Tiene hasta acrónimo. NIMBY y define a la perfección esa hipocresía y egoísmo que nos acompañan desde la noche de los tiempos. «Not In My ... Back Yard». No en mi patio trasero. Se refiere a la máxima por la que queremos una fábrica, un crematorio y un bar, pero lejos de casa. Que los ruidos, humos y olores los sufra el vecino. Lo he recordado porque estamos en la Semana Europea de la Movilidad. Hay estudios, aunque no se les ponga altavoz, de que la NIMBY está muy presente en ese empeño por apostar, como única opción, por el vehículo eléctrico. Una vez más Europa se quiere limpiar a base de echar su mierda a los de siempre.
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Estas líneas nacen de una charla mantenida con gentes que llevan tiempo analizando este fenómeno. No están en contra de la opción eléctrica ni son defensores a ultranza de la utilización exclusiva de combustibles fósiles. Simplemente están preocupados ante el discurso oficial, que no nos permiten poner en duda, sobre que el único futuro para el transporte es el eléctrico. Y que solo así podemos frenar el cambio climático, cuidar el aire y salvar el planeta. Porque, simplemente, es mentira. Con frecuencia el debate sobre la energía y los vehículos se quedan en la parte operativa. Como que el eléctrico cada vez tiene más autonomía, hay ayudas para adquirirlos y no contamina. Pero si analizamos los datos el discurso lleva trampa. O, al menos, está maquillado. Pongamos en negro sobre blanco lo que me contaron.
A fecha de hoy ir de Bilbao a Madrid, lo decía un taxista este pasado miércoles, sigue siendo una odisea. Más te vale no ir a más de 100 y evitar poner la calefacción, el climatizador o cualquier cosa que gaste energía, porque no llegas. Por eso cambió su eléctrico por un híbrido. No le duraba la jornada completa sin perder una hora para recargar. Por cierto, instalar un cargador en el garaje necesita del permiso de la comunidad. Algunas ya han los han negado por tener varios que comprometen la conexión del edificio. Una frustración que provoca la reventa de eléctricos. Cosa complicada, porque uno de hace tres años tiene menos autonomía que uno actual y ya nadie lo quiere. Hemos pasado de comprar un coche a comprar una pegatina. Todo sea por circular. Son problemas de los que apenas se habla. Tampoco sobre las ayudas. Las matriculaciones han aumentado por criterios de green washing de las empresas y administraciones. Las públicas están obligadas a adquirir eléctricos. Las privadas también. Tener una flota eléctrica puntúa en las licitaciones. En cuanto a las subvenciones, estamos pagando compras privadas con nuestros impuestos. Imaginen si lo hacemos todos a la vez.
En España hay 34 millones vehículos a motor. Piense en una Semana Santa, un puente o fechas de operación salida y en navidades. No habría energía. Colapsaríamos. Por no hablar de las baterías. Ya se ha hablado sobre su peligro. Pero nada de los kilos. Aumentan un 50% el peso de un eléctrico respecto a uno de combustible fósil de igual volumen. Eso supone neumáticos reforzados cuyo consumo energético en su fabricación debería computarse, al igual que su reciclaje. Ese mayor peso desgasta más las carreteras y otros pavimentos, lo que implica mayor gasto en su conservación. Sin olvidar que el asfalto procede del petróleo. Y hablemos ahora de la parte solidaria. Lo que estamos haciendo es un caso de neocolonialismo. No queremos que el tubo de escape expulse CO2 en la Gran Vía pero no nos importa que, para conseguirlo, se vierta en otro lugar. Concretamente en el aire y en los ríos de África, Asia o Latinoamérica. El litio, el cobalto o el níquel son extraídos en lugares y formas que nos recuerdan al siglo XIX. Extraemos, limpiamos y fabricamos lejos de nuestros estándares laborales, éticos y medioambientales. Y cuando nos toque reciclar, subcontrataremos el envío de residuos a otros continentes, creando cementerios de baterías y otros materiales en regiones y países pobres. Como hacemos ahora con los barcos y aviones que van a vertederos del tercer mundo.
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La electricidad también se producirá lejos, como decía, de nuestro patio trasero. Queremos energía pero sin centrales nucleares ni molinos de viento. Tampoco solares, que afean los campos. En cuanto a los millones de vehículos de combustible fósil que iremos desechando, serán transportados y vendidos a Marruecos, Túnez, Egipto, Libia, Argelia o Congo, porque ellos seguirán consumiendo petróleo refinado. Europa tendrá su entorno limpio mientras la contaminación se la quedará el vecino. Aunque también aquí hay engaño. El cielo no tiene fronteras. Ni el mar. Y la mierda acabará regresando. Por eso, el problema no es la energía, sino la demagogia. Si quieren que apostemos por un modelo no contaminante que cuenten todo. Lo bueno y lo malo. Y luego ya decidiremos. Porque lo relatado aquí es como el sonido del motor de un coche eléctrico. Ni se oye ni quieren que lo oigamos.
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