volviese a ser joven, haría lo mismo».
Ramón Balas, como le llaman, empezó a escuchar música con «un coleguita» a los 11 o los 12 años. Aprovechaban los discos de los padres de su amigo, que tenían buen gusto: Genesis, Supertramp, la ELO... Pero la conmoción llegó con una cinta del 'Back In Black' de AC/DC: «Aquello me provocó un giro mental y ya no hubo vuelta atrás. Cuando Barón Rojo sacó el 'Volumen brutal', logré juntar cuatro perras y compré la cinta: es la única pieza que tengo apartada de las demás, un tótem para mí», se entusiasma Ramón en la barra de Elmetal, el bar de Iturribide –heredero del legendario Metal Attack– del que se hizo cargo hace doce años. En su relato de los tiempos dorados se agolpan los nombres de locales, una geografía emocional que no cabría en este reportaje, aunque él dice que se le van a enfadar los amigos por las ausencias. Hay dos entornos determinantes. «Yo soy de Getxo y, para mí, cruzar a Portu era respirar otro ambiente: entrabas en La Cueva, sonaban Motörhead, los Accept, los WASP, y el mundo se quedaba fuera. También estaban la Portuguesa, el J&B... Y venir a Bilbao era la hostia. Iturribide era territorio heavy. Bajabas del tren, te acercabas y la sensación era acojonante: tu imagen, tu gente, tu rollo».
Viajemos con la memoria. ¿Cómo sería una de aquellas noches? «Ibas pronto a la Plaza de Unamuno, donde había una tiendita y un tipo con bata blanca que nos vendía las litronas. Veías un punki rulando por ahí, algún siniestro de los de entonces... Y luego nos acercábamos por Iturribide: como teníamos poca pasta, nos íbamos a algún bar que no era heavy para echar unos tragos baratillos. Lo que sí hacíamos luego era ir a todos los de nuestro rollo, aunque solo nos diese para tomar un claro guarro». Y 'todos' son muchos, tantos que otra vez tenemos que recortar la lista: por ahí van asomando el Leku, el Garaitu, el Coconut, Los Tigres, Los Cencerros, Las Ruedas, el Casablanca... Y también el Laukiniz de Barrenka, que luego se juntó con el Kaixo, el vecino punk, para dar el KL.
«Hemos pasado de ser territorio heavy a ser fortines de una resistencia entrada en años y con un futuro incierto, y eso siendo benevolentes. No hay relevo y, sin gente joven, te vas a extinguir, aunque los festivales están más vivos que nunca y hay muchas bandas de chavales. Y, aun así, en Bilbao nos podemos dar con un canto en los dientes: es una sombra de lo que fue, pero los de fuera siguen flipando», puntualiza Ramón, que tiene 55 años, vivió mucho tiempo en Londres y admite sin rodeos sus añoranzas: «Claro, ¡soy un nostálgico! Hoy hay pocos heavies, pocos rockers, pocos punks... Un colega rocker me dijo: 'Vosotros quedáis tres, pero nosotros ninguno'. Echo de menos terriblemente aquel movimiento saneado, vivo, y la forma de vivirlo, de entrar a un bar, de mover los pelos, de intercambiar cintas... Ahora vas a los conciertos y la gente parece robotizada con sus móviles... ¡Es como un depósito de cadáveres!». ¿Y no le entran ganas de cambiar los sonidos extremos de su bar por otros más comerciales? «Aquí ponemos death, thrash... Me debo a mi gente, no voy a polucionar mi rollo. Si me hundo, ya veré cómo salgo».
Ladys Ramone vive el punk tan intensamente que este se ha incorporado a su identidad, casi la ha absorbido: por eso hemos puesto Ladys Ramone y no Eladio Santos, que es lo que se empeña en sostener el Registro Civil, tan formal. Él suele decir que contrajo «la enfermedad del punk» en la adolescencia y ya jamás se curó. ¿Por qué el punk? «Otros estilos nunca me llenaron: una canción de cuatro minutos me llegaba a aburrir. Empecé a comprar cintas en los bares y también en los estancos, por 495 pelas. Y en El Corte Inglés también compraba lo que no podía robar». Hay dos bandas de mención obligada en su biografía. Unos son los Ramones, de los que formaba parte en sus ensueños de crío y a los que ha rendido tributo en varios discos. Otros son Eskorbuto, amigos y cómplices de correrías: «Eran personas de las que podías aprender, muy educativos, porque funcionaban diciéndose las cosas. En realidad llevaban una vida bastante aburrida en el pueblo», apunta. Frente al anecdotario demencial que los ha convertido en emblema de la picaresca contemporánea y la existencia al límite, Ladys los recuerda, por ejemplo, echando la partida de mus.
«Aquí el punk llegó tarde. No había ni chupas de cuero, estaban ocupados saliendo del franquismo», puntualiza. En los tiempos gloriosos solía moverse por Santurtzi, por la zona de La Pela en Sestao, su pueblo, y, cómo no, por ese núcleo tribal de Bilbao al que nos acercamos por tercera vez: «El Gaueko, el Kubil, el Kaixo, el Marina, el Muga...», enumera. Pero el circuito se le quedaba pequeño y a los 21 se marchó a Londres para «estudiar» el punk. De paso, un yonqui que se sacaba unas libras limpiando lunas de coches le enseñó ese oficio, que le ha servido para subsistir en su singular vida nómada: Ladys, un espíritu libre de 57 años al que hemos podido ver hasta en 'First Dates', pasa largas temporadas en Australia y Canadá, adonde tiene previsto volver en marzo. Cuando vuelve por aquí, ¿cómo ve a los compañeros de generación? «Me encuentro con mucha gente que no lleva las pintas de entonces. Eso no pasa en América o en Inglaterra: ahí está Richie Ramone, con casi 70 años. Yo a eso no lo llamo sentar la cabeza, sino sentar el culo, ser cómodo», apunta.
«El punk es un desafío, una protesta. Sin él mi vida habría sido mucho más aburrida, ¡me tocó la lotería!», sostiene. Lo de 'no hay futuro' es el lema más popular del movimiento, pero... ¿cómo ve Ladys el porvenir de su tribu? «Los jóvenes no se van a enganchar. Esto es un país latino y a veces parece una residencia de ancianos o un colegio de niños. No es para mí».
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