‘Agujetas’, el último mohicano del flamenco
El indómito cantaor defiende la pureza de su arte ancestral en un mundo lleno de «basura»
CARLOS BENITO
Lunes, 28 de mayo 2012, 21:31
Alguien ha dicho que Manuel de los Santos Pastor, Agujetas, vino al mundo con un siglo de retraso. Desde luego, su estampa es antigua, ancestral, propia de tiempos más duros y más ásperos: el rostro de Agujetas es un paisaje árido, surcado por arrugas y cicatrices, con una boca adusta que durante muchos años ha mostrado al abrirse una dentadura de oro. Pero lo de su tardanza al nacer se refiere a otra cosa, a su cante, un quejido que parece provenir de las profundidades de la historia, como atravesando por su pura fuerza las grietas del tiempo. Agujetas es el cantaor atávico por excelencia, depositario de una tradición perdida: «Chocolate sabe cantar y yo sé cantar. Pero ya no hay más nadie que Chocolate y yo y Francisca La Paquera», declaraba hace diez años a Flamenco World. Chocolate y La Paquera han muerto en este tiempo, así que Manuel se ha quedado como el último mohicano de una manera de entender el flamenco.
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Porque Agujetas también tiene algo de indio, de salvaje que no se pliega a las costumbres y las finuras de un mundo gregario. Es un hombre arisco, bronco, desconfiado, que vive en una casa levantada por él mismo y solo acudió un día a la escuela: «El que sabe leer y escribir no puede cantar flamenco -ha dicho alguna vez-, porque pierde la pronunciación». No se sabe seguro dónde nació, si en Jerez o en Ronda, ni tampoco cuándo, porque su padre tampoco se sometía a imposiciones como la de inscribir a los hijos en el registro. El padre era Agujetas el Viejo, un herrero al que pusieron el apodo porque había trabajado en el ferrocarril, y el chico Manuel aprendió el cante en la fragua, donde se han forjado tantas voces, aunque también a eso le quita adornos hasta dejarlo en la descarnada verdad: «Mi padre cantaba por siguiriyas cuando el hierro se estaba calentando, porque trabajando no se puede cantar. Eso de que los gitanos cantan por martinetes dándole al martillo es mentira», ha rechazado.
Resulta tentador recopilar declaraciones chocantes de Agujetas, el hombre agreste y encastillado en una idea ultraortodoxa de la música. «Lo que están haciendo es una mala copia del flamenco. Cualquier muchacha sale chillando como un perro. Flamenco puro no existe, esto que hay ahora es una basura», decía en aquella jugosa entrevista de 2002. De Camarón sostiene que parecía «un perro cantando», porque era «un canastero, y los canasteros no saben cantar»; a Carmen Amaya se ha referido como «una india pegando saltos»; de los payos, opina que «no hay ninguno que sepa cantar, están vacíos». De sí mismo, en fin, proclama que es «el mejor cantaor de todos los tiempos», pero entre tanto extremismo también es capaz de fogonazos poéticos: «Me levanto con dolor de cabeza porque todas las noches sueño el cante», ha dicho.
El gesto sufriente de Manuel quedó inmortalizado con un intensísimo martinete a palo seco en Flamenco, la película de Saura. También fascinó a la francesa Dominique Abel, que le dedicó el premiado documental Agujetas, cantaor. Casado con una japonesa, este bárbaro del flamenco viene a Bilbao con Manuel Valencia al toque para presentar el disco colectivo V.O.R.S. Jerez al cante, la tercera producción de la BBK dentro de este género: uno de los productores, José María Castaño, tomará la palabra para explicar el trabajo y presentar al artista. Eso sí, parece que Agujetas ya no luce la dentadura de oro que era uno de sus signos distintivos. Llevaba tiempo avisándolo, con esa costumbre de recelar hasta de su sombra: «Me los voy a poner blancos. Me da miedo que, cuando muera, me los quieran arrancar».
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