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La calle Tendería en los años 80. ENRIQUE ONAINDIA
Tiempo de Historias

¿Cuándo se empezó a llamar Casco Viejo a las Siete Calles?

El nacimiento de la asociación de comerciantes de la zona, a finales de los 60, resultó determinante en el progresivo abandono de la denominación más castiza

Carlos Benito

Viernes, 18 de febrero 2022, 01:26

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Existe una conversación entre abuelos y nietos que cuenta con gran tradición en Bilbao, aunque seguramente, como tantas otras cosas, se va volviendo más infrecuente en los últimos años. El nieto relata algo que ha ocurrido en el Casco Viejo y el abuelo reacciona de manera casi dolorida al escuchar ese topónimo, como si le hubiesen asestado una puñalada en el corazón de su bilbainismo: «¡No se llama Casco Viejo, son las Siete Calles!», corrige con cierto mosqueo. Los abuelos, los mayores en general, siempre han estado dispuestos a enderezar lo que consideran un equívoco histórico, que ha acabado asignando a la parte más castiza de la villa un nombre 'forastero', ajeno a la costumbre local.

¿Cuándo se generalizó esta denominación 'moderna'? Los expertos en toponimia suelen citar un momento clave que sirvió como punto de inflexión, allá por el final de los años 60. «Los comerciantes del barrio se unieron y crearon una asociación. Lamentablemente, algunos consideraron inapropiado el nombre de Siete Calles, único utilizado en castellano hasta entonces, junto al vasco Zazpikaleak, y por ello inventaron el de Casco Viejo, nombre que ha suplantado casi totalmente a la forma original, relegada para denominar a las siete calles primitivas», expone Mikel Gorrotxategi, de Euskaltzaindia, en el volumen colectivo 'Lengua, espacio y sociedad'. A partir del nacimiento de la agrupación comercial (que, por las restricciones del franquismo a las entidades gremiales, tomó al principio la forma de asociación vecinal), el término Casco Viejo hizo fortuna y desplazó gradualmente al de Siete Calles, al menos entre las nuevas generaciones.

Ciertamente, el topónimo histórico planteaba un problema evidente. Parece propio de Perogrullo aclarar que las siete calles en cuestión eran originalmente eso, siete, las más antiguas del callejero en esta margen de la ría: Barrenkale Barrena, Barrenkale, Carnicería Vieja, Belostikale, Tendería, Artekale y Somera, con los cantones que las enlazan. Y, si nos vemos apurados, podemos considerar una octava vía, la de Ronda, que en su momento no entraba en la cuenta porque no se consideraba propiamente una calle, sino el camino de ronda de la muralla, con edificios a un solo lado que eran, en realidad, las traseras de la calle Somera. Pero el Casco Viejo había ido creciendo, lo que obligaba a veces a especificar si lo de Siete Calles se refería a lo específico o se tomaba como designación para el conjunto entero. Hay múltiples referencias a esta aparente contradicción en la literatura y la hemeroteca, desde Julio Llamazares («las Siete Calles de Bilbao son más de las que su nombre dice», escribió) hasta nuestro Olmo, el creador de Don Celes («las Siete Calles son lo menos catorce»). El diccionario de la Real Academia Española recoge el adjetivo 'sietecallero' como «perteneciente o relativo a las siete calles del casco viejo de Bilbao», con ese 'siete calles' en minúscula que anima a una interpretación restrictiva, por la que Miguel de Unamuno (que nació en Ronda y vivió en la Cruz) no sería estrictamente sietecallero.

La Travesía del Vapor

La designación de Casco Viejo sí se utilizaba antes de que los comerciantes le diesen el empujón definitivo, pero su función era más bien subsidiaria, como socorrido sinónimo de Siete Calles. Un ejemplo de hace un siglo justo: 'El Pueblo Vasco' informaba en 1922 sobre el «proyecto viario del Casco Viejo de Bilbao». A menudo, de hecho, se escribía en minúscula, como simple descripción de una parte de la villa y no como su nombre propio: así aparece, por ejemplo, en la información que publicaba EL CORREO en 1967 sobre la restauración de la vieja fuente de San Antón. A partir de los 70, cambiaron las tornas y fue Siete Calles lo que pasó a ser una muletilla para evitar la repetición de Casco Viejo, hasta el punto de que a menudo se imprimía en cursiva o se introducía en giros como «lo que se conoce popularmente como Siete Calles». En rigor, las Siete Calles quedaron solo como una subdivisión del Distrito 5, Casco Viejo. No todo el mundo aceptó de buen grado esta evolución en la toponimia: el cronista Luciano Rincón explicó en alguna ocasión que solía recibir quejas cuando utilizaba lo que ya era un nombre oficial. «Se me ha reprochado llamar a las Siete Calles, que ya se sabe que en la afirmación popular engloban muchas más de las siete originales, el Casco Viejo; como si fuera yo el culpable de terminar con una tradición», lamentaba en 1986.

Todavía hoy nos podemos topar, de vez en cuando, con la crítica de alguna persona que sigue sin estar conforme con el nombre 'moderno'. Basta hacer una rápida búsqueda en Twitter, por ejemplo, para encontrar mensajes como estos: «Bilbao no tiene Casco Viejo», «los guapos decimos Plaza Elíptica y Siete Calles», «Siete Calles es mucho más gráfico y bonito, que cascos viejos hay en todos lados»... En 2017, los sietecalleros lingüísticos recibieron cierto respaldo cuando se rebautizó la estación de metro del Casco Viejo para añadirle la denominación en euskera Zazpikaleak.

Para convencerse de que lo de Casco Viejo es un mal menor, estos partidarios de la tradición pueden consultar el plan que en 1885 estuvo a punto de cambiar los nombres de todas las Siete Calles excepto Somera, lo que habría desbaratado en buena medida este reducto de esencias botxeras. Los responsables municipales eran partidarios de que las calles honrasen a alguna persona insigne y desaprobaban esa combinación de oficios y descripciones geográficas que sirve de denominación a estas vetustas vías. Así, Artecalle se iba a dedicar al filósofo catalán Jaime Balmes; Tendería, al escritor y periodista Tomás Camacho; Belostikale, al capitán Ochoa de Asúa; Carnicería Vieja, a Santa Ana; Barrenkale, al escritor y científico José de Echegaray, y Barrenkale Barrena, al compositor Juan Crisóstomo Arriaga. Claro que todavía era peor la ocurrencia de dar nombre a los cantones, con propuestas como Travesía de la Fe, Travesía del Trabajo, Travesía de la Caridad, Travesía de los Obreros, Travesía de la Electricidad o Travesía del Vapor. Por fortuna, al final imperó la sensatez entre los abuelos de nuestros abuelos.

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