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Jean-Claude Duvalier y su esposa, Veronique Roy, llegan a la Fiscalía de Puerto Príncipe para ser interrogados. :: AFP
MUNDO

El eco de los tonton macoutes resuena en Haití

El regreso de Jean-Claude Duvalier a la isla antillana despierta el fantasma de la larga era del terror

MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL

Domingo, 23 de enero 2011, 04:00

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Carlo Thertus sabe lo que es cagarse de miedo. No es un decir, científicamente el miedo intenso corta la respiración, sacude el estómago, afloja el esfínter. Dicen que es el sistema parasimpático, pero en Haití, el reinado del miedo que creó François Duvalier, alias 'Papa Doc', y refinó con sadismo su hijo Jean-Claude ('Baby Doc') no tiene nada de simpático. Todavía provoca escalofríos.

«Cuando te paraban los tonton macoutes te cagabas, literalmente», susurra Thertus, como si los esbirros del machete y el vudú todavía pudieran oírle. «Quiero decir, te defecabas encima», subraya. «Yo soy un gallina, aprendí pronto a seguir las reglas no escritas, a no hablar de política, a no sobresalir. El día que murió 'Papa Doc' me enteré en el patio del colegio. Nos lo decíamos al oído, nadie se atrevía a repetirlo en voz alta porque nunca sabías quién podía escucharte y decir que te habías alegrado. Entonces venían los tonton macoutes y desaparecías».

Como Cerardieu, un vecino «muy amable y educado» que se le quedó grabado a fuego en la memoria infantil. «Un día se lo llevaron. Nunca más lo volvimos a ver. Nadie se atrevió a preguntar por él. Decían que leía demasiado, tenían algo en contra de los libros, la lectura abre la mente. Si un tonton macoute te preguntaba: ¿qué estás leyendo? o ¿por qué lees tanto?, se acabó. A mí nunca me detuvieron. A a los 22 años me vine a EE UU y todavía prefiero no hablar de política». Su sumisión al poder no ha cambiado, pinta banderas norteamericanas por todas las paredes. Pero en Nueva York puede llevar sin miedo los tirabuzones de rastafari que aún le cuelgan por la espalda. «En Puerto Príncipe te los afeitaba la policía». Dos millones de haitianos se exiliaron. El país quedó huérfano de intelectuales y clase media. La ignorancia, el miedo y la superstición se apoderaron de los que no pudieron escapar.

Camino equivocado

Boby Duval hizo el camino contrario y lo pagó muy caro. Se crió en Puerto Rico y Canadá, entre manifestaciones contra Vietnam y el movimiento 'hippie'. No tuvo el adoctrinamiento de la sumisión que inculcó el régimen de los Duvalier con las milicias más siniestras de Latinoamérica. Tenía 22 años cuando terminó sus estudios y volvió a Haití. A los ocho meses fue detenido. Nunca presentaron cargos ni vio a juez alguno.

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«Fort Dimanche era nuestro Auschwitz. O te mataban a palos o te morías de hambre. En mi celda de 4x3 metros vivíamos 40 personas, todos desnudos, durmiendo por turnos sobre nuestros propios excrementos. Cuando traían la comida ardiendo la tenías que tirar al suelo para que te llenaran el cuenco de agua, porque el mismo cuenco se lo llevaban a otra celda en cuanto te la bebías. No eran más que unas cinco cucharadas de arroz y el pan duro con el café de la mañana, calculo que unas 300 calorías al día. A la semana te morías de hambre. Literalmente, todos los días se morían dos o tres en mi celda. En los primeros ocho meses contamos 180 muertos. Teníamos la piel llena de pus, los guardias se reían diciendo que era para que nos entretuviéramos rascándonos. Después de año y medio me quedé en 39 kilos, pero sobreviví. Esa fue mi victoria. Me propuse que no me moriría. Soy un cabezota, allí tenías que serlo. Si te rendías media hora, estabas muerto».

Se decía que en Fort Dimanche había 50.000 personas, pero cuando Jimmy Carter y su gobierno de los derechos humanos convenció al de Jean-Claude Duvalier para liberar a los presos, sólo quedaban 106 y una enorme fosa común a espaldas de la prisión. El domingo pasado, cuando el exdictador se bajó inesperadamente de un vuelo de Air France como si tal cosa, saludado por 200 seguidores después de 25 años de exilio, a Duval se le revolvió el estómago. «Fue como volver a la celda de Fort Dimanche».

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El jueves recuperó el orgullo que le permitió sobrevivir al exterminio y se sumó a las seis personas que esta semana le han demandado por crímenes contra la humanidad, el único delito que según el derecho consuetudinario internacional no prescribe. Todos los demás pueden salirle gratis al dictador que expolió entre 300 y 600 millones de dólares (de 222 a 444 millones de euros) en su huida. Según el código penal de Haití, que no se ha actualizado desde 1835, hasta el asesinato prescribe a los diez años. Cuando el fantasma de Duvalier se instaló en carne y hueso en un lujoso hotel de la capital devastada, el Gobierno no supo reaccionar.

Vacío político y judicial

Haiti casi no tiene jueces o policía, es parte de su legado. Las organizaciones de derechos humanos se apresuraron a demandar justicia al desorientado Ejecutivo cuyo mandato expira el 7 de febrero, en medio de un vacío político. Los resultados de las elecciones del pasado 28 de noviembre siguen en el aire. Cada día hay 20 muertos más por cólera, van ya 200.000 infectados. La vida continúa desafiante sobre los escombros, de los que sólo se ha retirado el 5%, pero lo último que Haití necesitaba es que Francia le devolviese al tirano.

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«Con voluntad política todo se puede superar, incluso con un sistema judicial lleno de fallos», apuesta Gerardo Ducos. El relator de Amnistía Internacional llegó a Haití hace dos semanas para exponer las violaciones a menores que desde el terremoto se propagan brutalmente en los campamentos de refugiados, y se va tras servirle al procurador en bandeja un informe con más de cien detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones extrajudiciales ocurridas bajo el mando de Duvalier. Todo lo que tiene que hacer el Gobierno para cumplir el Estatuto de Roma sobre crímenes contra la humanidad es demostrar que fueron «sistemáticos y generalizados». Otra cosa es que los jueces haitianos conozcan y honren la jurisprudencia internacional por encima de su propio código.

Duvalier cuenta con que no. Se dice que está arruinado, enfermo de lupus, nostálgico del poder. Su pueblo, tan desesperado como para aceptar a cualquiera que diga venir a ayudarle. O eso cree él. «Afortunadamente para nosotros es víctima de su propia propaganda, por eso está aquí -interpreta Duval-, pero no irá a ninguna parte más que a la cárcel». Thertus cree que no volverá a ocupar el poder. «El pueblo haitiano no tiene estómago para ello, ni la comunidad internacional lo permitiría». Pero Ducos, desde Amnistía Internacional, cree que es Haití quien tiene que detenerle y juzgarle «para reconstruir la memoria histórica que se ha perdido y pavimentar el camino hacia el estado de derecho». O de lo contrario, los pueblos que olvidan la historia están condenados a repetirla.

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