Puede ser un iceberg o un volcán. Solo cuando la naturaleza y el destino se cruzan volvemos a recordar lo frágiles que somos. Y de ... paso lo crueles que podemos ser. Hace 109 años un barco con sello de insumergible acababa en el fondo del océano. El Titanic. Su historia es tan larga como su leyenda. Incluido el épico final de su orquesta. Aquella que siguió tocando mientras el gigante se hundía. Fue uno de los escasos momentos digno de ser recordado en un drama que marcó mares y océanos para los siglos venideros. Tras conocerse la noticia no faltaron públicas condolencias, tanto de las autoridades políticas como de las empresas que conformaban el Titanic. Al fin y al cabo, habían fallecido 1.496 personas. Y todas tenían sus historias. Pero hubo siete que fueron utilizadas de manera especial. Los siete músicos de la orquesta que fallecieron. Porque representaron la flema y el orgullo de Gran Bretaña. Pero esa euforia inicial se desmoronó poco después. Aunque, y no deja de ser significativo, apenas se ha contado.
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El 14 de mayo, un mes después del naufragio, el padre de uno de los músicos, concretamente del violinista escocés de 21 años John Law Hume, recibió una carta de la agencia de música CW y FN Blanck. Hablamos de quienes los habían contratado para formar la orquesta del Titanic. El destrozado padre, que había perdido a su hijo en el naufragio, abrió el sobre esperando las habituales condolencias y, quizás, el reconocimiento a la actitud de John y sus compañeros. Nada más lejano de la realidad. Al abrir el sobre sintió que su alma naufragaba y que su hijo se hundía de nuevo en las gélidas aguas. Allí no había pésame. Ni reconocimiento. Sino un frío y seco puñetazo en el corazón más grande que el maldito iceberg. La empresa reclamaba a la familia de John los 5 chelines que le quedaban por pagar de su uniforme de la orquesta. Tenía un sueldo de 6 libras al mes, pero en el contrato aparecía una cláusula que dejaba claro que los músicos debían pagárselo. Y allí estaba la carta para recordar que las deudas, aunque sean infames, se pagan. Imaginen al padre. La historia se tapó y ahora la sabemos gracias a la Fundación Titanic. Han recordado la historia al escuchar las promesas a La Palma.
Resulta revelador cómo nos apuntamos al buenismo ante una desgracia y lo rápido que nos olvidamos de los afectados. Sean gentes víctimas de un naufragio o sin techo por un volcán. Y tampoco faltan quienes carecen de toda empatía y dicen aquello de «Vale, tu madre ha muerto. Pero yo he perdido el móvil y nadie me consuela». Los que ahora critican a los palmeros por vivir en tierra de volcanes, como si Canarias no lo fuera en su totalidad, hace 109 años no veían drama en el naufragio de quienes decidieron subir al imponente Titanic, por ser millonarios buscando entretenimiento o por ser pobres sin tierra dónde caer muertos. Vamos que se lo habían buscado. Siempre me ha llamado la atención ese desapego hacia el drama ajeno. Porque luego les cae la del pulpo y son víctimas de una inundación y claman ayudas. Da igual en ese caso que viva en la cuenca de un río o que exista posibilidad de desprendimiento. Porque mi problema es de todos y el de los demás no es mío. Pasaba hace 109 años y sigue igual. Porque aquella carta no fue un error. Sino una confirmación. La naturaleza no es cruel.
Ella, la tierra, va a su ritmo. Que es lento en comparación con nuestras efímeras vidas. Y me imagino que no entenderá la actitud de esos recién llegados a su corteza que se creen los reyes de la misma. Pobres ilusos. Debería decir gilipollas, si no fuera porque la Tierra es mejor hablada que un servidor. Y es que no solo nos creemos inmortales y nos sorprende que la mar tenga hielos traicioneros o el suelo vomite lava. Además, y esto es lo peor, se nos olvida que no hay mayor crueldad que la de la naturaleza humana. La carta al padre del violinista parece sacada de un cuento de Dickens. Pero fue real. Por eso espero de corazón que, pasados los meses y apagada la lava, los palmeros no vivan algo similar. No me extrañaría que, además de no recibir ayuda alguna, les cobren la luz, el agua, el gas y el canal de pago por largarse de casa demasiado rápido y sin cerrar la puerta.
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