«Balmaseda se salvó de una gran tragedia»
Vecinos y afectados por el incendio del pasado año reviven con mucha tristeza la jornada en la que la villa pasó de la fiesta a la desolación
Muchos recuerdan aún con una gran angustia lo vivido el 23 de octubre de 2022 en Balmaseda. Hace justo un año la villa encartada, que ... se disponía a festejar su día grande con el Concurso de Putxeras de San Severino -cita que se retomaba tras dos años de ausencia por la pandemia-, presenciaba atónita el inicio del que ha sido el mayor incendio sufrido en Bizkaia en las últimas tres décadas. Más de 400 hectáreas fueron arrasadas en el monte Arbaliza, causando estragos también en el barrio de La Herrera, en la vecina localidad de Zalla.
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Un incidente que, según señalaron después los expertos, se originó por la caída de una rama sobre el tendido eléctrico, y que sembró el pánico por la virulencia con la que se produjo. «Hacía mucho viento y fue muy explosivo, nunca se había visto algo así en Euskadi», relata a este periódico Enrique Pastor, jefe del grupo de Protección Civil de Balmaseda, quien reconoce que en un principio todos se vieron «desbordados». «En cuestión de segundos todo se llenó de humo. Volaban chispas y hubo suerte de que no se encendiera ninguna casa del centro. Balmaseda se salvó de una gran tragedia», asegura. Y es que, más allá de todos los árboles y el monte calcinado, las llamas no dejaron ninguna víctima; tan solo varias casetas de apero y cuatro viviendas, que no se encontraban habitadas, quedaron reducidas a la nada.
Una de ellas está situada a apenas un metro de la de Pepe Martín, frente al polideportivo. Todavía son visibles allí varias maderas quemadas, que sobresalen entre las piedras de lo que en su día fueron las paredes de esta pequeña edificación, que se empleaba como almacén. «Fue un milagro que no se quemara mi casa. Se salvó porque el alero es de cemento», explica. Peor suerte corrió la caseta del perro, un remolque y un 'Seiscientos' que tenía allí abandonado. Y eso que bajo la escalera que sirve de acceso a la puerta de su vivienda se encuentra el depósito de gasoil, a unos pocos metros del fuego, «que pudo provocar una potente explosión».
Tanto él como otros vecinos de La Calzada fueron los primeros en ser evacuados a la otra parte de las vías del tren. «Fue una experiencia muy angustiosa», detalla Zuriñe, la hija de Pepe. Piedatxu Martínez y Carmen Álava, residentes en la cercana zona de El Cristo, recuerdan lo sucedido hace doce meses «con profundo miedo y tristeza». «Todo el pueblo tenía mucha impotencia, se veía a la gente llorar. El cielo estaba rojo, veíamos a los helicópteros volar muy bajo para cargar agua… Fue apocalíptico, justo en nuestro día más entrañable», señalan. Una vivencia que ha marcado a muchos, ya que estos días, con elevadas temperaturas y fuerte viento, el recuerdo se dejaba sentir con fuerza en la villa. «¿Y si vuelve a suceder otra vez?», se escuchó comentar a más de uno.
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«Una película de terror»
Pese al tiempo transcurrido, Goyo Allende, un baserritarra balmasedano al que el incendio arrasó el caserío en el que cobijaba a todos sus animales, tiene todo lo vivido aún muy presente. «Fue como una película de terror, que no se la deseas ni a tu máximo enemigo». Allende ingresó por inhalación de humo, tras jugarse la vida al intentar apagar las llamas. «Volaban muchas chispas y se encendía todo enseguida. Apagabas una cosa y de pronto veías el fuego en otro lado. Aquí me he dejado media vida», asume con resignación, mientras observa cómo solo una parte de su caserío de Arbiz se mantiene en pie.
Una situación que también mantuvo en vilo al entonces alcalde, Aitor Larrinaga, que pasó interminables horas en el puesto de mando situado junto al campo de fútbol de La Baluga. «Todo empezó por la mañana, poco después de la recepción institucional al jurado del concurso. De repente, empezamos a ver un vendaval de humo, se oscureció todo, y nos vino un viento que arrastraba cenizas y ascuas. Empezó a mover el escenario y a levantar las tapas de las putxeras», relata. La rápida propagación de las llamas obligó a cortar varios accesos. Hubo un momento en el que solo se podía salir por la carretera que conduce a Sopuerta. «El fuego llegó hasta las vías del tren, pero se logró que no bajara más. Teníamos mucho miedo de que se propagase por el casco histórico».
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Un temor que también vivió Zalla, donde quedaron arrasadas cerca de 15 hectáreas. Una decena de familias tuvieron que ser desalojadas por precaución. «El panorama era desolador», recuerda Juanra Urkijo, el anterior alcalde de esta localidad encartada, que asegura que durante días no se quitó «el olor a quemado». Por fortuna, las lluvias y los trabajos de reforestación han dado color a la zona afectada. Pero la herida por la angustia y el miedo sufrido aún sigue abierta.
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