Debe de estar escrito en alguna parte que el Athletic no puede ganar dos partidos seguidos ni aunque se lo pongan como a Fernando VII ... . Tres días después de su excelente partido contra el líder, ayer tocaba petardazo ante uno de los aspirantes más cualificados a perder la categoría. Lo decíamos entonces y lo repetimos hoy: el Athletic es así, capaz de lo mejor y de lo peor. Tiene tarea por delante Marcelino para conseguir la regularidad exigible a cualquier equipo que pretenda competir.
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No puede decirse que el Athletic jugara un mal partido ante el Valladolid analizando los noventa minutos. De hecho, pudo dejar resuelto el choque antes del descanso después de una primera parte en la que abrumó al equipo de Pucela. Es cierto que solo hubo dos remates de Morcillo en todo este tiempo, pero tampoco vamos a descubrir ahora las carencias de este equipo de cara a la portería contraria. Nos conformamos con que llegue al área rival con cierta fluidez y frecuencia, y eso lo hizo con creces.
Fue uno de esos partidos que los ves venir de lejos. Era obvio que el Valladolid tenía que cambiar el guion si quería sacar algo de San Mamés. La cuestión era cuál sería la respuesta del Athletic. Y la verdad es que los rojiblancos dispusieron de más y mejores ocasiones para sentenciar, antes de que el Valladolid empatara por primera vez, pero acabaron con la cara pintada. No es una historia original; la hemos visto muchas veces y con los protagonistas más dispares.
Al Athletic le faltó tensión competitiva y aunque siempre es una noticia excelente el debut de un cachorro, puede que la entrada de Nico Williams en el campo diera a entender a alguno antes de tiempo que el partido estaba solucionado sin pensar que el Valladolid no estaba por la labor de sumarse a la fiesta. El choque hubiera estado resuelto si un minuto antes primero Villalibre y a continuación Iñigo Martínez, llegan a marcar el segundo gol. No fue así y el Athletic lo pagó caro porque esta vez a los fallos en el área contraria se les sumaron los regalos en la propia.
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Faltó tensión para impedir que el más bajito de los que estaban en el campo marcara de cabeza sin apenas necesidad de saltar en un córner, y faltó concentración y algo más para permitir un remate en el corazón del área a falta de cinco minutos para la conclusión. Es un sarcasmo que un equipo incapaz de ganar dos partidos seguidos en todo el curso, que falla tanto arriba y además concede dos regalos de ese calibre a un contrario que está con la soga al cuello, piense que puede remontar un tercio de los puntos que quedan en juego a un rival de la talla del Villarreal.
Aunque el empate duele por injusto y por absurdo, a estas alturas nos vale más quedarnos con los aspectos positivos, que los hubo y bastantes, como la actuación de Morcillo y su estreno goleador o los buenos movimientos de Villalibre y Sancet, tanto en balones largos como en jugadas al pie. Se trata de que haya continuidad y de que Marcelino siga trabajando con la vista puesta en la próxima temporada.
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No tiene sentido frustrarse porque el empate cierra definitivamente la temporada. Es cierto que ganar hubiera supuesto quedar a cinco puntos del Villarreal, con quince en juego. Pero no hace falta una regla para medir la distancia, ni una calculadora para evaluar las posibilidades reales de alcanzar a los castellonenses. A veces, ni siquiera las matemáticas son suficientes para mantener la ilusión. La competición de este año para el Athletic terminó con las finales.
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