Las manos mágicas de Chucho Valdés
El artista cubano ofrece un concierto de piano en Bilbao. «Puede tocar cualquier cosa cuando quiera», resumió una vez su padre, el venerable Bebo
CARLOS BENITO
Jueves, 20 de septiembre 2012, 17:13
Dionisio Jesús Valdés, a quien el mundo entero conoce como Chucho, lleva muchas décadas sorprendiendo al público con su talento casi sobrenatural al piano, que le permite combinar géneros distantes y casi enfrentados como si fueran buenos amigos de toda la vida, acostumbrados a alternar abrazados por los hombros. En manos de Chucho, el jazz es un abanico que se abre más y más hasta incorporar la raíz africana de los ritmos caribeños (tan importante en su concepto del jazz afrocubano), la clásica que le enseñaron en el conservatorio o incluso el flamenco, del que disfruta en su actual residencia de Benalmádena. Pero el primer asombrado por su talento, mucho antes de que llegase al general conocimiento de la afición, fue su propio padre, Bebo, que se quedó boquiabierto al descubrir a un minúsculo Chucho de tres años tocando el piano con soltura, sin que nadie se hubiese molestado en enseñarle. A los cinco años le pusieron el primer maestro y a los nueve empezó en la escuela de música, directamente en cuarto curso.
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Bebo sigue admirado desde entonces: «Chucho es un genio. Y es mi hijo, pero (se lo digo como si no lo fuera) es el pianista más completo que existe hoy. Puede tocar cualquier cosa cuando quiera. Es el mejor, el número uno», declaraba hace siete años. La verdad es que partió con la tremenda ventaja del ambiente: su casa era pura música gracias a su padre y su madre, Pilar Ramírez, profesora de piano, y a los diez años ya podía permitirse el lujo de acompañar al coloso Benny Moré en los descansos de los ensayos de la orquesta de Bebo. Pero lo de «tocar cualquier cosa cuando quiera» no es una facultad puramente teórica, sino algo demostrado a lo largo de una carrera marcada por la inquietud estilística: su principal vehículo durante un cuarto de siglo fue el grupo Irakere, una máquina de ritmo con imponente percusión que incorporaba jazz, folk, rock, clásica (Mozart, Villa-Lobos, el Concierto de Aranjuez...) e incluso tecnología electrónica. Después Chucho se dedicó a experimentar con el formato de cuarteto, y las últimas noticias que llegan desde su casa malagueña apuntan a nuevas expediciones musicales: está preparando en su estudio doméstico un álbum de «flamenco yoruba», en el que planea combinar las voces de un cantaor y un vocalista africano. Eso sí, su recital en Bilbao será de piano solo, con el artista y su «único confesor», ese instrumento al que dedica ocho horas diarias.
En Benalmádena, Chucho y Bebo viven juntos, después de que la vida y la política les mantuviesen alejados durante demasiadas décadas, el hijo en Cuba y el padre en Escandinavia. Los dos cumplen años el mismo día, el 9 de octubre, y este año les caerán 71 a uno y 94 al otro. Ahora es Bebo, enfermo de alzhéimer y retirado de los escenarios, quien asombra a Chucho: «Hace un par de días bajó y se puso a improvisar con los músicos. Se transforma al piano, es otra persona. Es increíble lo que es el espíritu del músico, que no muere. Se sienta y es el Bebo de cuando tenía veinte años», relató Chucho hace un par de meses a la periodista Regina Sotorrío, además de revelarle que su hijo de cinco años, Julián, tiene claro «desde que nació» que va a ser músico. Son cosas que ocurren en la familia de los Valdés.
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