«Mucha gente viene a llorar delante del kiosco»
El Ayuntamiento debe decidir si repara el icónico bar de Doña Casilda que ha tenido que cerrar o construye uno nuevo. La reapertura llevará más de dos años
Ha sido cerrar el pasado domingo y convertirse, casi de inmediato, en un centro de peregrinación. De gente, sobre todo ya peinando canas, que disfrutó del kiosco del Parque de Doña Casilda cuando eran niños y acudían al entonces llamado 'kiosco de las bicicletas' a comprar barquillos -'al rico barqui, barqui', todavía hay paseantes a los que se les oye entonar esta canción- o a alquilar viejos triciclos, algunos de tres ruedas, que pesaban lo que no está escrito. Aquello sucedió en los años 60.
Aquel kiosco desapareció para tristeza de muchos bilbaínos, pero en julio de 2005, Álvaro López, el propietario de Helados Capra, dio con una idea fantástica. Tomó el testigo con un resultado asombroso. Arrasó con la instalación de una elegante terraza que congregaba en su heladería-cafetería a todo tipo de ciudadanos. Abuelos, niños, jubilados, estudiantes... Siempre ha reinado un ambiente familiar. La familia López firmó una concesión pública que se ha prolongado por espacio de «20 años y unos cuantos meses», detalla Álvaro. La explotación del kiosco que el heladero bilbaíno construyó y «regaló» al Ayuntamiento debería haberse prolongado mucho más tiempo.
Un platanero movedizo
Por varias razones. El negocio marchaba como un tiro, pese a tener que sortear las adversidades meteorológicas, y los clientes disfrutaban cuando pillaban sitio en alguna de las 56 mesas y 224 sillas diseminadas en uno de los veladores más icónicos de la villa. Pillar sitio en las épocas más calurosas del año era muy complicado, pese a contar con 15 camareros. Las colas eran interminables.
Sin embargo, todo se ha venido abajo por culpa del caprichoso y 'movedizo' platanero situado junto a la estructura. El árbol en cuestión no ha permanecido quieto. Suena raro, pero es así. Se ha ido desplazando «progresivamente». Desde hace «cinco o seis años», calcula el heladero, ha montado «un impresionante lío» al caer encima de la techumbre. «Cuando llovía se producían filtraciones y se abrían grietas», explica. También ha reventado cañerías y tuberías debido a los estragos ocasionados por sus portentosas raíces. Durante los últimos años el hostelero contrataba cada temporada a una empresa para minimizar los daños que el platanero estaba ocasionando en el suelo. «No lo estaba levantando. Reventaba todo», reconocen.
La situación no revestía ninguna peligrosidad, ya que no existía riesgo de derrumbe del edificio. No obstante, el Ayuntamiento decidió a principios del pasado verano bajar «temporalmente» la persiana del kiosco, aunque gracias a un acuerdo «entre las partes» optó por mantener la actividad comercial hasta el pasado domingo. El Consistorio se ha comprometido a realizar «una importante puesta a punto» del local «antes de volver a sacar de nuevo» la licitación. El departamento municipal de Espacio Público encargó un informe técnico sobre la situación de la cafetería, que se vaciará «totalmente». Tras una primera inspección, descubrió importantes daños en la estructura y la «necesidad» de realizar un proyecto «ad hoc de una mayor envergadura de lo que se esperaba inicialmente».
«Nos han arrancado el alma»
Mientras el Ayuntamiento se debate entre levantar un nuevo establecimiento o repararlo «para hacerlo compatible con la supervivencia del platanero», numerosas personas se acercan a diario a evocar viejos recuerdos. «Aquí venía de chaval a alquilar bicis, después me acercaba a tomar un café y a probar los mejores helados de tutti frutti con avellanas. Luego venía con mis nietos», contaba emocionado Juan Carlos Ruiz de Villa. «Yo venía a tomar refrescos a uno de los emplazamientos más privilegiados de Bilbao. El kiosko de Doña Casilda es una institución en Bilbao», recordaba su colega, Eduardo Candel. «Para un bilbaíno, la clausura de este espacio es como si nos hubiesen arrancado un poquito de nuestra alma», se lamentaba Juan Carlos.
Berna Martín y Fernando Abaitua también eran habituales de este lugar. «Quien venía al parque de los patos acababa acercándose por este kiosco. ¡Era una zona tan tranquila!», subrayaba. Y bonito a más no poder, «con un diseño que reproducía las alas de una mariposa», exaltaba Miriam Telletxea. «Era un clasicazo con encanto. Daba gusto estar en esta terraza», elogia.
Pero uno de los mayores símbolos de la hostelería bilbaína ya es historia. López presume de que jamás tuvieron problemas con los vecinos. «Cerrábamos pronto todo el año y nunca había música 'chunda chunda'. Era muy agradable disfrutar aquí a la sombra de los árboles», añde antes de rematar: «Mucha gente viene a llorar delante del kiosco».
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