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Javier Reino
Viernes, 5 de mayo 2017, 02:13
Lyon no es la capital de Francia. Pero ostenta tantas capitalidades que los lioneses están convencidos de vivir en la capital de capitales de Francia. Un punto por encima de París, si no les causa molestia a los parisinos. Al final, una ciudad que abandera 'la Francia que funciona' y quese abre al futuro mientras da la espalda a los extremismos en las urnas.
Notre-Dame de Fourvière es el símbolo visible de Lyon como capital católica del país. Bien visible, puesto que se divisa casi desde cualquier punto de la ciudad. Fue construida en el último tercio del siglo XIX en un estilo que mezcla el románico y el bizantino. Para muchos es un pastiche, en el que resaltan, eso sí, mosaicos y vidrieras. Vagamente recuerda a la iglesia del Sacre Coeur de Montmartre, sobre todo en cuanto a su privilegiada situación, que ofrece unas vistas inigualables de la ciudad. Tiene la ventaja, además, de que desde Fourvière no se ve Fourvière.
Sea por lo que sea, Fourvière es constante destino de peregrinación, y no estrictamente religiosa. Miles de personas suben a la colina en un pequeño funicular a contemplar desde allí Lyon, dividido en tres por el paso casi paralelo de dos ríos que cruzan la panorámica de izquierda a derecha (de norte a sur en el mapa). A los pies de Fourvière, el Viejo Lyon, con sus calles estrechas y sus casas medievales. Al otro lado del Saona, el Presqu'il, una península que se acaba al sur con la confluencia de los dos ríos y donde se asienta el elegante centro ocupado por el comercio y los edificios oficiales.
Más allá, cruzando el Ródano, el ensanche de Part-Dieu. Aún más al sur, la barriada de Les Minguettes, donde el gran Luis Fernández dio las primeras patadas a un balón.
Ajeno a los encantos de la basílica, un grupo de alumnas de Albacete se asoma a la barandilla como si eso las acercase más a la ciudad que tienen enfrente; y una joven oriental lleva al extremo su valentía para posar con el 'palo-selfie' al borde del barranco. Por suerte no cae nadie.
Ya en el interior de la basílica, un abate que ha accedido a hablar con nosotros justifica en tono doctoral la capitalidad católica: «Lo es por derecho propio, porque de aquí son los primeros mártires galos en tiempos de la dominación romana. Y, en la actualidad, el catolicismo mantiene una enorme vitalidad». «Pero algo habrá cambiado en todo ese tiempo». «Sí, claro. Vivimos un cristianismo en transición cuya dirección no se ve clara». El padre pinta una convivencia idílica con otras confesiones. «Tenemos una estrecha relación con los ortodoxos rusos que llegaron aquí huyendo de la Revolución bolchevique y con la comunidad judía y celebramos un día de oración ecuménica anual a la que asisten muchos musulmanes». No quiere decir su nombre («cíteme solo como 'un cura de Fourvière'»), pero alguien le llama Pascal al despedirnos.
Al salir de la basílica se topa uno de frente con una estatua de Juan Pablo II en actitud peregrina y antes de bajar en el funicular conviene detenerse en el otro elemento arquitectónico de la colina, tan visible desde abajo como la basílica y a muy pocos metros de ésta: una reproducción exacta del último tramo de la torre Eiffel. Fue el capricho de un particular de apellido Gay, que la mandó construir en 1893 con fines turísticos. En la base había un restaurante y por unos francos se subía en ascensor a la plataforma situada a 80 metros de altura. Desde 1963 es un repetidor de televisión y está cerrado al público.
Entre las 'capitalidades' de las que Lyon se ufana está la de la lucha contra la ocupación nazi.
El Museo de la Resistencia y la Deportación está en un barrio hoy multirracial que ha vivido épocas mejores. El museo está integrado en un complejo que en otros tiempos fue hospital y academia militar. Pero está donde debe estar, en lo que fue la sede de la Gestapo en la ciudad y donde tuvo su despacho Klaus Barbie, 'el carnicero de Lyon'.
