Y eso que no me gusta el fútbol. Una de mis peores pesadillas de chaval era volver a casa un lluvioso domingo de invierno en ... el coche de aita con el pitido del 'Carrusel deportivo' taladrándome los oídos para anunciarme la sorpresa en Las Gaunas o la remontada del Molinón. Ya de adolescente el rock'n'roll conquistó mi corazón, ocio y cartera. La chupa de cuero no maridaba con las prendas deportivas. El fútbol moderno acabó por persuadirme de que el balompié es una industria egoísta. Pero aquí no hablamos de fútbol. Hablamos del Athletic.
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Y eso, queridos amigos, tiene una carga sentimental de alto octanaje en el tuétano de mi ser. La alegría de una familia de Portugalete corneada por el paro y la heroína, la unión de un pueblo dividido por el plomo y asustado por la reconversión, la explosiva kalejira con primos y amigos entre fachadas negras por el humo hacia una ría muerta convertida en cloaca… Hoy he vuelto a revivir la Bizkaia de los 80, a menudo añorada pero nunca mejor. He vuelto a sentir ese calor con rostros diferentes, la misma sensación de orgullo, de familia y de cariño hacia unos chavales que son algo más que deportistas. Son del barrio, de casa, compartes lugares comunes y mismas referencias, ilusiones y sueños, verbenas y veranos nublados.
La Bizkaia de titanio no se parece en nada a la del hollín de Altos Hornos, y sin embargo sigue siendo la misma. Se echa a la calle por su gente con esa mezcla de orgullo y complicidad por defender un sueño que parecía imposible. Cuarenta años nos han cambiado la piel. Nunca el espíritu. Aupa Athletic!
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