josé ibarrola

¿Quién piensa en los ciudadanos?

Lunes, 15 de marzo 2021

Tiene el poder una capacidad de atracción que hace perder el sentido a quienes han convertido su disfrute en el principal motor de sus vidas. ... Será la famosa erótica. Basta que vean al alcance un apetitoso sillón, la posibilidad de aumentar en tamaño o número los que ya poseen o el peligro de que estos les sean arrebatados para que quede al desnudo la lógica con la que funcionan. Que suele ser muy distinta a la que disfrazan con ampulosas palabras; en el caso de la clase política, sobre el interés general o los grandes problemas que aquejan a la ciudadanía.

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El país está lejos de dar por zanjada una pandemia con devastadores efectos. La tercera ola no acaba de quedar atrás, aunque su pico ya haya sido superado. Nada asegura que más pronto que tarde una cuarta no vaya a dar al traste con los avances de las últimas semanas. La vacunación, esencial para recobrar la anhelada normalidad, avanza a un ritmo desesperante. El panorama económico es de todo menos halagüeño. Y, sin embargo, los principales partidos vuelcan sin sonrojo sus energías en cómo se reparten el pastel de unas instituciones a las que han sumido en la inestabilidad, justo lo contrario de lo que aconseja el sentido común en medio de una situación tan excepcional. La emergencia desatada por el covid exigiría magnanimidad, grandes acuerdos que antepongan el bien común; no una febril escalada de la confrontación, como la que han emprendido, con movimientos propios de guionistas de series que dibujan audaces estrategias de poder sin pensar en la población a la que se deben.

La sorprendente decisión de Pablo Iglesias de abandonar el Gobierno para disputar la Comunidad de Madrid a Isabel Díaz Ayuso es, por ahora, el último movimiento provocado por el 'efecto dominó' de la malhadada moción de censura en Murcia, que ha dejado a Ciudadanos en la UCI, al PSOE descolocado y al PP repartiendo cargos sin escrúpulos para no bajarse del coche oficial. El vicepresidente se juega a una sola carta su futuro en una operación de alto riesgo con la que aspira a concentrar el voto de la izquierda, corregir el declive de Unidas Podemos y tomar la plaza más emblemática del PP. No es un ejemplo de lealtad que solo anunciara sus intenciones a Sánchez minutos antes de hacerlas pública ni que le diera 'cocinada' con nombres y fechas una crisis de Gobierno abierta por él mismo por meros intereses partidistas.

La justificación de su candidatura poco menos que como un sacrificio para salvar la democracia de las garras del fascismo va en la misma línea de la corregida dicotomía con la que afronta las elecciones la presidenta regional: «comunismo o libertad». Libertad, por supuesto, es ella. La entrada de Iglesias en la contienda -por cierto, repetirá lo mismo que afeó en su día a Salvador Illa: permanecerá en el Gobierno hasta el arranque de la campaña- azuzará una polarización extrema en la que Vox se siente cómodo, Ciudadanos nada tiene que hacer y a la que el PSOE opondrá la moderación de Ángel Gabilondo en un campo embarrado. Una victoria de la 'baronesa' del PP insuflaría oxígeno a Pablo Casado, aunque si es a costa de depender de la ultraderecha puede lastrar sus aspiraciones de llegar a La Moncloa. Si el líder moderado se asienta en la Puerta del Sol, a la implosión en la derecha se sumará una posible recomposición de fuerzas en la izquierda. Tampoco conviene descartar que, sea cual sea el resultado, Sánchez se saque de la manga un adelanto de las elecciones generales si calcula que las circunstancias le son propicias. Supondría un despropósito, pero qué no lo es de lo que hemos visto en las últimas horas.

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