El nuevo santo que fue sacerdote satánico
El Papa ha canonizado a Bartolo Longo, un abogado italiano que en su juventud dirigió ceremonias blasfemas
Bartolo Longo ha elevado a un nuevo nivel ese concepto popular de haber sido cocinero antes que fraile: él fue sacerdote satanista antes que santo, ... una suma de facetas que marca todo un récord en el terreno de los zigzags biográficos. El abogado italiano, fallecido en 1926, es una de las siete personas que ha canonizado este domingo el papa León XIV, un grupo en el que no escasean los perfiles interesantes: ahí está Pedro To Rot, el católico de Papúa Nueva Guinea que ejerció de líder pastoral y se opuso a la restauración de la poligamia, o el arzobispo Ignacio Maloyan, víctima del genocidio armenio, o la servidora de enfermos y marginados Vicenta Maria Poloni. Pero, en fin, agazapada en los resúmenes de las vidas de estos modelos para la cristiandad se esconde una palabra que llama inevitablemente la atención y provoca el respingo ante lo inesperado, y se trata de 'satanismo', claro.
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Estos relatos de su trayectoria suelen reflejar la fase satánica de Longo como «una prueba», como un bandazo de juventud que provocó un vigoroso rebote posterior hacia posturas de fervor católico. Y, ciertamente, parece que esos años al servicio del Maligno atormentaron después a nuestro protagonista y le empujaron a la hiperactividad en materia de buenas obras. Bartolo (o Bartolomé, como se le llama a menudo en castellano) nació en 1841 en una buena familia de Apulia, con padre médico y costumbres católicas, incluido el rezo diario del rosario. De él decían que de pequeño, cuando estudiaba con los escolapios, era «un diablillo vivaz e impertinente», pero no consta que esa referencia tuviese nada que ver en su posterior inclinación hacia lo oscuro.
Eso llegó durante la juventud, cuando estudiaba leyes en Nápoles y se fue impregnando de las corrientes anticlericales de la época, alimentadas por el auge del positivismo y, en el caso italiano, también por el enfrentamiento de Garibaldi contra los papas, en el que lo doctrinal se acababa fundiendo con lo terrenal. A Bartolo Longo lo marcó la lectura del libro la 'Vida de Jesús', donde el francés Ernest Renan somete los Evangelios a un examen histórico que rechaza lo sobrenatural, y también las clases de filosofía de algunos profesores comprometidos con el empirismo racionalista. «El título universitario estaba colgado del anzuelo de la apostasía», resumiría más tarde. Pero desde ese descreimiento cientifista fue escorando hacia el espiritismo y el ocultismo y, según admitió él mismo, acabó ordenado como «sacerdote satánico». Como suele ocurrir en las vidas de santos, en este caso existe también cierta leyenda que envuelve esa fase oscura, en una especie de hagiografía inversa que ayuda a resaltar sus posteriores méritos: de él dicen que, además de liderar ceremonias blasfemas y proclamar su «odio» expreso al sumo pontífice, solía invitar a tomar algo a todo aquel que insultase a un cura por la calle.
En el manicomio y condenado
Se cuenta además que aquel periodo de familiaridad con el demonio fue acompañado de un inquietante deterioro físico y mental. Por un lado, el ayuno vinculado a algunos rituales le dañó el aparato digestivo. Por otro, acabó sumido en una honda depresión. «Vas a morir en el manicomio y, además, te vas a condenar para toda la eternidad», le espetó un amigo de la familia. Con la ayuda de un dominico, abandonó sus lealtades infernales y se pasó al otro 'bando'. Tras una experiencia mística, en la que dijo haber escuchado una voz que le comunicaba la voluntad de la Virgen, destacó como promotor incansable del rezo del rosario. Su mayor logro fue impulsar el santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, pero además sacó adelante múltiples iniciativas para mejorar la vida de los más pobres de la región, desde orfanatos y escuelas hasta viviendas para trabajadores. Se sirvió para ello de su herencia familiar y también de la riqueza de la condesa Marianna Farnararo de Fusco, una viuda de 27 años con cinco hijos que se convirtió en su estrecha colaboradora y finalmente, para dar carpetazo a los rumores que había suscitado esa complicidad, en su esposa, aunque decidieron que su relación se mantuviese casta.
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San Bartolo Longo, cocinero antes que fraile, insistía en que la fe es capaz de recuperar incluso a las almas más extraviadas: «No puede haber ningún pecador tan perdido, ni alma esclavizada por el despiadado enemigo del hombre, Satanás, que no pueda salvarse por la virtud y eficacia admirable del santísimo rosario», escribió. Y, al morir, dijo: «Mi único deseo es ver a María, que me salvó y me salvará de las garras de Satanás». Juan Pablo II lo beatificó en 1980 y, ahora, León XIV lo ha declarado santo.
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