La verdad es que aco... impresiona entrar en el edificio. Más por lo que fue que por su actual apariencia. Por allí pasaron muchos desdichados antes de ser fusilados como miembros de la Resistencia y desde allí se dictaron órdenes de deportación de decenas de judíos hacia los campos de exterminio.
Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon, tenía fama de participar personalmente en los interrogatorios y en las torturas a las que eran sometidos los enemigos de los nazis.
Como muestras de la impiedad del personaje se suelen citar algunas de sus 'hazañas', como la deportación de 44 niños judíos que permanecían refugiados a escondidas en la colonia católica de Izieu o el llamado 'último tren', que él se encargó de llenar de judíos -no menos de medio centenar- para pasaportarlos a la muerte cuando ya las fuerzas aliadas estaban a punto de entrar en Lyon. Él escapó.
La persecución antisemita tiene sus testimonios en los rincones, como un portal de la calle Sainte-Catherine, donde estuvo la Unión General de Israelíes. Una lápida recuerda uno a uno los nombres de los 84 hebreos apresados allí en la redada del 9 de febrero de 1943. Solo tres de ellos regresaron acabada la guerra.
El museo, sin embargo, carga la suerte en la Resistencia, a la que dedica mayor atención que al Holocausto. «Es normal, los franceses tienen mala conciencia. Las deportaciones se hicieron ante sus ojos y no hicieron nada», lamenta Eli Taubman. Judío por sangre, no es practicante del judaísmo aunque participa en las celebraciones familiares de las festividades judías. Trabaja en el sector financiero, donde ocupa un cargo de nivel medio. «Sé que para algunos puedo ser 'distinto', pero no me siento discriminado en absoluto en la Francia de hoy. Eso ya pasó».
Klaus Barbie huyó a Alemania, donde tras la guerra gozó de la protección de los norteamericanos. Luego tuvo que exiliarse a Bolivia y, en 1983, el deportado fue él. Fue juzgado y condenado a cadena perpetua y murió preso en 1991 a causa de una leucemia.
Los franceses han elevado a la santidad laica al contrapersonaje de Barbie en la figura de Jean Moulin. Jefe de la Resistencia interior, Moulin fue enviado por De Gaulle a Lyon para unificar al movimiento antinazi. Pero fue capturado a las afueras de la ciudad, torturado y, al cabo, asesinado en Metz. Hoy está enterrado en el Panteón de París. Es legítimo sospechar que el Victor Laszlo de 'Casablanca' comparte su aura.
Su recuerdo limpia la conciencia de Francia, que se estremeció cuando el abogado defensor de Barbie, el polémico Jacques Vèrges, se atrevió a preguntar en el foro «¿Con qué derecho juzgamos a Barbie cuando nosotros, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?».
«Alguien te escucha»
En la parroquia de St. Bonaventure, ya en el centro, ha terminado la misa, y dos de las capillas laterales son ocupadas por confesores. Hay confesionarios, pero no se usan. En cada capilla hay una mesita con dos sillas y un flexo. Hay una tercera capilla ocupada. Pero no por un confesor. Una señora de edad avanzada y vestida de manera sobria, pero elegante, ocupa la mesita. En la puerta un cartel reza: «Te escuchan. ¿Penas, problemas, dificultades que compartir o confiar? Escucha confidencial a cargo de un laico benevolente y bien formado».
¿Hay cita previa?
No. La gente viene y habla -responde Françoise con suma amabilidad.
¿Y quién escucha?
Somos un grupo de voluntarios formados para esta labor y coordinados por un superior, que es psicólogo.
¿Y siempre tiene usted una respuesta?
Nuestra labor es escuchar, no dar consejos. Aunque podemos darlos e incluso dirigir a una persona a un especialista en su problema.
¿La crisis ha traído más consultas?
Nosotros trabajamos más en el campo espiritual, de la búsqueda interior. Pero es evidente que aquí nos llega también el reflejo de las dificultades sociales.
¿La Iglesia influye en la política?
Los obispos han hecho pública una bella carta en la que se recuerdan los criterios y valores cristianos.
¿A qué candidato recomiendan?
No se les ocurriría hacerlo con ninguno.
