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Violó y acuchilló a una estudiante bilbaína de 19 años y lo intentó con otra

Violó y acuchilló a una estudiante bilbaína de 19 años y lo intentó con otra

La memoria negra ·

En noviembre se cumplirán 20 años del asesinato de Virginia Acebes en Artxanda a manos de un «psicópata», que trató de secuestrar medio año después a otra universitaria

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Miércoles, 3 de julio 2019, 00:13

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En la historia de la criminología de Bizkaia también hay asesinos en serie. Como Luis Gabriel Muñoz Izquierdo, condenado a 30 años de cárcel por la violación y asesinato de Virginia Acebes, estudiante bilbaína de 19 años, y a otros tres años de prisión por intentar repetir la agresión sexual con otra universitaria de 21 años en la misma zona del Casco Viejo. Los especialistas en Psiquiatría que le entrevistaron, le calificaron de «psicópata integrado». Tenía novia, su familia –numerosa– le tenía por un chico «normal» y en la obra en la que trabajaba como peón de albañil en Erandio, el jefe le consideraba «de los mejores. Entraba antes para tener hecha la masa para cuando llegaran sus compañeros», explicaba entonces el encargado.

El próximo 21 de noviembre se cumplirán 20 años desde que en la misma fecha de 1999, Virginia se despidió de sus amigas y compañeras de la Facultad de Económicas de Sarriko con las que había estado de fiesta alrededor de las tres de la madrugada en la boca del metro de Unamuno. La joven anunció a su cuadrilla que iba subir andando a casa, en Ollerías Bajas, a 10 minutos a pie. Muñoz Izquierda daba vueltas con su 'Volkswagen Golf' rojo, en el que llevaba también a su perro caniche 'Punky', que resultaría después clave en la investigación. La vio cuando caminaba por la zona de Santutxu y decidió abordarla. Según la sentencia, dejó el coche en doble fila y esperó a que pasara la chica. Cogió un cuchillo de cocina que solía llevar en la guantera y le colocó el filo en el cuello. Aterrorizada, Virginia se subió al coche y le rogó que no le hiciera daño.

Hacía una noche de perros. El asesino condujo hacia el monte Artxanda, cuyas laderas estaban nevadas. Allí paró en una cuneta en la que no había otros coches y obligó a la joven a descender unos metros, donde le ordenó que se tumbara, le quitó la ropa y la violó. Cuando la muchacha intentó impedirlo, Muñoz Izquierdo se lo impidió y le hundió el filo del cuchillo en el cuello, lo que provocó que la joven se desmayara.

Ejemplo de su absoluta falta de empatía hacia el sufrimiento ajeno fue la siguiente escena. Según la primera declaración del homicida, esperó durante unos minutos mientras se fumaba un cigarro. Cuando regresó y comprobó que Virginia no estaba muerta como él creía porque le rogó que la llevara al médico, se enfadó y le asestó más de 53 cuchilladas. Después, se marchó dejándola morir y fue desperdigando por los alrededores sus pertenencias. Un profesor de la Academia de Arkaute encontró varias prendas de ropa de la chica en un camino vecinal de Artxanda al día siguiente. También apareció su DNI.

Dos días después, cuando todos buscaban a la joven desaparecida, un tío de la muchacha encontró su cadáver al pie de la carretera, oculto entre la maleza. La autopsia confirmó que había sido acribillada a cuchilladas en el pecho y el cuello y que presentaba signos de haber sido víctima de una agresión sexual. Los investigadores contaban con el ADN extraído de los restos espermáticos del autor del crimen encontrados en el cuerpo de la víctima.

Sangre fría

Medio año después, alrededor de las cinco de la madrugada del 30 de junio de 2000, volvió a intentarlo. «Me enganchó del pelo y me dijo: '¡Tira para dentro y no grites!' Yo sabía que si me metía en la furgoneta ya no salía, así que comencé a gritar y a devolverle los golpes», relató la superviviente en una entrevista con este periódico. A ella la eligió cuando se despedía de sus amigos y emprendía camino por la calle Iturribide. La cuadrilla llegó a ver a Muñoz Izquierdo en actitud vigilante dentro de una furgoneta 'Kangoo'.

«Nos llamó la atención porque había dentro un tío con cara de loco y pensamos: '¿qué hará a estas horas ahí solo?'». La golpeó en la cabeza con un mazo de hierro y ella se resistió tanto que logró zafarse. Le arrancó un trozo de cabello y la dejó un ojo morado. Era verano. Algunos vecinos escucharon sus gritos y se asomaron a la ventana e incluso bajaron a la calle. Apuntaron la matrícula y llamaron a la Policía. Muñoz Izquierdo tuvo la sangre fría de llamar a su perro, que había bajado de la furgoneta, y esperarle a que subiera. Dos horas después, sin embargo, fue arrestado por intento de retención ilegal y lesiones. Llegó a permanecer dos meses en la prisión de Basauri.

Los investigadores del Grupo de Delitos contra las Personas de la comisaría de la Ertzaintza en Bilbao comenzaron a sospechar que él estaba también detrás del crimen de Virginia, que hasta entonces seguía sin resolver. Los análisis genéticos de los pelos de animal hallados en el cuerpo de la joven coincidieron con los de la furgoneta de Muñoz Izquierdo. Habían encontrado al asesino. Se trataba de un chico de 24 años entonces, vecino de Sopela. En un primer momento, implicó a dos conocidos por una venganza personal, pero después al venirse abajo todas sus coartadas confesó los hechos.

En el juicio, celebrado en octubre de 2002, se retractó y aseguró que había recibido «amenazas, coacciones y malos tratos» por parte de la Ertzaintza, que nunca antes había denunciado. Los jueces no le creyeron y le condenaron a 30 años de prisión por violar y asesinar con alevosía y ensañamiento a Virginia Acebes. «La vida de mi hija vale mucho más que 30 años. Lo único que me queda es visitar la lápida en Derio cada domingo», se dolía entonces rota de dolor la madre de la muchacha.

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