«He matado a mi madre y a mi hermano. He cometido una carnicería»
Un menor que cumple hoy 18 años asesina con un martillo-hacha en Portugalete al pequeño de la familia, de 11 años y discapacitado, y a su progenitora, de 58
IVÁN ALONSO
Martes, 28 de junio 2011, 09:45
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Nadie se explica qué pasó por la cabeza de Ismael Q. -que hoy cumple la mayoría de edad- para coger un martillo-hacha y acabar con la vida de su madre, Pilar, de 58 años, y de su hermano pequeño, J. Q., de 11 años y que presentaba una discapacidad psíquica y física. Ocurrió en la mañana de ayer en el domicilio familiar, en Portugalete. La Ertzaintza investiga las causas de los terribles crímenes dentro de una familia compuesta por siete miembros -el matrimonio y cinco hijos, aunque dos de ellos ya no residían en la vivienda- y que ocupaban su actual morada desde hace cinco años, sin mayores problemas y sin que nada hiciera temer el fatal desenlace.
Eran aproximadamente las diez de la mañana cuando el número de emergencias 112 recibió la llamada de Ignacio Quesada, el cabeza de familia. Estaba nervioso, preocupado. Llamaba desde la misma puerta de su casa, el bajo izquierda del número 20 de la calle Federico García Lorca. Al regresar a la vivienda se había encontrado abundantes manchas de sangre en la puerta y una sierra en el descansillo. Ignacio había salido pronto de casa con destino al centro de salud de Repelega, donde tenían que realizarle unos análisis, pero sin las llaves en su bolsillo porque su hijo Ismael se las había llevado hacia las seis de la mañana, cuando marchó de casa.
La Ertzaintza y los Bomberos tuvieron que acceder a la vivienda a través de las ventanas traseras, que dan a un jardín. La escena era brutal. Desfigurados, los cadáveres de Pilar y el pequeño presentaban innumerables golpes y cortes, especialmente en la cabeza. Las paredes estaban llenas de sangre. Tras ver aquello, los agentes optaron por impedir al padre el acceso a la vivienda. Un bombero tuvo que apagar un pequeño fuego en la cocina. Al parecer, Ismael sorprendió a su madre cuando cocinaba y la cazuela se había incendiado.
Poco después llegaba una de las hijas, Raquel Quesada, de 30 años, desde el cercano centro comercial Ballonti, donde trabaja en la panadería del hipermercado Eroski. Una pareja de la Policía Municipal de Portugalete había ido a buscarla para acompañarla a casa. Ya frente al domicilio familiar se derrumbó y sufrió una crisis nerviosa, lo que hizo que tuviera que ser atendida en una ambulancia de la DYA. «¡Yo ya sé quién ha sido!», exclamaba entre lágrimas, rota de dolor y desesperación, mientras los sanitarios intentaban calmarla. En su cabeza retumbaba el nombre de Ismael.
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Mientras el alcalde, Mikel Torres, llegaba al lugar del suceso, la Policía intentaba localizar al resto de la familia. A los dos hermanos mayores, una hija que vive y trabaja en Bilbao, y a un hijo, que reside en París. Y también a Ismael, que ayer era su último día con 17 años -todavía menor de edad, por lo que deberá ser juzgado como tal- y que hoy celebraba su mayoría de edad. Faltaba de la casa desde hora muy temprana, al parecer porque quería acudir al instituto Zunzunegui de Portugalete, donde cursaba segundo de Bachiller, para recoger sus calificaciones.
No pasaron cuatro horas desde los crímenes cuando, sobre la una y veinte de la tarde, Ismael se presentó en la comisaría de la Policía Local de Sestao, con el rostro desencajado, «y con la mirada perdida», como recordaban los agentes. Diciendo incoherencias, pero con una frase muy clara: «He matado a mi madre y a mi hermano. He cometido una carnicería». Los agentes lo identificaron y detuvieron. Sobre las dos y cuarto fue entregado a la Ertzaintza, que es quien está llevando adelante la investigación. En Sestao habría confesado su crimen y el modo, con el martillo-hacha, pero se negó a aclarar el móvil real que se esconde detrás.
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Durante todo el día, la calle Federico García Lorca fue precintada para facilitar el trabajo de recopilación de pruebas. Las unidades de análisis científico sembraron incluso con números el jardín trasero de la vivienda al ser un bajo y tener las ventanas abiertas. El propio Ayuntamiento precintó todos los buzones de la recogida neumática de basuras cercanos por si el homicida se hubiera desecho en ellos de prendas o incluso del arma del delito. El perro familiar, un caniche blanco, fue sacado de la casa con restos de sangre.
Desde que se confirmó la identidad de las víctimas el estupor recorrió este barrio nuevo y apartado, sin ningún comercio, que no podía dar crédito a que en una familia «tan normal y tranquila» hubiera sucedido un crimen tan abominable. «Es gente normal, trabajadora, si había que echar una mano te ayudaban...», recordaba ayer Gabriel, un vecino, mientras repetía: «En esa familia no tiene sentido, no me lo creo».
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«Había mejorado»
El homicida confeso habría obtenido unos resultados escolares que, en contra de lo habitual, dejaban mucho que desear. Según fuentes del instituto Zunzunegui, hasta seis suspensos figurarían en la cartilla de un estudiante calificado por un compañero suyo de los tiempos de Primaria como de «modelo». Si las malas calificaciones han sido el móvil del crimen es algo que solo la investigación dirá. Vecinos y conocidos aseguran que la familia no tenía, exteriormente, ningún problema. Ni gritos, ni huidas de casa de algunos de los hijos, ni afectados por el paro. El padre, carpintero de profesión, estaba prejubilado por enfermedad tras padecer problemas del corazón, y Pilar era ama de casa. Todos los hijos mayores de edad trabajaban y el pequeño, a pesar de que padecía una ligera minusvalía intelectual y tenía problemas de movilidad en su pierna izquierda, acudía al colegio e incluso, como recordaba ayer una vecina emocionada, «parecía que estaba mejorando mucho, dentro de sus dificultades, en los últimos tiempos».
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