A esas horas -cae la tarde de un día entre semana- Lyon comienza a hervir. La capital de la Galia romana, de la que conserva dos espléndidos teatros; la capital de la seda, que la convirtió en gran plaza financiera en el siglo XVI es también las capital de la gastronomía y de la vida en la calle. En la amplísima Place des Terreaux hay 'tortas' por una silla libre en cualquiera de las numerosas terrazas para tomarse una cerveza. Una muchedumbre de mayoría juvenil llena los locales y hay bullicio en el ambiente.
«¿Lo mejor de Lyon? La 'marcha', sin duda», y Frabice utiliza la palabra española al contestar. «Hay zonas y locales para todo tipo de público».
Los jóvenes llenan el metro cada tarde para dirigirse a sus zonas de encuentro. Y son 150.000 solo los universitarios inscritos en sus facultades, procedentes de toda Europa y de más allá del Viejo Continente. Marisa es española. «¿Qué te gusta de Lyon?» «Mmm... todo». «¿Todo?» «...Mmm sí». «¿No hay algo que no te guste». «...Mmmno». ¿«Qué estudias?» «Comunicación». Se veía venir.
A las diez de la noche la ciudad estalla por la zona que va del Ayuntamiento a la Ópera y el Museo de Bellas Artes. La estudiantina la ha tomado al asalto, como los revolucionarios la Bastilla.
Aunque con menos estruendo, las calles de la ciudad vieja, al otro lado del Saona, están abarrotadas de gente que busca dónde cenar. Dos parejas miran la carta de un coqueto local, que como todos los de Francia expone en su exterior la carta completa con los precios de todos sus platos y varias fórmulas de menú. Están descartadas las sorpresas.
Esperan para mirar otros cuatro paseantes, tres de los cuales inhalan el humo de sus cigarros electrónicos. Sorprende ver el éxito que ha tenido el artilugio en el país vecino. Al menos, si se compara con su implantación entre nosotros. Lo que no ha llegado aquí por ahora es que todos los paquetes de cigarillos sean del mismo color: marrón. De tal manera que, por ejemplo, para distinguirse de otras variedades de la marca, el Marlboro rojo lleva la etiqueta 'red' (rojo en inglés) pero la cajetilla es marrón. Como la del resto de marcas.
Las dos parejas optan por fin por pedir mesa en el simpático 'bouchon'. En la tierra de Paul Bocuse, el creador de la 'nouvelle cuisine', el 'pope' del que han aprendido todos los demás creadores de 'nuevas cocinas' del mundo, la institución gastronómica por antonomasia es un local generalmente pequeño de apariencia rústica que prepara platos como el salchichón caliente con salsa de vino y la 'andouillette', un embutido de callos de cerdo con un sabor y un aroma para los que hay que estar preparado. Se sirve generalmente con fuerte mostaza.
En general, el 'bouchon' ofrece platos de cerdo, aunque también de vaca, con salsas a base de sus propios vinos, 'beaujolais' y côtes du Rhône y a unos precios muy razonables.
Lavadoras por los aires
En Le Laurencin, uno de los 25 'labelizados' como auténticos 'bouchons', instalado en una casa del siglo XVI y comandado por Philippe Galgani desde la jubilación de su padre, Jean-François, la distancia entre mesa y mesa es tan escasa -una característica propia de muchísimos restaurantes modestos en Francia- que invita a entablar conversación con el vecino. Florian, 30 años, sanitario, no cree mucho en la política, pero se esfuerza: «Sí, he votado. Pero en blanco. Todos me parecen la misma m...». Ni siquiera sabe de qué partido es el alcalde. «Socialista», le apunta su novia, Lisa, que no es de Lyon.
¿Qué hace la gente de Lyon un fin de semana? «Sale a comer o a cenar por ahí, sobre todo».
Da la impresión de que todo va bien aquí . «No creas, tenemos zonas como Saint-Priest, donde vive un amigo mío que ha visto cómo tiraban una lavadora desde un octavo piso». ¿Tú vas por allí alguna vez?. «A qué, ¿a que me caiga una lavadora?».
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
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