Final Fantasy VII Remake: una pugna contra la expectativa
La reinvención del mítico JRPG llegará a compatibles en 2021
marc fernández
Martes, 14 de abril 2020, 10:48
Todos los que hayamos jugado alguna vez a videojuegos, atesoramos entre nuestros recuerdos algún título, o una serie de obras que nos hicieron cambiar la perspectiva con respecto al medio; aquella primera vez que los disfrutamos hicieron 'click' en la cabeza, abriendo nuevos horizontes que conquistar: «Hasta aquí pueden llegar los videojuegos» nos decía nuestra voz interior. Este proceso se va repitiendo a lo largo de las generaciones, quizás con menos frecuencia (dada la experiencia que llevamos a nuestras espaldas es mucho más difícil que nos sorprendan). Así funciona nuestro cerebro, las 'primeras veces', como en todo, generan una fuerte reacción sináptica sobre la que iremos construyendo nuestra actitud con respecto a la vida.
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Cabe destacar que muchas de esas experiencias videojueguiles inauditas son compartidas por toda la comunidad; creando hitos que perdurarán en la industria a través de los años. Seguro que te vienen a la cabeza títulos como el primer Metal Gear Solid, Half Life, Super Mario 64 o Bioshock, por nombrar algunos. Final Fantasy VII es uno de los que causó gran impacto, sobre todo en territorio español, donde apenas llegaban JRPG traducidos. Los que sí lo hacían acababan siendo malas traducciones de la versión inglesa; en algunos casos jeroglíficos indescifrables del estilo «allé voy», cuyo significado había que intuir. Nada que ver con los titánicos trabajos de localización de hoy día.
Los avances tecnológicos y el salto al 3D fueron el trampolín para una saga que había gestado su éxito entrega tras entrega. Su popularización ayudó a extender las narrativas complejas con las que había experimentando 'Final Fantasy VI', más allá de las aburridas dicotomías del bien contra el mal. Hablar de malvadas corporaciones, mutaciones genéticas, lanzar mensajes de corte político y filosófico, y tratar de construir villanos a partir de conceptos metafísicos y ambiguos era asegurar el éxito entre las masas.
«Donde fuiste feliz, no debieras volver jamás; el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta». Así empieza uno de los poemas de Félix Grande, uno de los poetas españoles más destacados de la generación del 50, popularizado a posteriori por Joaquín Sabina. Estos amenazadores versos resumen los temores que nos rondaban a muchos cuando se anunció el esperado remake, en aquel ya histórico E3 del 2015. La nueva fue recibida con el mayor de los clamores, aunque no fue hasta después de enfriarse el asunto que pudimos echar cuenta a la letra pequeña: la obra original iba a ser profanada y dividida en episodios que llegarían de forma paulatina, como si de un 'Life is Strange' se tratase. La polémica inundó los medios y nuestras ilusiones chocaron estupefactas contra el muro de los modelos de negocio modernos, y de los productos incompletos con contenidos añadidos.
Recuerdo el Final Fantasy VII original como un título de narrativa lineal que hacía uso del humor para amenizar una historia densa, llena de matices, con mensajes entre líneas y personajes cargados de contradicciones. Aunque analizar objetivamente una obra de tales características bajo el prisma de la nostalgia es prácticamente imposible; la huella de memoria que dejó marcada la obra original lleva ya 20 años en nuestro almacén a largo plazo, y las escasas imágenes que conservamos de aquella época están contaminadas por emociones primitivas y falsos recuerdos generados a través del tiempo. La nostalgia no existe, se trata de un constructo que remite a tiempos donde éramos más felices, provocando en nosotros un absurdo presentismo infantilista con el «todo tiempo pasado fue mejor» que las compañías aprovechan para vendernos sus reediciones (cosa perfectamente lícita y plausible, debo aclarar); a fin de cuentas, se deben a las demandas de sus consumidores, y es aquí donde esta adaptación tiene su razón de ser.
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Decía un compañero de redacción que no entendía la iteración como un remake al uso, sino como una reinterpretación de la obra original. Una vez terminado por completo el título, tras casi 40 horas a mis espaldas, queda muy claro que esto va más allá de los trabajos vistos con 'Crash Bandicoot' o el histórico 'Shadow of the Colossus'. Al estar Sakaguchi desaparecido en combate, nadie dudaba que el juego iba a tomar otra senda, más cercana a las tendencias estéticas y narrativas de la Square de los últimos años (aquellos que conozcan el historial de la compañía sabrán de lo que estoy hablando).
