Mauricio Pellegrino

La pasión desbordante del hombre tranquilo

De discurso sosegado y educación exquisita, Mauricio Pellegrino encarna la serenidad en un mundo de tempestades y traslada su obsesiva devoción por el fútbol a un equipo solidario y bien trabajado

Iñigo Miñón

Lunes, 29 de mayo 2017, 11:04

Mauricio Pellegrino (Leones, Córdoba, Argentina, 1971) es el hombre tranquilo que aparenta. Serenidad a primera vista. Paciente con el futbolista, atento con el personal del club, educado con el aficionado. Con un punto irónico en el trato más cercano. De discurso sosegado, más cargado de fútbol que de titulares llamativos. La calma necesaria en un mundo de tempestades. Algo tendrán que ver sus orígenes: hijo de Remigio y de Silda Bonifacia, campesinos de Leones, al sudeste de Córdoba, que criaban cerdos, maíz, trigo y soja. Pero todo cambia cuando el balón echa a rodar. Ahí sí se altera, gesticula, eleva las pulsaciones de su comedida personalidad. Energía concentrada durante noventa minutos que, como suele decir, le hacen llegar reventado a casa. Tan cansado como cuando desplegaba los 193 centímetros de su espigada figura dentro del terreno de juego, en sus tiempos de sobrio central. Características físicas que en Argentina le granjearon el sobrenombre del Flaco, apodo que le acompañó durante toda su carrera salvo en la temporada que jugó en el Barcelona (98-99). «Aquí solo hay un Flaco: es Johan Cruyff», le dijo un directivo culé nada más aterrizar en el Camp Nou.

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No jugó mucho con Van Gaal. «Es lento», repetía el técnico holandés. Pero el educado Pellegrino, jugador de equipo y suplente ejemplar, conectó desde el principio con el núcleo duro del vestuario blaugrana, donde desarrolló una complicidad especial con Pep Guardiola. Horas y horas hablando de fútbol, de Bielsa, de Cruyff, de la Liga argentina, de la española... Un entusiasta del deporte rey. Una pasión enfermiza, en el mejor sentido que pueda adquirir tal calificativo, que le secuestra jornadas enteras. Capaz de encender el ordenador nada más despertarse para estudiar rivales, repasar partidos propios o simplemente seguir aprendiendo nuevos conceptos; y que la hora de la comida le pille aún en pijama.

Un bloque sin fisuras

«Me rebelo contra la idea de que todo está aprendido, hay mucho por descubrir, el aprendizaje en el fútbol es inacabable», ha afirmado en más de una ocasión. Ese es Mauricio Pellegrino, que ha trasladado esa devoción silenciosa a un bloque bien trabajado, sin apenas fisuras y en evolución constante. Un equipo sobrio, sin estridencias. Como él. Respetuoso con el esfuerzo. Con un estilo solidario inconfundible que puede gustar más o menos, pero que ha sepultado las posibles dudas iniciales, cuando aún manejaba el ensayo-error en un plantel de nuevo cuño, bajo el peso de los resultados. Que son los que mandan en todo esto.

Escuela argentina. «Si hay algo que nos diferencia es que para nosotros el fútbol, desde un punto de vista cultural, es algo muy fuerte. Desde el patio del colegio. Con ocho años jugábamos un partido a muerte en los diez minutos que duraba el recreo. ¡Volvíamos a clase desfigurados! El desprecio social que sientes cuando pierdes te hace pensar que perder está muy mal. El que no triunfa no es nadie», explicaba el Flaco en un reportaje publicado en El País.

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