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Luis juega con su perro, Toy.

La metamorfosis de Luis: de gastar 9.000 euros al mes en cocaína y alcohol a terapeuta premiado

Tras destrozar su vida con la coca, hoy dirige un centro de referencia para adictos. «Entendí que no era un monstruo, sobrevivía como podía»

Lunes, 15 de septiembre 2025, 00:51

Luis Pérez (Deltebre, Tarragona, 34 años) tal vez no se acordaría de la primera raya si no hubiera habido una segunda, una tercera... «Llegué a ... consumir seis gramos de cocaína al día. Me gastaba 9.000 euros al mes en droga, y más en prostitución. Estaba tres días seguidos sin parar de consumir». De la última raya también se acuerda. Fue una noche que salió a tomar «dos copas»; no fue capaz de esquivar la tentación. «Ese día me rendí». Volvió a la clínica de desintoxicación. Otra vez. Llevaba ya tres años entrando y saliendo –le expulsaron, incluso–. «Creía que podía controlarlo, pero habría sido el primero en lograrlo. Había asumido dejar la cocaína, pero no aceptaba vivir sin tomarme un gintonic o una cerveza. Mi problema era el alcohol. Y no podía desengancharme hasta que dejara de beber».

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Luis lleva seis años «sin probar una gota» y hoy dirige Zeus Centro Terapéutico, un complejo de tres clínicas en Cataluña que el año pasado recibió el galardón al mejor centro de tratamiento de adicciones en los European Adwards in Medicine. Su metamorfosis de drogadicto a terapeuta de referencia la cuenta en 'Cadenas invisibles' (Vergara), un manual para enfrentar «la enfermedad» de la adicción. «No se trata solo de dejar una sustancia, sino de convertirte en la versión de ti que no necesita eso para vivir. En alguien que tiene la fuerza de decir 'no' cuando su cuerpo grita 'sí'».

11,8 %

de los españoles ha tomado drogas ilegales en el último mes, según el estudio 'Indicadores clave sobre drogas y adicciones 2025' del Ministerio de Sanidad. Un 2,5% de los adultos ha consumido cocaína en los últimos 12 meses.

1.233 personas

murieron el último año por reacción aguda adversa a las drogas.

En el libro no cuenta lo de la primera raya. Pero no tiene inconveniente en hacerlo cuando se lo preguntan. «Tenía 16 años, fue en la trasera de un coche, con tres presuntos colegas. Sentí control, seguridad, poder... Pensé: 'Esto es la ostia'». Llevaba ya un tiempo «tonteando» con los porros y bebiendo «de forma social». Una adolescencia complicada agravada por la muerte de su hermana pequeña. «Nos quedamos solos mi madre y yo. Me volví agresivo, me sentía vulnerable. Vi que la chica que me gustaba se reía con otros chicos que tomaban cocaína y decidí probar». No hubo chica al final y se olvidó de ella sin dramas. Pero el subidón de la droga... Ese no se le iba de la cabeza.

Con 18 años fundó una empresa de trabajos en altura con la que ganaba lo suficiente para costearse la droga «y hasta ahorrar». «He bebido y he tomado coca colgado de una cuerda en un edificio de doce plantas». Bien vestido y sin pufos, no tenía la pinta del veinteañero 'yonqui'. «Cuando mis amigos compraban un gramo, yo compraba cinco. Me iba con prostitutas, durante años no me faltó el dinero». Pero con 22 años estaba tan enganchado, tan mal, que ya no iba ni a trabajar.

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El peligro de las recaídas

«Las sobredosis ocurren más en las recaídas. Si consumías 35 gramos a la semana no vuelves con 2. Y el cuerpo no aguanta»

Empezó entonces el rosario de clínicas, un proceso que implica más que dejar la droga. «El adicto es una persona que ha crecido físicamente pero no emocionalmente. Se ha quedado con un pie en la niñez». En la suya, Luis sufrió bullying y el abandono de su padre cuando él tenía 10 años. «Mi padre se drogaba y la primera vez que me metí una raya me venían imágenes suyas, me sentía cerca de él, le quería mucho».

Los primeros tratamientos de desintoxicación no funcionaron y Luis no empezó a curarse hasta que se 'rompió'. «He gastado en clínicas cerca de 200.000 euros, pero hubo un momento en que se me acabó el dinero. No olvidaré la cara hinchada y cansada de mi madre, desesperada porque no tenía cómo seguir pagando mi tratamiento. Ella sabía que si salía del centro me iba a morir». Y aquella vez funcionó.

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El caso de Manuel

Ya fuera y limpio, empezó a formarse como terapeuta. «Durante dos años daba consejos en redes sociales, no era algo profesional. También alquilaba una habitación de casa a adictos que querían rehabilitarse». Y les observaba. «Ví cómo funcionaban y creé un sistema para ayudarles, un método». Había sentado los pilares de Zeus.

Por el centro pasó hace tres años Manuel, un chaval de Madrid de 17 que consumía marihuana, MDMA «y todo lo que pillara». «Sus padres estaban aterrorizados, dormían con un pestillo en la habitación porque Manuel les amenazaba con un cuchillo para que le dieran dinero». La familia contactó con Luis y él se presentó en casa de Manuel: «Me insultó, me amenazó, se fue, volvió... Pero en dos horas logré que se subiera conmigo al AVE para ingresar en la clínica». Pasó allí un año y hoy disfruta de una vida nueva. También aquel otro chico que se hinchaba a trankimazin. «No le quedaban dientes, estaba reventado. Me impactó mucho. Pero salió». Como lo había hecho antes él.

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«Me drogaba a las puertas del hospital por miedo a morirme»

En el coche, junto a la puerta del Hospital del Mar de Barcelona, se drogó Luis «más de diez veces». «Cuando tenía miedo de que me diera algo aparcaba allí, me daba terror quedarme en casa». Se metía cocaína hasta que se le acababa. Entonces, cogía el coche, iba a comprar más droga y volvía a las puertas del hospital. Seguía consumiendo hasta que los temblores, la ansiedad, las convulsiones o la paranoia le hacían salir a toda prisa hasta el mostrador de Urgencias. «A los médicos que me atendían les decía que era un ataque de ansiedad. Me pinchaban diazepam y volvía al coche a meterme otra raya». Fue tantas veces al hospital que empezaron a conocerle. «La coca y la medicación forman un cóctel molotov, así que dejaron de darme diazepam. Me dejaban dos o tres horas en la sala de espera, hasta que me bajaba el efecto».

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