La vida del Alavés nunca fue fácil. Una historia de superación, a la imagen de su ciudad, endureciéndose en las derrotas y afianzándose en las ... victorias, luchando contra los fracasos deportivos y los desastres administrativos. El perfil de un superviviente que superó las crisis sin desaparecer como otros clubes que no supieron afrontar la realidad cambiante del fútbol. Ayer empezó su enésima travesía, camino de un centenario que resume en años su enorme importancia social y simbólica. Y lo recorrerá, fiel a su biografía abnegada, condicionado por un virus que le ha privado de su gran fortaleza, el vigor que emana de Mendizorroza cuando bulle su gente. Esta miniliga de campos desiertos, con aroma a pretemporada –a Pacheco se le perdona todo-, es el último reto. Y visto lo de Cornellá-El Prat, tocará, una vez más, sufrir.
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La pandemia nos ha devuelto, curiosamente, el viejo fútbol. El fútbol desnudo, esencial. El 'football' de los 'gentleman' y los campus ingleses de finales del siglo XIX; el balompié de los trabajadores de las minas, los puertos y las siderurgias; el de todas las infancias, el de los patios, las calles y los descampados. Un fútbol sin más ruido de ambiente que el de sus participantes. Y suena extraño, artificial, impostado, por mucho que en el césped estén los mismos colores y los mismos jugadores.
En el Coliseo romano nunca se jugó al fútbol, pero las vísperas de los combates en sus gradas desiertas los gritos de los gladiadores y el chocar de sus armas reverberarían tan huecos como ayer cada golpe al balón, cada orden, queja o choque. Los anfiteatros y los estadios se levantaron para las muchedumbres, para magnificar lo que sucedía en su arena, para contagiar la pasión y tomar partido. Sin gente y con eco, el espectáculo es diferente, aunque la importancia sea la misma y se juegue algo tan trascendente como seguir en la élite. Quien lo asuma sacará beneficio de esa asepsia emocional.
La cuarentena ha mostrado el complejo y a veces cruel equilibrio que existe entre la salud y la economía, entre la prioridad de sanar y la necesidad de generar recursos que lo permitan. El fútbol, un buen émulo de la vida, está mostrando esa misma dificultad para compaginar fervor y negocio. Y la solución hallada para cumplir contratos y respetar la ley ha sido convertir la televisión en un asiento en la grada. Aunque la provisionalidad sea un consuelo, costará adaptarse a ese sucedáneo tan trascendental como distante. Si los aficionados tienen el síndrome del ausente, a los futbolistas los consume el del miembro amputado: correr hacia el fondo para celebrar un gol saludando al cemento como si estuviera lleno de banderas y bufandas ondulantes.
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Eduardo Galeano, el fallecido escritor uruguayo que dignificó el fútbol como rasgo humano y pulsión social, definió con precisión la pasión que provoca: «No hay nada más vacío que un estadio vacío, ni nada más mudo que las gradas sin nadie». Para él, el fútbol era la única religión sin ateos. Y el Alavés tiene muchos creyentes. Y suficiente fe.
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