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El desconocido callejón de Bilbao lleno de arte y artesanía que recuerda a Santorini
El callejón Zollo, ubicado en la calle Alameda San Mamés, es un lugar pintoresco y con encanto que alberga un antiguo taller de marcos y una galería de arte
En Bilbao hay un callejón que pasa inadvertido para la mayoría de la gente, pese a nacer de una de las calles más vividas de la villa. Su céntrica ubicación lo convierten en un lugar concurrido, pero seguramente muchos bilbaínos habrán pasado de largo sin reparar en él. El ritmo acelerado en el que vivimos y estar sumidos en el frenesí del móvil nos impide fijarnos en lo que ocurre alrededor y pasear sin rumbo solo por el placer de hacerlo. Un estilo de vida tan agitado que nos aleja de aquellos rincones atípicos que siempre estuvieron ahí, pero nunca vimos. «Cada vez más bilbaínos y vecinos de municipios cercanos vienen a conocerlo. Vamos rápido de un sitio a otro y no miramos más allá. Además, la gente se piensa que es un garaje y no pasa. Pero los turistas sí que entran y se interesan por descubrirlo», cuenta Jorge Hierro Barcia, propietario junto a su socio, José Ignacio López, del taller de marcos Molcris, situado desde hace más de cuarenta años en esta pintoresca callejuela.
Un llamativo letrero azul y amarillo anuncia que allí, en el número 11 de la calle Alameda San Mamés, se encuentra el callejón Zollo. La puerta de entrada también busca atraer la atención de los viandantes al estar enmarcada en una moldura dorada. «La pusimos para que la gente supiese que nos encontrarían dentro, porque aquí estamos escondidos», aseguran estos artesanos, que se quedaron con el negocio cuando se jubilaron sus antiguos jefes hace una década. Llevan «toda una vida» desarrollando su oficio con mimo y dedicación en esta especie de cantón estrecho y en cuesta que debe su nombre a la antigua panadería Zollo. «Tenía unas argollas en las que se ataban a los burros para transportar la carga, pero cerró hace muchísimos años, antes de que nosotros llegásemos. Y la callejuela continuaba mucho más, la pared del fondo es reciente».
Otro de los atractivos de este singular callejón son sus puertas y ventanas azules, que recuerdan a la reconocible estética de las islas griegas. «En su día se pintó así y lo hemos mantenido, porque nos encargamos nosotros de conservar el callejón, no tenemos ayuda de nadie», lamenta Jorge, que suele pasar largas horas en el taller situado en la entrada, mientras que José Ignacio se encarga de la tienda, donde atienden al público, al final del callejón. «Hemos estado en todas las puertecitas, pero de aquella otra lonja del fondo nos tuvimos que marchar porque nos dolían los huesos y las articulaciones de tanta humedad». No deja de ser una callejuela pequeña y sin salida que resulta sombría, especialmente en invierno, cuando el visitante al levantar la vista en vez de un cielo despejado encuentra los típicos tendederos de lona azul con la ropa colgada de los vecinos. «En verano es más mágico, cuando el sol se cuela entre las casas y luce en todo su esplendor», apunta Jorge, que tiene intención de jubilarse en este característico lugar. «A nosotros lo que nos funciona es el boca a boca. Hemos notado un bajón por la pandemia y es muy difícil competir con gigantes como Ikea, pero en Molcris es como si creásemos un 'traje a medida' y hay mucha gente que sigue buscando piezas únicas y bien hechas».