Con Tetsuya Nomura al mando, nos encontramos con un Final Fantasy VII cuya propuesta se acerca más a la visión del creador de Kingdom Hearts que a la purista. Volver al BTC por turnos del clásico es una propuesta arriesgada siempre y cuando no seas Atlus; y sabiendo que la intención era parecerse lo máximo posible a la película 'Advent Children' en términos estéticos. El logro es más que evidente, a pesar de ciertas irregularidades en el sistema de apuntado y en la infame cámara, que enturbia los momentos de acción y te saca instantáneamente de las partidas. De la parte jugable apenas tengo quejas: requiere de un factor estratégico más profundo de lo que aparenta en un principio, y para el purista 'abuelo cebolleta' que prefiera un ritmo más calmado, ahí tiene su 'modo clásico'.
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Mis mayores peros vienen por ciertas decisiones en cuanto a la construcción narrativa. El arco de Midgar, que se corresponde con las primeras 4 a 5 horas del clásico, ha sido estirado hasta alcanzar las 40 o 50 horas (dependiendo de nuestro afán completista). Era de extrañar no encontrarse con numerosos espacios de 'relleno', con fragmentos que no aportan nada a la historia más que la de añadir un par de horas a los mandos, y momentos incómodos con secundarios que no importan a nadie. Se comprende que, al igual que el juego original estaba dividido por discos, quieran aprovechar al máximo las posibilidades de Midgar para realizar un acercamiento como nunca antes a todo lo que ofrece. Gold Saucer o el Mercado Muro merecen todo el tiempo del mundo para explorar cada recoveco y no perderse ningún detalle, sobre todo ahora que la población de Midgar está más llena de vida que nunca.
Los personajes protagonistas también han sufrido de la 'Nomurización': Cloud no representaba más que el adolescente japonés introvertido y acomplejado, transformado en el héroe de acción estereotipo de alguna empresa de juguetes. Ahora es más ameba emocional que nunca, y aunque su coqueteo con las chicas del juego tiene aquí mucho más desarrollo por motivos logísticos, su inexpresividad latente hace que su figura se vea ensombrecida por personalidades de mayor contenido como Aeris, Jessie o Barret que, a mi juicio, han sido los más favorecidos en esta evolución.
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El uso de recursos narrativos manidos es lo que más me chirría: el director se ha sacado de la manga un elemento que forma parte íntegra de la historia, pero que a su vez funciona como Deus Ex Machina; siendo usado repetidamente y con descaro para salvar cualquier situación imaginable. Los flashback y flashforward son también excesivamente recurrentes. En ellos aparecen referencias pinceladas a momentos temporales distintos, que solo alcanzarán a comprender los más entendidos en el universo. Y el final… ¡vaya con el final!, un cliffhanger de proporciones épicas que dará a los fans lo que piden, pero que a su vez nos deja completamente desorientados acerca del futuro de las próximas entregas. Aquí es donde Nomura deja al descubierto su gran contradicción: por una parte, el título es prácticamente inviable para el nuevo público, debida a la introducción de elementos atemporales y referenciales aptos solo para aquellos que hayan superado el clásico; por otro lado, su mensaje es evidente: Final Fantasy VII Remake no pretende otra cosa que romper con el pasado, para así poder introducir la renovada visión del autor en la historia. Bien que están en su derecho de hacerlo (para algo la licencia es suya), pero advierto que a partir de aquí podemos esperar cualquier cosa. Si te gusta el nuevo desarrollo bien, y si no, siempre puedes volver al original.
Puede sonar pleonástico decir que este mismo episodio se encuentra dividido en 18 capítulos separados. La linealidad de la obra original se ha respetado al máximo, aunque se antoja encorsetado; quizás se hubiera agradecido que las secciones estuvieran abiertas todo el tiempo, sostenidas por algún sistema de teletransportes, con tal de tener a disposición en todo momento el contenido secundario y la escasa exploración del juego. Igualmente las misiones optativas no son su mejor baza.
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La pregunta por responder, con la que suelen titular este tipo de análisis, es si realmente estamos ante el remake definitivo que todos estábamos esperando y el que la comunidad de jugadores merece. La respuesta obviamente es un no rotundo. Pero no porque estemos ante el desastroso resultado de un desarrollo pobre, plagado de fallos inparcheables, sin ningún apartado a la altura de lo que se espera en un desarrollo de estas características; simplemente es porque ese Final Fantasy VII idílico que hemos imaginado no existe: reside únicamente nuestras cabezas. No hay mayor decepción que la que nos creamos con nuestras propias expectativas, pues toda historia interrumpida tan solo sobrevive para vengarse en la ilusión. Una ilusión estupefacta destinada a chocarse contra un muro fronterizo.
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