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Pequeñas infamias

¿Y del 'glamour' qué?

Carmen Posadas

Viernes, 28 de Julio 2023, 10:02h

Tiempo de lectura: 3 min

Aviso a veraneantes: esta semana mi artículo va de friboludeces, así que díganme, por favor, ¿qué rayos está ocurriendo en Mónaco? Hasta ahora el Principado era sinónimo de sofisticación. En gran medida gracias a Grace Kelly, que ayudó a repintar los desconchados blasones convirtiéndolo en punto de encuentro de aristócratas, vividores, aventureros multimillonarios y demás especies que constituyen la fauna ideal de este tipo de enclave. Los duques de Windsor, David Niven, José María Aristrain, Aristóteles Onassis, Maria Callas y más tarde Jackie Kennedy-Onassis… estos y otros rostros famosos se dejaban ver a mediados del siglo pasado en su torneo de tenis, en el Rally de Montecarlo o en el archifamoso Baile de la Rosa.

Es como si un hada malvada hubiese abatido sus alas negras sobre los Grimaldi

Como en estos paraísos artificiales el aspecto físico cuenta mucho, el hecho de que los hijos de Grace y Rainiero fueran guapos aseguró la continuidad de la estirpe y, durante años, Carolina con su elegancia y Estefanía con sus excentricidades (hoy me hago estrella de rock, mañana me caso con artista de circo y me monto en elefante, etcétera) consiguieron que sus vidas fueran carne de paparazzi. Alberto, el heredero, parecía más discreto a pesar de su condición de soltero de oro. Pero tampoco era manco a la hora de dar titulares, sobre todo cuando se hizo público que tenía dos hijos naturales, uno de ellos mestizo. Ya talludito, decidió casarse, y Charlene, la elegida, parecía reunir las cualidades requeridas para continuar la saga. Era nadadora olímpica, altísima y rubia y con cierto aire a mamá Grace. A la perpetuación del glamour contribuyeron también los tres hijos mayores de Carolina, a cual más guapo y espectacular. No tanto la cuarta, que salió feúcha, pero el hecho de ser una Hannover (casi) hace olvidar que parece más una granjera teutona que una princesa. En fin, caprichos de la genética, pero, aun así, todo continuó siendo perfecto y rosa en el Principado. Además, para entonces, las bodas de los niños Casiraghi parecieron augurar nuevos días de gloria para Mónaco. Andrea se casó con una multimillonaria; Carlota, tras tener un hijo con el actor marroquí Gad Elmaleh, matrimonió con el productor de cine Dimitri Rassam en 2017 y empezó a interesarse por la filosofía, lo que sumó al glamour un aire de intelectualidad. Por su parte, Pierre protagonizó la boda más sonada de todas al casarse con Beatriz Borromeo, perteneciente a una de las familias más antiguas de Italia, que, además de ser monísima, viste fenomenal, una particularidad que es esencial en este tipo de reinos hechos de sueños y vanidades. Y así empezaron a correr los años. Al principio, los viejos y nuevos protagonistas de este cuento de hadas continuaron jugando sus roles con igual eficacia. Un par de escándalos añadieron nuevo tabasco al guiso. Como la pésima relación de Carolina con Charlene. O la sempiterna cara de tristeza de esta. O sus atronadoras ausencias en los acontecimientos más importantes del Principado, su desaparición durante meses o su nunca bien explicada enfermedad… ¿Hay o no hay material para que el culebrón siga y continúe dando buenos réditos al Principado? Claro que sí, pero hete aquí que de un tiempo a esta parte parece haberse eclipsado el elemento fundamental en todo sueño rosa que se precie, el glamour. Es como si un hada malvada hubiese abatido sus alas negras sobre los Grimaldi: Carolina, que se ha dejado el pelo gris; Estefanía ya ni se molesta en peinarse; Charlene se ha convertido en un armario de dos puertas; Tatiana Santo Domingo de tan hippy parece homeless; de los hijos de Estefanía mejor ni hablar, así que solo nos quedan Beatriz y Carlota. La primera sigue las pautas tradicionales y aparece monísima en todos los acontecimientos familiares. Carlota, en cambio, dice estar más interesada en brillar por su inteligencia que por su aspecto físico y se ha propuesto consolidar Mónaco como sede y lugar de encuentro de jóvenes filósofos. No seré yo –que he sido víctima de tantos prejuicios– quien ponga en duda sus dotes intelectuales o su poder de convocatoria. Ojalá el Principado se convierta en la nueva Atenas. Estoy deseando ver cómo conviven Kant con el Rally de Montecarlo y Sartre con el Baile de la Rosa y lo celebraré con una piscine, que es una bebida muy monegasca (y glamurosa).