El arte de la galería Aire
Desde marzo de 2018, cuentan con unos vecinos muy especiales, que han dado un toque alternativo y cultural al callejón: los artistas de la galería Aire. Detrás de este espacio, se encuentra la asociación que Adolfo Ramírez-Escudero, conocido como Fito y profesor de la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU, creó junto a sus dos hijos. Porque la ilusión de este docente de 66 años era «dar visibilidad a la labor artística de alumnos y profesores». También de aquellos estudiantes y docentes que hace tiempo que salieron de la universidad. Un deseo que se ha materializado en las exposiciones temáticas, colectivas e individuales, estas últimas «para profesorado y alumnado con más recorrido», que visten de arte y talento la galería. Eso sí, Fito también reserva un lugar de honor a quienes él denomina «viejas glorias»: «Profesores de cierta edad que ya no tienen dónde exponer, porque a partir de los sesenta años es como que te dejan un poco de lado», lamenta. Por eso él les da libertad para «mostrar aquello que no se han atrevido a exponer nunca». «Yo soy muy poco intervencionista, aquí la gente trae lo que le da la gana», asegura.
El proyecto de Fito recaló en este callejón porque «el alquiler era asequible», pero también «por el encanto que desprende este lugar, con ese punto bohemio y alternativo» que encaja con su galería de arte no convencional. Este profesor entusiasta -«no se puede estar quieto», dicen sus alumnos- ha embellecido el callejón con las macetas llenas de plantas que adornan la entrada de Aire y que conviven en armonía con un par de máscaras africanas, ya que es un gran aficionado a este tipo de arte. Durante los casi cuatro años que lleva este espacio abierto, son muchos los artistas que han pasado por aquí para acercar al público sus personales propuestas. «Fue muy divertida la exposición de Jorge Rubio, porque Fito le propuso que trajese lo más loco que había creado y sorprendió con unas esculturas gigantes de animales. Y hace unos meses, unos exalumnos y su profesora montaron aquí una piscina, con fuentes, muy bonita», recuerda Izaskun Arralucea, que es compañera de Fito en la galería y actualmente cursa la tesis doctoral de arte.
Un proyecto altruista
Ambos esperan impacientes la 'vermutada' que van a celebrar este sábado a las doce del mediodía para inaugurar la exposición de pintura de Iñaki Imaz, profesor de la Facultad de Bellas Artes. Ya no pueden organizar las fiestas que montaban antes para abrir las exposiciones, que cambian cada dos meses, pero esperan poder retomarlas algún día. «Eran muy divertidas, venía mucha gente, con comida fuera y conciertos, una vez con batería y todo, imagínate», recuerda Izaskun, que trabaja los miércoles en la galería. Permanece abierta al público solo de martes a viernes de cinco a siete y media de la tarde. Pero Fito invita a todo el mundo a acercarse a conocer la labor que desarrollan estos creadores, unidos por «lazos artísticos, pero también afectivos». «Hay siempre cierta reticencia a entrar en las galerías, la gente cree que hay que pagar o que están obligados a comprar, como si fuese una tienda; además el arte contemporáneo impone un poco», lamenta este profesor, que también ha creado «una pequeña editorial». «Publicamos un catálogo anual que recopila las exposiciones de cada año. Y hemos expuesto en algunas ferias nacionales», añade orgulloso.
Fito se alegra cuando algunos visitantes pierden el miedo a cruzar la puerta de la galería y se animen a comprar alguna obra. «Aquí no nos quedamos con ningún porcentaje, esto es un proyecto altruista», aclara. Y, además, dan trabajo a sus vecinos. Porque algunos compradores llevan sus lienzos donde Jorge y José Ignacio para que se los enmarquen. «¿Cierras tú hoy?», preguntan a Izaskun ambos artesanos al terminar su jornada, como si aquello fuese una comunidad de vecinos. «Depende del ánimo que tenga para cerrar la puerta, me marcho corriendo con ellos o no», bromea esta joven artista de 27 años. Tarda un buen rato en encajar la persiana -«a veces se engancha»- y, además, se le tuerce la llave en el intento. Pero sobre las siete y media de la tarde el callejón Zollo queda cerrado. Sin gente, ni vida. Y a la espera de que aquellos que aún no lo conocen levanten la mirada del móvil o de sí mismos para contemplar este lugar con historia y encanto que siempre estuvo ahí para ser visto.