Los traumas de la infancia y la juventud provocan una muerte más dolorosa
Repetir curso, sufrir violencia por parte de los padres o asistir a la muerte de un hijo son experiencias que pasan factura al final de la vida, según alerta un estudio
Morir bien, tanto física como emocionalmente, depende de los zarpazos que a uno le haya dado la vida. Los traumas vividos, especialmente durante la infancia y la juventud, favorecen una muerte más dolorosa, con mayor depresión y una mayor sensación de soledad, según concluye un amplio estudio realizado en Estados Unidos. «Las experiencias traumáticas se meten bajo la piel y en el último momento pasan factura», alerta la investigadora social Kate Duchowny, autora del informe. No hace falta participar en un conflicto armado para estremecerse al final de la vida. Repetir curso, sufrir a unos padres violentos o asistir a la muerte de un hijo figuran entre las vivencias que peor se llevan a la hora de la muerte.
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El trabajo, que publica esta semana la revista de la asociación estadounidense de geriatría 'Journal of the American Geriatrics Society', pone de manifiesto la importancia de resolver bien los conflictos emocionales antes de pasar página. El estudio es el resultado del seguimiento realizado durante 15 años a 6.500 voluntarios mayores de 50 años que murieron entre 2006 y 2020.
A todos ellos se les pidió que completaran un cuestionario sobre su bienestar psicosocial y su experiencia con los 11 momentos vividos que consideraban más traumáticos. El equipo de especialistas entrevistó a los pacientes una vez cada dos años hasta que fallecieron, de media a los 78 años. Antes de que murieran volvieron a ser sometidos a lo que llamaron una 'entrevista de salida' en la que participó un familiar o un amigo con un poder notarial para avalar tanto sus respuestas como los síntomas experimentados en su último año de vida.
Tras la depresión y la ansiedad
«Hemos encontrado que los traumas de la primera infancia en particular, especialmente los relacionados con abuso físico por parte de los padres, están fuertemente relacionados con el dolor la final de la vida, la sensación de soledad y abandono y los síntomas depresivos», explica el autor principal del trabajo, el especialista Ashwin Kotwal, de la División de Geriatría de la Universidad de California.
¿Qué explicación científica tiene ese sufrimiento añadido, por qué se produce? El trauma está íntimamente ligado a la depresión y la ansiedad, según explica Duchowny. Ambas complicaciones favorecen la inflamación de los tejidos, una reacción absolutamente normal del cuerpo, que cuando se mantiene en el tiempo puede ser fuente de múltiples problemas de salud.Cuando el estrés es persistente, la inflamación se convierte en permanente (de hecho es muy común que así ocurra en las enfermedades crónicas) y puede tener «consecuencias adversas para la salud en etapas posteriores de la vida».
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«Al final de la vida, los pacientes suelen experimentar un 'dolor total', que puede tener un origen físico, pero también psicológico y espiritual»
Ashwin Kotwal
Geriatra y experto en Cuidados Paliativos
Dos de cada cinco participantes habían experimentado en su infancia algún tipo de trauma, un término con que la psicología denomina a cualquier situación capaz de amenazar seriamente el bienestar o la vida de un individuo. En el caso de los participantes, ese 40% de voluntarios había tenido problemas con la Policía o había estado expuesto al abuso de drogas o alcohol por parte de uno o varios miembros de su familia.
Mientras eran críos, el evento potencialmente más traumático de los participantes había sido tener que repetir un curso, algo que les marcó para el resto de su vida. Siendo ya mayores, lo que más les había marcado fue tener que afrontar una enfermedad potencialmente mortal o asistir a la de un familiar directo. Menos comunes fueron el fallecimiento de un hijo, tener una pareja drogadicta, sobrevivir a un desastre natural o participar en un combate armado. Más del 80% de los participantes reconoció haber experimentado un hecho traumático en su día y un tercio de ellos, al menos tres.
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Más allá de los síntomas
Los investigadores constataron que los participantes que decían no haber vivido experiencias tan desgarradoras, tenían menos probabilidades de experimentar dolor o soledad al morir. Su probabilidad de sufrir dolor moderado o severo era del 46% frente al 60% de quienes habían afrontado al menos cinco eventos traumáticos. La probabilidad de sentirse solos fue del 12% al 22%, prácticamente la mitad.
El profesor Kotwal, experto en geriatría y cuidados paliativos asegura que todos estos datos ponen de manifiesto que lo que subyace al sufrimiento de un moribundo no son solo los síntomas relacionados con la enfermedad. Pesan «y mucho» la ansiedad y la angustia constantes que acompañan a la pérdida de control sobre el propio cuerpo.
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«Cerca del final de sus vidas –concluye el experto– las personas suelen experimentar algo que podríamos definir como un 'dolor total'. Esa sensación puede tener un origen físico, pero también psicológico y espiritual». Los traumas acumulados durante una vida, según concluyen, «moldean esa tremenda experiencia dolorosa. Conectarse con un psicólogo, un capellán o un trabajador social puede ser lo más eficaz para aliviar el dolor».
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